El conflicto político nacional se ha convertido de manera abierta en una pieza importante de la lucha geopolítica internacional, donde de manera peligrosa se están alcanzando niveles mayores de enfrentamiento entre Estados Unidos, Brasil, Colombia frente a la participación política y militar de Rusia en una situación donde existen tensos antecedentes históricos, que siembran dudas sobre el escenario final que se puede presentar.
Existen analistas políticos que suelen confundir el poder político y militar de la desaparecida Unión Soviética con la actual Federación Rusa. Los mismos no parecen entender que ya no existe el Pacto de Varsovia y la Comecon, que ya no existe la atracción ideológica del mensaje comunista que encantó a generaciones desde 1917 hasta la caída del Muro de Berlín, de la misma manera que ya no existe la amenaza militar convencional existente desde la Segunda Guerra Mundial, derivada de la superioridad numérica en muchos campos de la técnica militar, situación que obviamente ya no existe dada la clara posición de superioridad militar de la OTAN, que es equilibrada por la gran cantidad de armamento nuclear de la Federación Rusa.
Igualmente, en el campo económico y tecnológico la diferencia existente es bastante obvia, por lo cual se hace evidente que la lucha geopolítica debe ser medida de forma muy cuidadosa, especialmente en sus zonas de interés estratégico.
La experiencia infausta de la Crisis de los Misiles de octubre de 1962 debe ser una carta a jugar por la experiencia de los cubanos, que consiguieron en aquel momento las garantías políticas de que no serían invadidos a cambio de la promesa de retirar los misiles estratégicos nucleares rusos de la isla y los misiles estadounidenses en Turquía.
Esta estrategia es ciertamente muy arriesgada para los actores políticos, dado el convencimiento de muchos en Washington de que no se puede tolerar otra Cuba socialista en el Hemisferio Occidental, por lo cual se produjeron las invasiones de República Dominicana, Grenada y Panamá en las últimas décadas, a pesar de la evidente oposición de Cuba a Estados Unidos, especialmente en Grenada
No deben olvidar los estrategas rusos y sus aliados cubanos que desde 1982 los ejércitos estadounidenses han logrado una serie de triunfos militares convencionales, con los que han aplastado a sus adversarios sin la menor posibilidad de resistencia, siendo las últimos en Irak (2 veces) y Afganistán con los talibanes en 2002, obligando a los derrotados a sostener guerras de insurgencia, donde no se da la posibilidad de revertir los resultados obtenidos anteriormente, a pesar de los costos humanos y materiales de dichos conflictos.
Por esto la idea de utilizar la fuerza dentro del continente americano es una herramienta política sumamente atractiva para el gobierno de Trump en una visión proyectada de liquidación política de los regímenes políticos de Cuba y Nicaragua en este proceso.
No es imaginable la posibilidad de que se presente una situación de mayor escalamiento militar hemisférico sin la afectación de los intereses económicos y políticos de Rusia en América Latina, lo cual sería más grave si Estados Unidos termina de usar la fuerza militar y termina enredando a Cuba en dicho conflicto para resolver estos casos en un solo golpe.
No es misterio para nadie la importancia económica, psicológica y humana de la política de cooperación de Cuba con Venezuela, donde miles de trabajadores cubanos quedarían atrapados en un conflicto bélico sin posibilidad de ser rescatados como ocurrió en Grenada en 1982 con la brigada de trabajadores que construía un aeropuerto internacional, mientras que en este caso serían demasiados técnicos y especialistas de todos los niveles, por lo cual podría considerarse no menos que una catástrofe por parte de las autoridades cubanas, ya que un enfrentamiento directo serviría de excusa a la administración Trump para la invasión directa de Cuba.
De la misma manera que la Federación Rusa actúa de manera resuelta en Crimea, avasallando a Ucrania, es muy difícil imaginar que Estados Unidos termine aceptando el desafío de un gobierno abiertamente hostil en América Latina como ha sido el caso de Cuba durante décadas.
No parece ser el talante de la administración Trump aceptar esta situación y mucho menos con el apoyo de tantos gobiernos latinoamericanos afines a su signo ideológico, por lo cual se hace cada vez más claro que aumentaran los desafíos de todo tipo desde el punto de vista psicológico, económico y político.
No es de cobardes entender las grandes diferencias militares que existen entre Estados Unidos y sus aliados continentales frente a los ejércitos de Cuba y Venezuela, por lo cual la perspectiva de una guerra convencional sería desastrosa para la sociedad venezolana y sus resultados tan inevitables como innegables.
Desconozco si el gobierno de Nicolás Maduro entiende que una guerra de este tipo involucra una estrategia de decapitación militar, como plantean los manuales militares estadounidenses, que implica la aniquilación de toda la clase política y militar para buscar la rendición del resto de todas las fuerzas militares y políticas restantes.
En otras latitudes, países como Corea del Norte invierten considerables recursos para tratar de prevenir esta eventualidad de ataque selectivo de tropas de operaciones especiales y armas de alta tecnología contra la élite política y militar.
La trágica situación de las denuncias de ataque contra el sistema eléctrico nacional, en las que se plantea que un fusil de francotirador paralizó al mismo, da pie a una opinión muy negativa de qué podría ocurrir ante un ataque masivo de misiles y aviones cazabombarderos contra instalaciones vitales para el gobierno nacional.
Existen personas en el PSUV con una formación militar muy superior al autor de este artículo, que entienden perfectamente lo que se está afirmando en sus mayores detalles y por ello deben tomar la decisión de aconsejar a los políticos de Miraflores sobre la importancia de negociar las diferencias políticas para buscar un acuerdo permanente de convivencia entre todos los grupos políticos nacionales.
El apoyo de la Federación Rusa puede llevar al suicidio político, si la administración estadounidense está decidida a llegar hasta el final, lo que no parece ser el caso de Rusia y China. La apuesta es la suerte de 30 millones de venezolanos.
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