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Rómulo Betancourt y la política con el pañuelo en la nariz

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Tuve la oportunidad y la buena suerte de tener como mis profesores en la Escuela de Historia de la Universidad Central de Venezuela, entre 1974 y 1978, a valiosas figuras como Manuel Caballero, Germán Carrera Damas, Pedro Cunill, etc.  En tiempos en los que la UCV era un verdadero paraíso académico y no lo sabíamos, asistíamos a conferencias tanto de Juan Nuño como de Domingo Alberto Rangel, más tarde a personajes mundiales como Umberto Eco. También uno podía hacer amistad con personajes históricos, como lo hice con Juan Bautista Fuenmayor, Miguel Acosta Saignes, Kotepa Delgado, Inocente Palacios y Ramón J. Velásquez, entre otros, y así conocer las fuentes de la historia más allá de los libros, cuando aún no existía la necesaria desgracia del Internet. Los exámenes que nos aplicaba Manuel Caballero eran basados en palabras enigmáticas, sobre las cuales había que realizar un ensayo escrito o una presentación oral, uno de esos temas era simplemente un enunciado como “Con el pañuelo en la nariz”, con base en el cual el estudiante, si había leído y asistido a clases, podía disertar exitosamente y aprobar el filtro de Historia Contemporánea de Venezuela. En realidad Caballero era duro evaluando, pero nunca injusto, solo los estudiantes parranderos y politiqueros de oficio, frecuentemente enemigos de la lectura, tenían que pasar a la reparación o a la repetición de la asignatura.

Algunos de los personajes nombrados, en su juventud fueron, en diversos grados, opositores firmes al “betancourismo”, pero en su madurez intelectual evolucionaron hacia una valoración histórica de Rómulo Betancourt, dedicándole buena parte de sus estudios y presentándonos un personaje clave para comprender la Venezuela que evolucionó a la democracia civilista entre las décadas de 1940 y 1980. Incluso, uno de sus más duros críticos, el doctor Juan Bautista Fuenmayor, fundador del PCV, lo encontré y hablamos, por última vez antes de su fallecimiento, en un homenaje realizado en la Quinta Pacairigua, donde había habitado Rómulo y hoy funciona la fundación que lleva su nombre.

En su libro Veinte años de política, Fuenmayor nos había explicado el sorpresivo anuncio de Betancourt, sin la oposición del P.R.P., de abandonar la tesis de luchar por la convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente en 1936 y disolver el viejo Congreso de origen gomecista, en un mitin de masas en el que Rómulo tuvo el coraje de proponer: “Aceptemos, con el pañuelo en la nariz, la reunión del Congreso gomecista”. Aunque Fuenmayor relata la sorpresa del público y de sus dirigentes radicales, la mayor parte de los partidos de aquella oposición de izquierdas no se opuso a la propuesta y el Congreso “gomero” pudo instalarse el 19 de abril de ese año.  Este mismo Congreso aprobó el inciso 6º al artículo 32 de la Constitución proscribiendo las actividades anarquistas y comunistas en Venezuela.

En realidad, el alma profunda de Rómulo Betancourt nunca fue comunista, lo demuestra su tesis de Bachiller en Filosofía, presentada ante la UCV en 1928 y que reposa en el Archivo Histórico de nuestra alma mater; dedicada a analizar el pensamiento humanista de Cecilio Acosta, como también lo demuestra su visión de futuro hacia la socialdemocracia que comienza a evidenciarse en eventos como los de 1936, distanciándose cada vez más del estalinismo comunista, pues hasta en los bigotes Juan Vicente Gómez se parecía a José Stalin. Ese Rómulo histórico, que califica así Carrera Damas, fue cambiando y evolucionando hacia la formación un partido independiente, progresista y policlasista. Su visión táctica del “pañuelo en la nariz” obedeció a un instinto político singular en la compresión de Venezuela, como a una metodología política de prospectiva que le daría éxitos y aprendizajes entre 1945 y 1963.

Hoy, frente a las posibles y cuestionadas elecciones de mayo de 2018, deberíamos aprender algo de la prospectiva histórica de Rómulo Betancourt, entender si hace falta o no un pañuelo para ir a votar, desconfiar de los ultraradicales de baja capacidad intelectual y muchas ambiciones escondidas, tener visión organizativa de largo plazo y no planes inmediatistas de una solución mágica y violenta, dar la cara como lo hizo Rómulo en 1936  al entender que no se tenían los medios radicales para sacar a López Contreras y al neogomecismo del poder, saber negociar y esperar el momento preciso, como cuando en 1945 sí se contaba con la fuerza militar y civil para sacar a los herederos de Gómez del Palacio de Miraflores y convocar la apertura electoral universal, directa y secreta para 1946 y 1947.  

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