Hay que hablar de este filme que este año parece recoger toda la atención del cine latinoamericano. Desde su polémica inserción en la programación de la novedosa y cada vez más poderosa Netflix hasta la obtención del León de Oro del Festival de Venecia, seguramente el más alto del planeta.
Alfonso Cuarón forma, además, parte de los tres mosqueteros del cine mexicano que les ha dado por conquistar las sonoras recompensas y las suculentas taquillas de Hollywood. Y en muy buena medida lo han logrado. Sea para bien. Cuarón es quizás de los tres el de obra más irregular, esta oscila entre lo puramente comercial y un par de obras dignas de recordar, Y tu mamá también y Gravity, esta última su “consagración” con el Oscar a la mejor dirección. Pero prefiero recordar la audacia transgresora de la primera que ciertos excesos de truculencia y espectacularismo de la segunda.
Bueno he aquí con Roma al autor y el aplauso de la crítica y los grandes festivales. No hay duda de que, de una u otra forma, todos nos sentimos conmovidos por la película. Para empezar, digo yo, por la maravillosa fotografía en blanco y negro, de una textura se diría inédita, a un tiempo sólida e ingrávida, y de la cual Cuarón es coautor. Además, me parece una reconstrucción de época, años setenta del pasado siglo, tan minuciosa, tan pertinente y de tan buen gusto que quienes tenemos más años de los deseados y pertenecimos a la clase media profesional, así no coincidan exactamente las décadas, no podemos sino reconocernos en ella y no solo en su recreación física sino también en su espíritu y su ritmo vital. Esto nos basta para estar alelados desde un primer momento.
Me parece que es un factor importante. Buena parte de la película nos atrapa por eso, ya que en muy amplia medida transcurre sin prisa por la nuda cotidianeidad de esa familia pequeñoburguesa, que fue aquella de Cuarón hoy revisitada por el filme. Hasta tal punto que sus largos y lentos planos y la ausencia de nudos dramáticos nos hicieron pensar en una especie de documental sui generis que registraba su álbum familiar. Y que nos fascinaba porque en buena parte era el nuestro. Como se recordará, muy dosificadamente van apareciendo hacia el último tercio los dramas, casi siempre en tonos quedos, el embarazo y la pérdida, la revuelta estudiantil y la brutal represión, el divorcio de los patronos, la conclusiva escena del salvamento en la playa y la nueva consolidación familiar, la empleada-protagonista incluida… Pero esta parquedad podría ser una virtud, en una hora del cine en que la mayoría de los espectadores pareciera no soportar otra cosa que la intensidad y la premura asfixiante del cine americano comercial. Aquí hay mutismo, miradas, insinuaciones, rutinas, signos, elipsis y mucha realidad de verdad.
Quisiera agregar otra capa imaginaria que resulta inevitable para el espectador mayor, el que vio cine mexicano en su época de oro, el oro de la taquilla y no de la calidad. Pues bien, ver un filme ambientado en Ciudad de México hace medio siglo y en blanco y negro crea el fantasma de que estamos viendo aquel cine provinciano y triunfador. Es inevitable. Pero podríamos decir que estamos viendo un estupendo cine mexicano, como los escasos clásicos que esas décadas nos depararon. Y diría que en realidad lo que hemos visto era, ese sí, el todavía gran cine de la época, el neorrealismo italiano. De nuevo un sabor adicional. Busque su Fellini en esas ferias de suburbios. O la lentitud y los tiempos muertos de Antonioni. Es al gusto.
Pero termino diciendo que si persistimos en la visión de un filme radicalmente intimista, bravo. Pero no hay mucho más que ese retrato de familia. Si se quiere pasar a una visión social de un cierto México, o sus relaciones de clases, no vale demasiado. Esa familia es bastante atípica y demasiado sesgadamente tratada. Otro ejemplo, la revuelta juvenil es bastante inconexa y arbitrariamente manipulada. Y nada importante aporta a la comprensión del México contemporáneo, más que nostalgia y algo de candor legítimo. Las pocas declaraciones de Cuarón al respecto indican mejor que nada su poco sentido de la historia y sus peripecias.