A los venezolanos nos están acechando diariamente los síntomas de la ruina total de la nación. El caos es la regla. La necesidad es una condición inescapable. Hora a hora sufrimos las vejaciones de un neototalitarismo que para nuestro infortunio también funge de Estado fallido. Esta conjetura, con sus miles de desgracias, pareciese ser tan impenetrable, tan invencible, que nos hace sentir como peones atrapados en las fauces de quienes sí tienen poder e influencia. Sin embargo, recordemos enfáticamente: una cosa es la realidad y otra, muy diferente, la ceguera causada por creer que no hay una luz al final del túnel.
En estos momentos el sentir es que el régimen avanza sin inconvenientes ni obstáculos, tal como un cáncer que con su metástasis se ha apoderado irrevocablemente del organismo. Por otra parte, siguiendo la analogía de la referida penosa enfermedad, presenciamos a una oposición dividida entre unos dirigentes populistas y electoreros que, como los “médicos cubanos”, piensan que con un placebo nos salvaremos, y un liderazgo que, como médicos conscientes, saben que la dolencia requiere de un tratamiento invasivo. El asunto es que un mal diagnóstico y por consecuencia una mala prescripción solo contribuyen a agudizar la enfermedad. Por eso, los venezolanos, los pacientes en esta comparación, estamos paralizados entre las vicisitudes relacionadas con nuestra condición, la disparidad entre los enfoques que se nos ofrecen para resolverla, el peso de lo que quisiésemos creer que nos salvará y la negación de que la solución es mucho más dura de lo que pensábamos.
Ahora bien, debemos atrevernos a pensar que la solución al gran problema está constituida por un récipe en el que se medique una mezcla de remedios propios y otros hechos en el extranjero.
En tal sentido, el tratamiento definitivo para lo que nos aflige involucrará todo tipo de radiaciones, quimios y otros tipos de remedios por vía oral e inyectada. Algunos serán más fáciles de absorber que otros, pero requeriremos de todos ellos para salvarnos. Digo esto porque en la encrucijada en la que estamos, por la naturaleza propia del caos que está corroyendo todo, parece haber una disyuntiva muy particular: la tiranía mandará sobre la base de la mengua que deja la maligna enfermedad política, económica y social, o la mengua de esa enfermedad, como lo ha hecho en la historia, resquebrajará y destruirá lo que representa y a los que la han generado.
Además de atrevernos a pensar que lo que resolverá nuestro conflicto sobrepasa lo convencional, también debemos abocarnos a la tarea de identificar al régimen por lo que es. Esta encomienda implica simultáneamente dos objetivos. El primero es reconocer su maldad, su manipulación y su capacidad ilimitada de destrucción. El segundo es identificar que este no es ni monolítico ni indestructible; entender que el régimen no es el titiritero absoluto de todo cuanto acontezca en el país. De tal manera es que podemos retratar apropiadamente las características de nuestros opresores: son extremadamente eficaces en cuanto a crueldad se trata, pero sumamente incompetentes en cualquier otro campo. Si requerimos recordatorio de esto, solo traigamos a Oscar Pérez a colación. Este hombre probó la ineptitud del régimen cuando voló sobre el “Tribunal Supremo de Justicia”, y su vileza cuando encontró su fin en una ejecución extrajudicial en El Junquito.
Junto con las perspectivas expuestas, la naturaleza real de la solución y la naturaleza del enemigo está la más importante de todas: la definición de nuestro rol como ciudadanos en esta historia. Anteriormente se había dicho que éramos como peones perdidos entre las dinámicas de los poderosos. La realidad del caso es que estas fuerzas formales e informales sí existen, pero eso no significa que nosotros no podamos ser una fuerza que luche por nuestros propios intereses. En el conflicto que está transcurriendo en Venezuela hay una diversidad de bandos en pugna, tanto en lo doméstico como en lo internacional, entre ellos tenemos a los fraccionamientos en el alto gobierno, la división remarcada en las filas castrenses, las pugnas entre los liderazgos civiles opositores y los intereses contrapuestos de fuerzas foráneas como los de Estados Unidos, la Unión Europea y los países del Grupo de Lima con los de Cuba, Rusia, China e Irán. A pesar de todas estas agendas en conflicto, nosotros, la sociedad civil, también debemos tener la nuestra: la liberación del país y la inauguración de un sendero que nos lleve a la prosperidad.
Armados con un propósito claro es que podemos tener voz y participación en la lucha que se está dando en el país, pues el mismo nos permitirá identificar quiénes son los verdaderos aliados del pueblo. La dirigencia que titubee en cuanto al objetivo y los principios que deben sostenerse para alcanzarlo debe ser sometida al control ciudadano, encauzándola de ser posible o, en el peor caso, exigirle su renuncia o sencillamente poniéndola a un lado. La pelea en sí misma no es fácil y no disponemos del tiempo para seguir lidiando con “dirigentes” propensos a la ambigüedad, la mentira o la incongruencia de sus actos. No puede ser de otra forma cuando sabemos que la pelea implica que todos reconozcamos que la dimisión del régimen es la única solución para Venezuela, que la tiranía es cruel mas no infalible y que debemos aliarnos estratégicamente con los sectores cuyos intereses confluyan con los nuestros. Esta es la única manera de concretar la organización ciudadana real y efectiva que no se queda de brazos cruzados. Así es cómo podremos combatir contra el languidecer en desespero. Pero antes de eso nuestra visión debe ir más allá de las redes de la confusión y el caos. La tiranía y parte de la “dirigencia opositora”, soporte de este régimen, no quieren que entendamos la situación; pretenden cegarnos con sus narrativas sin fin y sus atentados contra el sentido común. La victoria depende, en fin, de un objetivo único llevado hacia adelante por el conglomerado de ciudadanos libres, representantes de la sociedad civil venezolana y de los poderes internacionales que no estén dispuestos a darle más tiempo al cáncer comunista que destruye nuestra patria.