“Nada personal, pero es un sicario”. Así se expresó quien desde mayo 20 es el ya ilegítimo castrovenezolano ministro de Relaciones Exteriores de quien nos avergonzamos 80% de los venezolanos. Frase que utilizó para degradar al muy legítimo, honorable Luis Almagro, secretario general de la OEA. Así mismito, con su cara muy lavada, tanto que de continuo clandestino lavado con sustancias nocivas, costumbre practicada por todo el apócrifo gabinete, se ha vuelto inexpresiva como su monótona voz, por cierto, un detalle que caracteriza a quienes practican dogmas. Desconocen matices, tonos y variedades tanto en el fondo como en la forma.
Una descalificación tan ofensiva y calumniosa que define a todo el régimen chavista avalado únicamente por la ilegítima asamblea constituyente. A falta de sólidos argumentos y legales verdades usan el método de ser groseros, mitómanos, vulgares, irrespetuosos, cínicos. En presencia de los legítimos honorables cancilleres y pantallas televisivas de varios continentes, en nombre de la que llaman sin el menor escrúpulo “sagrada soberanía nacional”, consigna carente de validez. La premisa según la cual el imperio capitalista de Estados Unidos es amo y señor que ordena cada paso de disidencia y dirigió la mayoritaria abstención de votantes en la farsa electorera de mayo 20, mentira del tamaño de sus riquezas ocultas. Lo sí es evidente es cómo su venerado reino revolucionario de la Cuba comunista desde hace veinte años ha soberaniado los poderes militar, ejecutivo, legislativo, judicial y electoral de Venezuela. Por eso precisamente quiere huir hacia delante de la OEA donde los reyes de la isla paradisíaca no están incluidos. Pero su leal mafia chavista no podrá salirse del todo, pues ese derecho les corresponde solo a gobiernos constitucionalmente elegidos. La OEA de esta semana decretó que ya no representan al país. Como en Nicaragua, su permanencia regidora es posible única y exclusivamente debido a la criminal represión militarista de un equipo castrense y sus turbas adoctrinadas bajo soberanas órdenes de la monarquía castrista.
Anexos hay grupetes que siguen los modales caudillistas del siglo XIX venezolano. Montoneras de un solo capitán, protegen sus tesoros malhabidos. Nada que ver con El Ejército de un solo hombre (1988) la risueña, intemporal, magnífica novela del médico brasileño Moacyr Sinclair. Estos dementes de carne y hueso sin alma ni cerebro, desafían legalidad y decencia, las propias y ajenas, con látigos y mazos verbales típicos del cobarde guapetón. Torpes y analfabetas terminan cazados en su propia trampa.
Pronto, Venezuela podrá exponer a estos y otros ejemplares en un trágico retablo muy cervantino porque también es de hipócritas maravillas.