Hoy, 3 de febrero, día consagrado a los santos Azarías, Lupicino, Tigrido y Celerino de Cartago, a Santa Wereburga de Chester y al beato Helinando de Froidemont, entre otros elegidos de Dios ―no por sus pintorescos nombres, buenos para bautizar cariocas y maracuchos o componer irreverentes cuartetas al modo de Las Celestiales, sino por sus servicios a la causa católica―, es también, en el almanaque patrio, data de importancia superlativa, pues, se cumplen 224 años del nacimiento de Antonio José de Sucre; y, además, de regocijo entre melómanos del orbe entero porque, un día como hoy, en 1809, nació en el germano puerto de Hamburgo el compositor Félix Mendelssohn-Bartholdy, cuyo Concierto para violín en Mi menor (opus 64) es uno de los favoritos de los más afamados intérpretes de ese instrumento. Y hoy, prohibido olvidar, es víspera de la indecorosa celebración de un inicuo amanecer de golpe y porrazo fracasado y sangriento: el del 4 de febrero de 1992.
Hace 7 años, en ocasión del 20° aniversario de esa chapuza militar, escribí un artículo ―”Efemérides y antiefemérides”― en el cual califiqué de infame la fecha y de insólito el festejo de una traición e intento de magnicidio de parte de un golpista fariseo, pusilánime y fanfarrón. Aunque fue publicado, no circuló ―la elección de Henrique Capriles como candidato de la unidad, en inéditas votaciones primarias, obligó a reimprimir el periódico y las páginas de opinión fueron copadas con información ad hoc―. Me permito traer a colación algo de esa agua pasada porque las circunstancias y suspense actuales recomiendan prudencia en lo atinente a vaticinios mediatizados por la subjetividad y el pensamiento ilusorio o desiderativo (wishful thinking). Fue aquella, sostuve plagiando a Franklin Roosevelt, a propósito del bombardeo a Pearl Harbor, “una fecha que pervivirá en la infamia” (A date wich will live in infamy); y agregué: “conmemorarla con rango de fiesta nacional es atizar el fuego de la polarización en una sociedad calculadamente escindida por el revanchismo nicochavista y una maniquea simplificación de la lucha de clases, aprendida en manuales de marxismo para tontos del tipo Conceptos elementales de Materialismo Histórico de Martha Harnecker o Marx para principiantes, comic ilustrado y escrito a mano por el caricaturista mexicano Eduardo del Río (Rius)”.
El preámbulo y la cita in extenso no pretenden eludir acontecimientos en progreso. Pero escribo el jueves y de hoy al domingo podrían suscitarse eventos de diverso tenor, auspiciosos o terribles. Cualquier cosa es posible, sin excluir acciones desesperadas de la regencia narcocastrense, asociadas al ominoso recordatorio comentado. Pende, a solicitud del bardo o burdo inquisidor Tarek William Saab, una medida cautelar sobre la cabeza del presidente provisional de la República, Juan Guaidó, una espada de Damocles forjada en la fragua del celestinaje judicial con acero procedente de Miraflores, Fuerte Tiuna y La Habana por un delincuente impune, Maikel “the Knife” Moreno, y una panda de grises picapleitos ignominiosamente entogados por Diosdado; y, a pesar del espaldarazo al interinato brindado el miércoles por algo más de 5.000 manifestaciones a escala municipal, parroquial y vecinal, no es descartable una brutal arremetida ―aquí funjo de clarividente― antes o después del bis de ayer sábado, encore con sabor a aclamación, inaudible e invisible a los ojos y oídos del ensordecido y enceguecido transgresor del orden constitucional y aspirante a la presidencia vitalicia que pide a gritos, ¿otra vez, camarada?, la muleta del diálogo. Y, como en todas partes se cuecen habas, hay quienes prestan atención a sus pancadas de ahogado. En Rusia y China por razones crematísticas. En el Vaticano, por reflejos condicionados del peronismo y los ramalazos de la teología de la liberación. En los países chuletas porque se les acaba el jamón.
Esta semana, a pesar de la censura, mucho se comentó el arribo de una aeronave rusa y su partida cargada de oro escatimado a las reservas del BCV, a fin, de acuerdo con comadreos no desmentidos, ponerlo a buen recaudo en Moscú. Los muy hijos de Putin heredaron esa mala maña del padrecito Stalin: en 1936, 510 toneladas del preciado metal fueron trasladadas del Banco de España a la capital soviética, donde serían custodiadas por los zamuros del Kremlin. Tal vez la Santa Sede haya prescindido de las dolosas prácticas del Banco Ambrosiano en el manejo de sus finanzas y el régimen bolivariano, barrunto, no compra indulgencias de valor meramente espiritual. Resulta entonces inexplicable la remilgada mesura del Vicario de Dios respecto a nuestra situación, criticada con razón y dureza por César Miguel Rondón ―”le asusta un posible derramamiento de sangre en Venezuela… y ofreció su ayuda a las partes en conflicto (si así lo quieren) ¿Acaso no se está dando ya ese derramamiento de sangre?”―.
Hay diferencias nada sutiles entre el comedimiento papal y los pronunciamientos de la Conferencia Episcopal Venezolana. El sumo pontífice, Francisco I; Serguéi Lavrov, canciller de la Federación Rusa, y los habituales pescadores de oportunidades en río revuelto, ¿dónde andará Zapatero?, abogan por un (des)arreglo au dessus de la mêlée entre la dictadura militar y la oposición democrática, y ofertan, a tal efecto, sus oficios arbitrales. Tantas buenas intenciones están empedrando ―deliberadamente, conjeturo― un infernal camino a objeto de, sin pararle medio a flagrantes transgresiones de los derechos humanos ―40 muertos, centenares de heridos y más de 800 detenidos, entre ellos unos 70 niños y adolescentes, desde el 21 de enero es el saldo de las razzias ordenadas por Maduro, Cabello, Padrino & Co.―, oxigenar a quien la rumorología internacional reputa de insepulto cadáver político. 60 países democráticos, la OEA y el Parlamento Europeo desconocen su mandato, y 90% de la población venezolana le repudia: naciones y ciudadanos reconocen sin peros ni reparos la legitimidad del rol asumido por Guaidó. Tal como evoluciona la partida, negociar un empate, estando en posición ganadora, es una ridiculez, cuando no una idiotez. Al filo de estas últimas líneas supe que lo mismo piensa Luis Almagro. También son ridículas la búsqueda del entrometimiento mexicano, emprendida por Jorge Rodríguez, con intención manifiesta de amoratar el caldo, y la requisitoria de un fiscal tan falsario cual el presidente a juro, los espurios jueces del Supremo y los no menos fraudulentos diputados constituyentes. ¿A estas alturas, diálogo? ¡Ni de vaina!