Felices Pascuas. Escribo en Domingo de Resurrección, pero no estoy seguro de que estas notas puedan ser enviadas hoy. Serios problemas de Internet ofrecen, una vez más, dificultades graves. Lo intentaremos, a pesar de esta Venezuela en ruinas, con los servicios por el suelo y la inseguridad como norma de vida para todos. Sin embargo, la Semana Santa y el Domingo de Resurrección ofrecieron variadas oportunidades para reflexionar sobre el presente y el futuro de la familia. No repetiremos situaciones sobre diagnosticadas ni queremos agotarnos en lamentos que, a pesar de estar plenamente justificados, no ofrecen solución alguna ni alternativas válidas para el cambio urgente que reclama la nación.
Pensando en lo que cada uno puede hacer por el país, transmito la convicción de que lo primero es que cada quien defienda lo suyo por encima de todas las amenazas existentes. Lo más importante es la familia. A ello debemos dedicar lo mejor de nuestros esfuerzos. Esto debe cumplirse, a pesar del régimen gobernante e incluso en su contra. Me refiero a las negativas políticas que en todos los campos fracasan y que afectan negativamente el empeño al que me refiero.
La seguridad tiene un valor indescriptible. Se trata de algo más que la seguridad de las personas y de los bienes. Incluso, más que la propia seguridad jurídica, especialmente entre nosotros con un gobierno que sencillamente “mató” al derecho, a la Constitución y al ordenamiento jurídico indispensable para que la vida transcurra con un mínimo de serenidad.
Anhelamos que cada ciudadano, con su esfuerzo y sin depender de nadie, pueda formar, mantener y desarrollar una familia. Criar a los hijos, vestirlos, educarlos, curarlos si enferman y colocarlos en condiciones de triunfar por su propio esfuerzo. Es deber personal intransferible abrirles oportunidades ante la realidad, por dura que sea, y colocarles en las mentes, en el corazón y en las manos el instrumental básico para que puedan lograrlo. Cumplida esta tarea, nuestra actividad, también la de los buenos gobiernos, será siempre supletoria, pero el deber primario no puede dejarse en manos de terceros.
Aprovechando el día para las reflexiones, creo que la generación a la cual pertenezco tiene una deuda muy grande con las nuevas en pleno desarrollo. Nosotros hemos tenido mucho más oportunidades que nuestros padres y abuelos. Ellos trabajaron duro y se sacrificaron al máximo para que nosotros pudiéramos ser lo que somos. Quienes fracasaron o se quedaron en el camino, lo hicieron por irresponsabilidad personal derivada de circunstancias intransferibles.
Las nuevas generaciones tienen mayores dificultades. Son los grandes acreedores de la historia. Nosotros somos sus deudores. Pero no me cansaré de decirles que sigan pa’lante con todo, sin depender de nadie y con gran responsabilidad personal y familiar.
Los claros mensajes del clero en estos días ofrecen líneas concretas para la acción.
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