En artículos recientes “Presidentes trabajadores I y II”, publicados en El Nacional (Caracas) y en La Nación de San Cristóbal, se hizo, a grandes rasgos, breve mención de las muy importantes obras ejecutadas por los cinco primeros presidentes tachirenses. Esas obras perviven, las guarda la historia y los ciudadanos las disfrutan, pues fueron muy bien sembradas y siguen allí prestando los respectivos servicios. Ello nos indica que aquellos mandatarios de la primera mitad del siglo XX tomaron conciencia, verdaderamente, de la responsabilidad que les correspondió asumir y lo hicieron demostrando afecto por el país, con vocación de servicio y visión de futuro. Resistimos la tentación de pretender establecer comparaciones con la vacía o nula gestión del actual régimen durante estos primeros 18 años del siglo XXI.
Con respecto a las gestiones presidenciales de Rómulo Betancourt, Raúl Leoni, Luis Herrera Campins y Rafael Caldera debemos señalar que también las asumieron con la mayor responsabilidad. Hubo en ellos vocación de servicio y verdadera preocupación por el desarrollo socioeconómico y cultural del país, como lo evidencian muy importantes e innegables obras ejecutadas en sus gobiernos, como la fundación de nuevas universidades, entre ellas la novedosa Universidad Nacional Abierta, los parasistemas, nuevas escuelas técnicas, nuevos institutos pedagógicos y colegios universitarios, entre otros aportes. Igualmente, fueron gobiernos ajustados a los lineamientos constitucionales: separación de los poderes públicos, alternabilidad y órgano electoral independiente.
Caso especial es el de Carlos Andrés Pérez, quien, desde la adolescencia, dedicó apasionadamente su vida a la política. Primero logró ser diputado y luego senador al Congreso Nacional por su estado natal. Su creciente liderazgo hizo de él un destacado dirigente político y, en consecuencia, poseedor de un rico caudal electoral que lo llevó en dos ocasiones a ocupar la Presidencia de la República. En su primer mandato, tomando conciencia de la vital importancia del ecosistema, se ocupó de la protección de la fauna y de la flora: creó parques nacionales y el novedoso Ministerio del Ambiente, hoy inexistente. También fueron importantes obras suyas, además del apoyo a la agricultura y el desarrollo económico, el Programa de Becas Gran Mariscal de Ayacucho y la nacionalización de las industrias del hierro y del petróleo. En su segunda presidencia propició significativas reformas políticas, algunas le limitaban un tanto su poder presidencial, como es el caso de la elección directa de gobernadores y alcaldes, con lo cual acercaba el poder político al ciudadano. Con la descentralización quedó establecida –vía electoral– la necesaria alternancia en los poderes públicos. Requerimiento fundamental para la existencia de una verdadera democracia.
Bien sabemos que todo funcionario, como ser humano imperfecto que es, no está exento de las críticas que, con razones o sin ellas, suelen hacérsele a su actuación. A Carlos Andrés Pérez le declararon la guerra en su segunda presidencia, alimentada en parte por gente de su misma tolda política, a la cual él tanto le había aportado. Una sentencia de la Corte Suprema de Justicia, hilvanada en penumbrosos conciliábulos, lo despojó de la Presidencia. A ese rebuscado dictamen su ilustre abogado lo calificó de ajusticiamiento político. Ya defenestrado de la Presidencia de la República, como ciudadano demócrata que era, y por respeto al estamento legal, acató sin protestar la urdida sentencia.
No conformes con el despojo, más tarde le armaron otro juicio que lo llevó a prisión y rubricaron la sesión expulsándolo de su partido. Por tales razones apuntamos que es un caso especial.
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