El dolor se estrenó durante la nueva edición del Festival de Cine Francés, erigiéndose en uno de los títulos más consistentes de la muestra y el año, al narrar la historia de las víctimas de la ocupación nazi del país galo al final de la Segunda Guerra Mundial.
El argumento del guion, por tanto, puede reflejar el dilema político de Venezuela, cuyo territorio permanece sojuzgado por un ejército alejado de los intereses reales del pueblo, para complacer a las potencias imperiales de Rusia y China. Salvando las distancias, el problema es el mismo, a pesar de las diferencias geográficas e históricas.
La película adapta la novela original de Marguerite Duras, quien narra en tono autobiográfico las penurias de un pasado oscuro, cuando su marido fue apresado y desaparecido por la Gestapo en los tiempos de la Shoa, del holocausto, de la solución final.
Impresionan las similitudes con los innumerables casos de encarcelamiento de inocentes, por delitos de conciencia, en el país del Sebin, de la FAES, de Ramo Verde y de El Helicoide. La literatura y el cine refrendan siempre su capacidad de refrescar la memoria, con el objetivo de enfrentar a la impunidad del fascismo, de ayer y de hoy.
La protagonista busca desesperadamente a su esposo, como la víctima de una trama de secuestradores, sospechosos y espías. La herida del personaje se vislumbra en el semblante afligido y atormentado de la actriz principal, Melanie Thierry.
El papel de la mujer reconoce influencias de los famosos personajes de las corrientes de vanguardia de la década de los cincuenta. El suyo es un sufrimiento compartido por las madres de la escuela del neorrealismo italiano (Roma, ciudad abierta). Las imágenes de desgarro pertenecen a un contexto bien representado por la estética de los autores disidentes de la escena del París del siglo XX (Melville, Bresson y Resnais).
Durante los dos primeros arcos y actos del libreto, la tragedia de Marguerite Duras nos conmueve y toca en las fibras sensibles. Jamás se rinde en la lucha por hacer justicia, encontrando una pista o una fe de vida de su marido. Para ello entabla una relación peligrosa con un hombre cínico y gris, empeñado en explotar el tormento existencial de la dama en apuros.
El misterioso sujeto quiere seducirla, mientras juega a traficar información para ambos bandos, a la manera de un doble agente. Aunque en rigor, el caballero personifica a un clásico colaboracionista del régimen. Él promete prestar ayuda a la desconsolada mujer, pero en realidad parece interesado en usarla como medio para infiltrar y contener a los grupos clandestinos.
La usurpación cesa tras la caída de Hitler. Las secuelas de la intervención afectan la identidad del reparto de intérpretes. Marguerite Duras pasa de la pesadilla al sueño, en una atmósfera distópica y onírica. Los recuerdos se combinan con la nostalgia y el aparente espíritu de cambio en la liberación. La melancolía embarga el desenlace.
La muerte se respira en el fuera de campo, en lo apenas sugerido, en lo imposible de traducir. El dolor escribe poesía después de los campos de concentración, logrando crear un discurso sobre el valor de la resistencia y la resiliencia. Las explicaciones sobran delante de una denuncia así de cruda y portentosa.
No hay mejor recomendación y opción, en la cartelera del mes de mayo, ante los traumas del presente en la ex patria.
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