Los que marchan; los que apoyan dentro o fuera de Venezuela; los que están en el frente o más atrás, en el cuerpo central de las demostraciones, o en la retaguardia; los que son capaces de conmoverse ante el crimen que ejecutan Maduro y sus secuaces; todos, sin excepción, merecen reconocimiento eterno por la patria libre que harán posible.
Hoy escribo sobre los muchachos de “la Resistencia”. Esos jóvenes, jovencísimos muchos de ellos, de repente congregados en cualquier altura de la marcha, se colocan en el algún recodo y comienzan a prepararse para el combate que vendrá. El escudo a veces mejor hecho, otras con retazos de algún material; una franela que solo deja los ojos prontos para lo que vendrá; un casco que puede adquirir calidades inusitadas; muchos con máscaras antigás; pero, especialmente una determinación que solo poseen los que están dispuestos a todo, incluso a arriesgar su vida como se ha visto por más de 70 días.
Es posible que al arranque hayan sido percibidos como los amotinados de cualquier manifestación. Sin embargo, en el combate comenzaron a ganarse sus galones. Hoy los de la Resistencia tienen las insignias de los soldados del asfalto, de los capitanes de la calle, de los coroneles de la revuelta.
Cuando atraviesan la multitud, con paso seguro, como quien va a un destino, los ciudadanos los reconocen y aplauden. Saben que, en el fondo, las marchas convocadas hacia recintos a los que no puede llegarse, adquieren otro sentido, más dramático y riesgoso, cuando “la Resistencia” se coloca al frente y les dice a guardias y policías: no descansaremos hasta que un día nos abramos paso y le abramos paso a esos que están detrás de nosotros y de los cuales somos sus heraldos.
Antes era un puñado de jóvenes, ahora parecen cientos muy organizados. Seguro que hay una mezcla social, política, espiritual y ética muy compleja; sin faltar los infiltrados, sembrados para destruirlos. No sabemos. No reclaman un protagonismo individual, ni se hacen selfies, ni tienen una cámara que los lance con nombre y apellido hacia las redes –salvo cuando rinden su vida por la causa, como Neomar Lander, ante quien Venezuela se inclina en homenaje–.
Los de la Resistencia son el rostro de las marchas en el anonimato de sus individualidades. No sé el porvenir de esos niños-jóvenes héroes. Ellos marchan y “frentean” por los que vienen detrás, tal vez sin saber exactamente que los demás marchan por ellos, porque los resistentes le comunican sentido a una presencia en la calle que, al llegar una y otra vez al mismo sitio, a veces pareciera no tenerlo.