No solo los venezolanos que lo vivimos, sino el mundo democrático entero ha visto con desazón y desprecio cómo el gobierno de Maduro viene destruyendo todas y cada una de las piezas fundamentales que sostenían la constitucionalidad venezolana, ya bastante maltrecha por su mentor, la mano que le legó el arma para continuar la demolición del país. Pero, sin duda, a partir de las elecciones parlamentarias de 2015, que mostraron fehacientemente que el país ya no soportaba sus atropellos e infamias, hemos caído al fondo del barranco.
Ya todos sabemos la escalada de crímenes cívicos que esa constatación motivó, desposeídos del afecto popular que creían haber enrejado para siempre con su demagogia populista. Después de ese pescozón electoral ya no hubo sino desnudas mentiras, desprecio de cualquier lógica, dentelladas contra toda institucionalidad, casi inverosímiles, que por recientes y flagrantes no vamos a enumerar. En especial, se cerró definitivamente, nunca estuvo abierta realmente, la puerta mayor de la democracia, el voto libre y limpio.
Ahora tenemos delante unas elecciones presidenciales impúdicas, y probablemente pronto legislativas para no dejar un solo resquicio de resistencia constitucional a la dictadura. Comicios que son un asco, donde no hay trampa que no se haya hecho o se hará. Y que la MUD ha rechazado con toda dignidad, después de denodados esfuerzos para adecentarlas mínimamente, hacerlas al menos como las que hacía el difunto cuando estaba seguro de que las iba a ganar y no con el pánico de Maduro y los suyos que se saben aborrecidos. Hoy “no hay razón ni justificación alguna para votar… Lo que se mantendrá en pie, contra todo, y como esperanza para un futuro, será nuestro ajuntamiento”, dice el padre Alejandro Moreno. Y esa juntura, esa unidad, ha sido la premisa mayor que preside el silogismo de la recuperación de la libertad. Unidad del país decente, político y civil. Así ha venido pasando, en ambos terrenos, y en ese camino debemos perseverar y crecer; por cierto, con prisa, urge. A lo cual, por supuesto, y es demasiado importante, se aúna la condena a la sórdida farsa del mundo civilizado que, quizás como nunca en este continente, no cesa de multiplicar día a día sus gestos de angustiosa solidaridad.
No obstante, como era previsible de un tiempo a esta parte, hay que dejar constancia de una baja, Henri Falcón y su candidatura. Y ese es un primer combate que hay que dar, encarar esa postulación que puede dañar el objetivo de dejar a Maduro combatiendo con su sombra y sus cartas marcadas. No hay que menospreciarlo, no es solo el apaleado gobernador de la última elección en su propia tierra, no es tampoco el candidato de tres invisibles y sepultadas organizaciones, ni el hombre de la cuerda floja que a nadie ofrecía mucha confianza. No. No forma parte de los ingenuos ociosos que complementan el cuadro de postulados. Es el único candidato que el chavismo quiere medianamente bien parado, nadie habla de ganar, ni siquiera de lucir, para aportar una pequeña ración de esa legitimidad que busca Maduro desesperadamente. De manera que juegan en el mismo equipo, ese cuyo logro primero e indispensable es mostrar que estas elecciones son un buen campo para jugar entre pares. De manera que van a colaborar de todas las formas, pero, sobre todo, agrediéndose brutalmente para que no quepan dudas sobre la legitimidad de sus posturas. Y, por qué no decirlo, otra paradoja, esta más triste: habrá gente que desesperada por la amenaza de otro período infernal de gobierno madurista verá mágicamente en esa opción, aunque la desconozca o abomine, la posibilidad de huir de la indigerible tragedia. No, no es un problema menor, esta complicidad puede dañar la estrategia por la recuperación moral y material del país. Y pienso que la mejor y más inmediata manera de combatirla es alejándose de la forma más rotunda de ella, excluir al oscuro candidato de las filas de la MUD y de cualquier otra forma de unidad que se instrumente. Simplemente, no hacerlo sería entrar como actores en la misma siniestra comedia de equivocaciones. Él lucha contra la abstención y nosotros por ella. Somos adversarios y debemos demostrarlo.