Si algo hemos pretendido ser, al menos hemos aparentado como pueblo querer ser, es una república. Otras veces insistí en la significación estratégica de esa elección que como pueblo y, las élites del momento así lo asumieron, siempre hicimos. Desde el alba histórica así fue.
La igualdad y la libertad de los seres humanos, la preeminencia de la ley en el control del poder y la valoración de esos principios estuvieron en la base de la construcción de lo que sería Venezuela. Faltaría mencionar que también fuimos tributarios de una corriente que se reclamaba del pueblo soberano y de sus decisiones para conducir y guiar la sociedad. La declaración de los derechos del pueblo del 1 de julio de 1811 ratifica sólidamente nuestra afirmación. La república fue y es la estrella que perseguimos es nuestro viaje como entidad trascendente.
También afirmamos una y otra vez que queríamos ser una federación y hasta una guerra civil cruenta, costosa, despiadada, libramos en esa dirección, pero los afanes del centralismo siempre reaparecieron y se impusieron en nuestra experiencia existencial como república. Tras más de dos docenas de constituciones seguimos llamándonos federación y clamando por la descentralización del poder y al contrario, la práctica contradice alegremente el presupuesto de formal ingeniería de nuestra república y nos trae vapuleados por las inconsecuencias del centralismo y últimamente con el período chavista pernicioso y fatal más que nunca.
Pero, la democracia no apareció con claridad sino algo más de un siglo después de separarnos de Colombia y transitar nuestro camino como Estado independiente. En mi opinión la república democrática se decantará a partir del trienio 45/48 con el arribo de la ciudadanía para todos, mujeres, jóvenes y analfabetas incluidos y desde ese hito, recomenzó el forcejeo por lograr una república civil y democrática que vio el día a partir de la huida del dictador de la época aquel 23 de enero de 1958 y especialmente, desde el 23 de enero de 1961 con la sanción de una auténtica Constitución republicana y democrática.
Así las cosas, navegamos desde Puntofijo y aquel elenco estelar de héroes republicanos y auténticos demócratas encabezados por Rómulo Betancourt, Rafael Caldera, Jovito Villalba, sin olvidar contribuciones capitales como aquellas de Leoni y Barrios en 1968. Pero seguíamos pesadamente siendo un Estado centralizado en el que las regiones y sus conciudadanos eran testigos fatuos de una dinámica de poder que los involucraba en sus resultas, aunque no en su formulación de políticas ni en las decisiones que pudiera corresponderle. El centralismo fue y es una tara hereditaria.
Pero teníamos república, democracia y civilidad, lo que jamás en nuestro devenir había sido realidad sino propósitos deseos y declaraciones o proyectos inconclusos. Además, la república civil democrática sí que distribuyó la riqueza cuando multiplicó para hacer accesible a todos la educación, la salud, movilidad social, ofreciendo así a la ciudadanía una genuina oportunidad de progreso y ascenso conforme a su esfuerzo y disposición. De esta afirmación puede encontrarse pruebas en infinidad de estudios de las épocas señaladas, en las mediciones y seguimientos de los diferentes organismos internacionales y en las agencias de Naciones Unidas.
Se construyó un mercado que proveía a precios asequibles lo necesario y si bien aprovechó el país en demasía una economía rentística, se hizo el esfuerzo de sentar también los fundamentos de su diversificación y Guayana es un ejemplo indiscutible. No se logró ciertamente sembrar ese petróleo a satisfacción, sino que continuamos dependiendo patológicamente del oro negro, valga el lugar común, y de la volatilidad que le caracteriza. Errores quizás se cometieron con las tesis en boga, la sustitución de importaciones y el coro cepalista con Prebisch al frente nos lideró y trajo a lo que somos.
Pero se produjeron desviaciones, extravíos, errores. El edificio republicano, civil y democrático se resintió a partir de la profundización del estatismo, del partidismo y del mismísimo centralismo. Consciencia hubo y se denunció en la Copre, lo cual se tradujo en un esfuerzo por revisar la conducta pública y la estrategia económica. Se advirtió y se inició la corrección, pero la antipolítica y la ceguera de los que sabían, pero por ambición obviaban, nos debilitó y puso a prueba.
Desolados y ligeros, simplones, vacilantes y precarios llegamos a la llamada república bolivariana inconsistentes, me temo y esta fue todo, pero para nada bolivariana y a la postre atentó contra la república misma. Basta leer al Bolívar de Angostura para verificar la bondad de lo acá anotado. Chávez solo aportó demagogia, populismo, militarismo y corrupción de su entorno, de su familia, de sus seguidores más próximos y especialmente de sus pretendidos epígonos. No hay dudas al respecto, por cierto.
En medio de la agonía, la república de Venezuela confirma en su angustia que lo peor de estas vivencias de las dos últimas décadas de fracaso, desastre y ruindad es sabernos timados, engañados, burlados por quienes usaron al Libertador como mascarón de proa y no fueron capaces de ponerse limites ni de empapar sus ejecutorias del más elemental bolivarianismo.
Venezuela sueña con la superación de este pandemónium, pero debe quedarle claro que eso solo será posible si rehabilita, regenera, recupera sus verdaderos ideales republicanos. ¡Manos a la obra, pues!
@nchittylaroche
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