La búsqueda ansiosa de soluciones a los males que nos aquejan como nación parece circunscribirse al simple cambio de régimen político y, sobre todo, al terreno de la economía, tan abatida por el peso de unas políticas públicas enteramente desatinadas, que han destruido valor en todos los sectores y han originado escasez de bienes y servicios esenciales para la población. Desde que se abrogó la separación de poderes públicos en nombre de una fábula intolerante de todo resquicio de disidencia, la forma de gobierno dejó de ser republicana, dando al traste con el equilibrio que hace posible la estabilidad del Estado democrático de Derecho, tanto como la libertad, la justicia y la igualdad de los ciudadanos ante la ley. Temas sin duda medulares que condicionan la vida venezolana y que han dado lugar, entre otras iniciativas, a la creación del llamado “Frente Amplio”, que últimamente se propone rescatar el Estado y avanzar sobre un proceso de transición y de ordenada reinstitucionalización del país. Y para ello viene convocando integrantes de diversos grupos de actividad, a lo que pretende erigirse en basamento del consenso para la elaboración de un “Plan de Salvación Nacional”. Se insiste en emplazar elecciones libres, en denunciar la sistemática violación de los derechos humanos, en solucionar la crisis política, económica y social que nos agobia, en abordar la calamidad humanitaria que trasciende las fronteras territoriales, en trabajar con la comunidad internacional por la democracia venezolana. Un empeño de veras plausible y que viene precedido de los esfuerzos de una oposición política aglutinada en torno a objetivos predominantemente electorales.
No parece ser prioritario el debate político y cultural, de suyo tan apasionante e indispensable como el que concierne a los problemas económicos e institucionales. Poco o nada se habla en estos días de la regeneración de las ideas políticas, de la acción y vida cultural sin las cuales no será posible mejorar las condiciones de vida del venezolano y de tal manera fortalecer las instituciones del Estado. Se trata en esencia de dos caras de una misma moneda, tal y como se sostuvo en tiempos de la España de la ilustración: el progreso material y la renovación de las ideas.
El regreso a la vida institucional, al Estado democrático de Derecho, a la viabilidad económica del país –un país que dispone de ingentes recursos humanos y materiales para su desarrollo– son componentes esenciales de cualquier plan de rehabilitación nacional. Pero ese proceso regenerativo cabalga sobre estructuras sociales y políticas más o menos rígidas, y ello nos obliga a replantear primeramente en el terreno de las ideas, algunas interrogantes sobre caminos alternativos para lograr objetivos nacionales de progreso social y de proyección internacional. Con una población exangüe, unos agentes económicos debilitados y una carencia de instituciones confiables, es imposible para los venezolanos abrirse espacio respetable en el pensamiento, en la ciencia y en la política latinoamericanas –para circunscribirnos a nuestro ámbito regional–. Y la ciencia aplicable debe conjugarse con acciones recatadas que conduzcan a la transformación y desarrollo estructurado del fundamento mental –sustento del pensamiento venezolano–, un propósito honesto, insistimos, que solo puede alcanzarse a través de la educación.
Así pues, cualquier proyecto de reforma debe ser integral y por ello tiene que afrontar tanto la esfera material como el mundo de las ideas. En la España dieciochesca, se conjuntaban economía, política y cultura, un terceto siempre presente en los escritos de los hombres de letras –Olavide, Jovellanos, Campomanes, Mayans– y en la acción del gobierno; era el debate de fondo sobre cómo poner España al día. Y en estos procesos no todos tienen que estar de acuerdo sobre una misma concepción de la política y de la economía. La opinión pública se irá forjando a partir de las realidades autóctonas y del acontecer internacional, concertando grupos diversos, con ideas claramente diferenciadas acerca de los propósitos y de cómo lograrlos en beneficio de todos.
Ciertamente la compleja realidad nacional no nos da margen holgado para pensar serenamente en términos de transformación ideológica y cultural. Las urgencias humanitarias y la insostenibilidad política y económica del statu quo, acaparan la agenda de nuestros días aciagos. Ni siquiera el espíritu regenerador que al parecer se va desenvolviendo en otros países de la región logra llamar la atención de los principales actores de la vida política venezolana; naturalmente, siempre habrá excepciones. Y hay todavía quienes insisten en un supuesto socialismo “de avanzada”, queriendo con ello tomar distancia del extremismo absurdo y decadente de las ultimas dos décadas. Una postura que apenas “atempera” el formulismo de izquierdas que conocemos desde los primeros tiempos de la democracia representativa y que no nos ha deparado buenos resultados. ¿Seremos capaces de vencer el anquilosado axioma que comúnmente y sin fórmula de juicio descarta las reales posibilidades del sistema económico de mercado? ¿Será posible edificar un verdadero consenso nacional, a partir de ideas avanzadas y ante todo propiamente venezolanas? Solo una genuina renovación ideológica y cultural, desbloqueará efectivamente nuestro horizonte de oportunidades como nación.