A Venezuela la están rematando. Así como lo leen. Después de haberse engullido un torrente de petrodólares y dejado al país en la ruina en todos los ámbitos de la vida nacional, Maduro remata nuestros bienes, y rematan a nuestros estudiantes en las calles por ejercer su legítimo derecho de reclamar un futuro con esperanzas. Rematan a los abuelos en los hospitales porque no tienen cómo curarse de enfermedades elementales, por la inocultable carencia de medicinas, y rematan a niños famélicos por el hambre, de esos que forman parte de familias que pululan por las vías de toda Venezuela abriendo bolsas de basura para comer desperdicios. Rematan los bonos diseñados por las mafias que han controlado el Banco Central de Venezuela, la Tesorería de la República y nuestra otrora empresa de excelencia Pdvsa, instituciones devenidas en “casinos financieros” en los cuales hacen apuestas donde nunca pierden, porque manejan esos organismos como mesas de juegos de azar, o ruletas instaladas en casas de juegos amañados.
La operación que acaba de consumar Goldman Sachs es la propia golilla, afianzando la adquisición de bonos de la empresa estatal Petróleos de Venezuela con una rebaja de 69%. La sociedad estadounidense convino en pagar al Banco Central de nuestro país 865 millones de dólares, 31 céntimos, por la operación efectiva de títulos emitidos en 2014 con término en 2022 por un valor de 2.800 millones de dólares. Esta traicionera negociación nos hace recordar por qué Henry Ford decía que “el secreto de mi éxito consiste en pagar como si fuera pródigo y en vender como si estuviera en quiebra”. Pero la certeza en esta golilla tramada entre sinvergüenzas es que ni los compradores fueron dispendiosos ni los vendedores procedieron simulando una quiebra. Más bien, apelando al refranero popular diría que “donde buena olla se quiebra, buena tapadera queda”.
Es lo que se ha hecho con las empresas básicas de la CVG, enterradas después de una bancarrota fraudulenta. Y qué decir de las empresas agropecuarias empujadas a un cataclismo que ha sometido a prueba el coraje de nuestros empresarios y trabajadores del campo venezolano quienes exclaman –en las voces recias y valientes de Odoardo Albornoz, Antonio Pestana y Aquiles Hopkins– que es preferible asumir las pérdidas con la dignidad con que ven perder sus rebaños y cosechas que asaltar con fraudes los descarnados entes del gobierno.
Esta lucha ha dado sus resultados, aún no definitivos, pero hemos avanzado muchísimo. Ya hemos visto que la OEA dejó de ser el tablero donde el chavismo movía piezas a su antojo. También se han asimilado –espero– las simulaciones pacifistas de quienes estarán buscando que Maduro consiga, como lo obtuvo Hitler, a sus Mussolini, Daladier y Chamberlain, a quienes hizo capitular en Múnich prometiendo una paz que nunca llegó. Al día de hoy la gente continúa arriesgando sus vidas en las calles, y ningún interlocutor político comprometerá su determinación de impedir que se instale un comunismo en Venezuela.