El problema político fundamental que enfrenta el país en estos días es que el tiempo histórico del chavismo-madurismo ha llegado a su fin y que hasta ahora los disidentes no hemos sido capaces de arbitrar los medios necesarios para concretar esa realidad.
Con base en su equivocada visión ideológica, el régimen ha intentado, sin éxito, durante estos largos años que llevan en el poder, establecer variadas e infructuosas reformas políticas que han originado perversos resultados colaterales que han afectado negativamente a toda la población. El tiempo transcurrido con esa cáfila de inútiles y delincuentes de baja ralea gobernando ha frustrado las expectativas de aquellos que ingenuamente creyeron, inicialmente, que el régimen los reivindicaría socialmente de la exclusión y la inequidad, y que vivirían mejor. Al hacer un análisis retrospectivo de los recursos que dispuso y de los escasos logros y realizaciones alcanzados, debemos concluir que el régimen tuvo la mejor de las oportunidades para hacer un buen gobierno, pero la desperdició miserablemente. La desperdició porque ha sido incapaz para conducir los cambios que proponía, porque ha demostrado una proverbial ineficacia para instrumentarlos y porque no ha podido convencer a la población que le acompañe en sus irrealizables sueños. No entendió su momento histórico: el país no quiere el tiempo pasado, rechaza el modelo de sociedad que nos ha querido imponer en el tiempo presente y solo le interesan viables alternativas hacia el futuro. El régimen no quiso adecuar el ejercicio de su administración a las necesidades reales del desarrollo del país, a lo que este necesita y demanda: un buen gobierno que trabaje positivamente para alcanzar metas de desarrollo, bienestar y progreso cónsonos con los niveles de ingreso que el país percibe y ha percibido. El país necesita modernizar las estructuras del Estado, hacer eficiente y mejorar la productividad de las instituciones públicas y garantizar seguridad y un sistema de justicia y legalidad a la ciudadanía. El gobierno obcecadamente responde con más centralización administrativa y más presencia del Estado en las actividades económicas; menos autonomía de acción para los entes públicos y mayor control gubernamental para las actividades privadas. El régimen lo que ha hecho es retrotraer al país a etapas históricas que ya habíamos superado y ha puesto de relieve la perversidad que animan sus métodos represivos contra quienes le adversan. Actualmente, se constata que las instituciones fundamentales de la nación están afectadas al máximo en su operatividad y credibilidad por el sistemático incumplimiento de las leyes, por la fuerte inherencia presidencial en sus actividades, la rampante corrupción y las equivocadas políticas públicas del régimen.
He allí el monumental fracaso de la gestión pública y política de un gobierno al que aún no se le termina el tiempo constitucional de su mandato, pero sí el tiempo y la oportunidad de hacer y crear que, en su momento, le dieron sus votantes y la historia.
La incertidumbre atenaza e inmoviliza a los servidores del régimen. Las ambiciones de sucesión separan a los diversos grupos que cohabitan en el PSUV. En la Fuerza Armada hay fuertes vientos de fronda. El desencanto y las frustraciones de los seguidores del régimen cunden a granel. El liderazgo único e indiscutible se fue. Emerge y crece con fuerza una férrea voluntad unitaria en los predios opositores. El régimen se angustia porque sabe que la historia le exige dejar el paso libre a quienes pueden conducir mejor los destinos del país.
La mayoría de los venezolanos queremos que en 2018 termine, de una vez por todas, la larga y tenebrosa noche del chavismo y para eso nos preparamos concienzudamente, sin dubitaciones, ni miedos.