Leyendo al maestro Pedro Grases, siempre de tan grata memoria, en uno de sus artículos editoriales de la página literaria de El Heraldo, allá por 1942, encontré las siguientes reflexiones del sabio humanista que nos privilegió con su magisterio, con su inmensa obra editorial, con su dilatada cultura y don de gentes: “Nuestra época necesita inevitablemente un reajuste moral. Cada uno de nosotros vive ante la perplejidad de acontecimientos que hunden nuestra propia vida en la duda y en la indecisión. Rehacer la personalidad maltrecha por tantos acontecimientos superiores a la propia capacidad de orientación nos parece la más urgente necesidad de nuestros días. Hemos sido presos por el vértigo de acontecimientos insospechados que sepultan iniciativas y zarandean nuestras vidas empujándolas por los más extraños caminos, sin que sintamos vinculación alguna, o muy tenue, con la formación anterior o con los anhelos vividos, los cuales aunque sean recientes, se nos aparecen muy lejanos en nuestra conciencia…”.
Quien escribía estas líneas apenas si completaba el primer lustro de lo que fue una fecunda existencia venezolana. Había llegado a estas tierras en 1937, forzado por hechos y circunstancias cumplidas en su Cataluña natal, en tiempos de la Guerra Civil española. Una paradoja que nos vino de afuera: para nuestra cultura venezolana, fue una gran bendición aquella diáspora doliente de quienes, huyendo de Franco y de la falange, vinieron a reavivar nuestro claustro universitario, a enriquecer nuestra cultura, a dar calor y nuevo contenido a la enseñanza de nuestras letras, a esclarecer el pensamiento vernáculo de nuestros primeros intelectuales, incluso a concretar avances muy singulares en nuestras ciencias.
Lo dicho hasta aquí no es tan solo un cálido recuerdo de una personalidad excepcional, también antecede una necesaria y profunda reflexión sobre nuestro presente y futuro de nación. La España de aquellos años de guerra y de dictadura no se perdió para siempre. La Venezuela de nuestros días, sumida entre factores nugatorios del sosiego social, ayuna de referentes actuales, avergonzada ante tanto desorden y sobre todo ante el desprecio de la persona humana, presa de la insensatez y ausencia de espíritu público, tampoco se perderá en la tiniebla que la envuelve como una peste que nos luce inescapable. ¿De qué depende que salga del tremedal que la asfixia?
Pues no tengo dudas de que del reajuste moral insinuado por Grases, de cuanto nos emplaza rehacer la personalidad maltrecha por estos avatares de una política que no es política, por los efectos de una gestión de gobierno que no resuelve los problemas esenciales del ciudadano común, por los pasos en falso de un liderazgo indigno del favor de la gente –el de oposición, obviamente, aunque siempre habrá honrosas excepciones–, en fin, por la degradación institucional que desdibuja toda estampa republicana en la Venezuela de nuestros días. Tenemos decididamente que marchar hacia otro norte, superando las angustias, interrogantes e incertidumbres de la hora actual. Pensar con la cabeza y buscar referentes válidos que los ha habido en el curso de nuestra historia, incluso en nuestro devenir contemporáneo, si es que hubiere corta memoria de lo que hemos sido, de lo que nos compete volver a ser como ciudadanos de una nación posible en todos los ámbitos de la vida en sociedad.
Venezuela se ahoga en los males de esta hora aciaga que transita por múltiples causas, incluida la ingenuidad de quienes siguen a falsos líderes, tanto como el oportunismo artero de quienes no tienen escrúpulos al embaucar inocentes con mentiras y, como los sofistas de la helénica, con habilidosas trampas dialécticas. Y no hablemos de las presiones insanas que provienen del gobierno en funciones, de los chantajes y amenazas, ni de la insistente politización de las miserias que abruman a los menos favorecidos. Todo eso duele, pero igual pasa, se supera siempre y cuando los ciudadanos pongan de su parte. Las cosas tampoco se resuelven solas ni es válido esperar que otros vengan a solventar lo que no somos capaces de superar con nuestros propios medios.
Se dirá que este artículo no tiene conclusión alguna, que no propone nada concreto. En tiempos de tormenta y oscuridad, no es fácil definir un trayecto. Quizás bastaría decir que en el camino de la democracia, la democracia es el camino. Lo que sin duda podríamos acreditar como dogma de fe, pero que sin embargo no aclara el horizonte de los descreídos, ni remedia las carencias de los necesitados, que son muchos. Lo vuelvo a decir: tenemos que marchar hacia otro norte, perdurar en lo andado no nos devolverá la República. Y para ello, pudiéramos comenzar por regresar sobre aquel vocabulario de virtudes que Pedro Grases encontró en la cuidadosa lectura de lo afirmativo venezolano: “…se destaca –en la obra de Augusto Mijares– el uso de conceptos definidores de las más dignas cualidades humanas referidas a la vida pública o al trato entre conciudadanos…”. Volveremos sobre este importante asunto.