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Reflexión al pie de la cruz de luz

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Desde que diciembre pisó nuestra senda, la escondida senda de las tribulaciones, que azotaron al Año Viejo –hambre, enfermedades, presos políticos, muerte– he orientado mis ojos hacia la cruz de luces allá arriba, en el Ávila de Manuel Cabré, nacido el 25 de enero de 1890, en Barcelona, España. Cabré acercó la montaña a nuestras vidas, en este valle donde aún canta el ruiseñor de Catuche, de Aquiles Nazoa, ave que nos llegó de “El canto del ruiseñor”, un bello cuento que empieza así: “Una tarde, hacia el crepúsculo, el ruiseñor empezó a cantar. Su voz, líquida y pura, se elevó en el aire, armoniosa y dulce”. Deslizado el día, la noche iba absorbiendo los colores de mis tardes amadas.

Delicioso efecto decembrino. El cielo está limpio hoy por la mañana, y la muselina gris de la lluvia flotó sobre todo el circo de nuestras montañas. En este momento la banda azul de los azulejos, el arcoíris de las bandadas de guacamayas, que habían aparecido en el cielo de mi balcón, sube hasta el cénit, y la cúpula del cielo, casi limpio de nubes, deja caer sobre nosotros la plateada luz de la luna. El día fue benigno, nos benefició en esta estación del año.

Así, después de la estación de las lágrimas, puede volver aún la dulce alegría. Di tú, hombre, que entras en el otoño de tu vida que el gran Rubén Darío, como buen ave canora, lo cantó: “¡Juventud, divino tesoro, te vas para no volver!”. Así es, dicen las Escrituras. Pero di también, hombre, que el otoño tiene bellezas. Las lluvias, las nubes ensombrecen la estación tardía, pero todavía la luz acaricia nuestros ojos y los follajes enlunados. Es el momento de reunir las provisiones para el invierno cercano. Cesare Pavese lo escribió en su dolor de dura vida: “Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, esta muerte que nos acompaña desde el alba a la noche, insomne, sorda, como un viejo remordimiento un absurdo defecto. Tus ojos serán una palabra inútil, un grito callado, un silencio. Así los ves cada mañana cuando sola te inclinas ante el espejo. Oh, cara esperanza, aquel día sabremos, también, que eres la vida y eres la nada. Para todos tiene la muerte una mirada. Vendrá la muerte y tendrá tus ojos. Será como dejar un vicio, como ver en el espejo asomar un rostro muerto, como escuchar un labio ya cerrado. Mudos, descenderemos al abismo”. El gran poeta italiano se suicidó el 27 de agosto de 1950 en un hotel de Turín, ingiriendo doce sobres de somníferos.

Esa es una verdad irrefutable como el cero al cual ascienden nuestros labios. Pero no todos los poetas guardan silencio con los labios cerrados. Me llega la voz de Mery Sananes, esa que se brota desde su poema “Preludio a la esperanza”. Escucha, hombre, mujer, este dulce fragmento: “La esperanza es un palomar detenido en el umbral de los sueños, una pupila que se agiganta ante la visión de un mar inmensamente azul, la travesía que recorre la lágrima, desde el diafragma adolorido hasta el delta de unos ojos que no se abren, para que no se escape su sal por el rubor violeta de las mejillas. (…) La esperanza es el espacio de un preludio, por donde habrá de irrumpir algún día el aleteo alborozado de las garzas, que beben el néctar de los días vividos, y transportan el polen de los días porvenir”. Mery, perdona mi puntuación. Su libro se llama Memoria de pájaros y hombres (agosto, 2017), y trae a la memoria del olvido a Pájaros (París, 162), de Saint-John Perse, nacido Marie-René-Alexis Saint-Leger Leger, en la isla Guadalupe, dependencia del Imperio Colonial Francés en las Antillas (1887-1975), Nobel en 1960.

Mery se angustia por el destrozo del mundo, pero sostiene la esperanza de que el hombre es algo más que un ser prescindible, mortal, y que la vida es una realidad a conquistar. La vida verdaderamente humana. Alrededor de este bello libro –creo– se ha hecho un silencio deshonesto. La poeta propone aprender del pájaro esa conciencia que le permite al ser humano cumplir la función para la que fue creado. Perse, en su isla antillana, festejaba en largas secuencias el vuelo de los pájaros de ultramar. El ave ejemplifica un tipo de observación y un gesto, una mirada aparte, dueña de sí, pero viendo desde lo alto una cierta eternidad, una certeza a la que está ligado. Avidez, hambre de existir y de cubrir distancias, capacidad envidiable de ensamblar meses en el único impulso de sus plumas.

La bandada de guacamayas, los azulejos en las ramas y algún capanegra furtivo, sirven de maquinaria a esta reflexión, con la mirada en los aires. Veo desfilar a los caídos por la libertad, escucho la sangre que corre en las calles, me indigna la risotada de los guardias, su abominable orgullo de decir que perseguirán, hasta debajo de las piedras, a quienes piensan distinto, que los encerrarán en estrechas celdas militares. Esos “terminators” y sus manejadores exigen rescate por la liberad de sus pesos. Ese día llegará, en sus propias conciencias, aún malignas, los ahogarán. La Justicia, la diosa de la justicia lleva una venda en los ojos, pero es sabia y llega siempre. Era la encarnación del orden divino, las leyes y las costumbres. Cuando se le hace caso omiso, Némesis trae el justo y colérico castigo. Temis no era colérica: ella, “la de preciosas mejillas”, fue la primera en ofrecer a Hera una copa cuando volvió al Olimpo afligida por las amenazas de Zeus.

Se ha ido la luna, la cruz de luces me habla. Sufrimos a medida que más amamos. El hombre es como su amor, y sigue la suerte de su amor. Termino esta reflexión preguntándome con Rimbaud: “¿Tuve una vez una juventud agradable, heroica, fabulosa, como para ser escrita sobre páginas de oro? – ¡demasiada suerte! ¿Cuándo iremos más allá de las playas y los montes, a saludar el nacimiento del trabajo nuevo, la nueva sabiduría, la huida de los tiranos y los demonios, el fin de la superstición, para adorar –¡los primeros!– la Navidad en la tierra?

De la memoria del olvido rescato una copa de vino, y escucho a Mateo (XX, 31): “En verdad os digo que pecadores y prostitutas irán antes que vosotros al reino de Dios”. Nosce te ipsum, quod ipsum liberum sit. Conócete a ti mismo, es la verdadera libertad. Tomemos nuestras armas, la verdad, la lucha, la pluma, y la vida tendrá nuestros ojos.

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