COLUMNISTA

Reencuentros

por Sergio Monsalve Sergio Monsalve

Sylvester Stallone vuelve a la pantalla con Creed 2, secuela del spin off de Rocky. Cual franquicia de superhéroes, la saga pugilística, de la historia del cine, extiende sus rounds en la cartelera, explotando la nostalgia de los fanáticos.

La edad ha cambiado el tono de la serie, así como la manera de presentar su entramado de personajes. Es ahora el hijo de Apollo quien protagoniza los giros de la trama; sus caídas, sus golpes bajos y sus nocauts técnicos.

Después de una primera parte, en la que el joven Adonis descubre su destino en un viaje de iniciación, la segunda entrega lo muestra en el pico de la fama, como campeón de los pesos pesados, teniendo que asumir el reto de confrontar al hijo del gigante ruso que mató a su padre en el cuadrilátero (Iván Drago).

La cámara filma a los protagonistas del argumento en planos que denotan un aura fantasmal. Al principio, el mentor Rocky entra a cuadro, luego de hablarle a su pupilo fuera de campo. Desde entonces, la narrativa afianza la idea de unos caracteres que permanecen atados a un pasado de pesadilla, depresión y luto. El dinero y el éxito, según lo que vemos, no pueden comprar la felicidad y la autosatisfacción de los deportistas profesionales en el juego de guerra.

En la superficie, el guion cuenta un clásico relato de revancha y superación de un trauma. A lo cual se prestan los conscientes perfiles crepusculares del reparto. Rocky exhibe la imagen de un ídolo quebrado en lo moral, que solo desea un retiro en soledad. Pero ni el aislamiento consigue calmar el ruido loco de su cabeza.

Adonis Creed tampoco ha logrado que el medio lo reconozca por sus propios méritos. La sombra del padre lo persigue y lo desconcentra, haciéndolo morder la lona a cada rato.

Por si fuera poco, regresa el drama y la tragedia de Iván Drago, quien sufre el destierro en una suerte de prisión personal, de Siberia suburbana en Kiev, luego de caer derrotado por su némesis en la época del colapso de la Unión Soviética.

Se piensa que Rocky IV, con su mensaje nacionalista y anticomunista, anticipó el desmoronamiento de la cortina de hierro. Algunos aseguran que contribuyó a la victoria de Ronald Reagan ante sus rivales de la Cold War.

A décadas de aquel enfrentamiento, son otros los actores y las situaciones del contexto global. Creed 2 retorna al origen del conflicto medular, entre los occidentales y rusos, aunque adaptándose a las circunstancias políticas y culturales del nuevo mundo bipolar.

El capitalismo ha triunfado, en la apariencia de la película, centrando los dilemas en cuestiones estrictamente familiares e individuales. A los lejos se percibe una metáfora de la rivalidad de Trump con Putin, que nunca se corporiza en realidad.

Por ende, la verdadera batalla se libra al interior de las mentes y al exterior de los físicos definidos en una musculatura que encubre el tremendo complejo de Edipo de la generación del milenio.

Patriarcas estrictos y dóciles no terminan de asumir su rol de progenitores, embarcándose en egocéntricas rutas suicidas de una venganza ciega.

Perfectamente rodada y producida, Creed 2 tiene suficientemente tiempo y sensibilidad para ofrecer un mensaje contundente, a su modo, sin descuidar los detalles del género y de la representación, tan en boga en nuestros días. El filme honra y respeta un legado, aportando el relevo de la sangre fresca en la figura de chicos y chicas que inspiran confianza.

Las mujeres cumplen un papel de contrapunto pacífico y humano que las distancia de las rutinas de la violencia normalizada.

En extremis, la cinta enseña a tirar la toalla de la medición de fuerzas, para abrigar esperanza por los encuentros, las reconciliaciones y los afectos.

A Sylvester Stallone le debemos que su poesía, del alma, permanezca vigente, buscando redención y elaborando la culpa. De repente, ha creado una estimable continuación de una saga que actualmente quiere sembrar más unión que discordia. Lo cual se agradece, cuando insisten en dividirnos.