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Redescubrir a Oswaldo Vigas

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Lorenzo Vigas ganó el León de Oro del Festival de Venecia, logrando el premio más importante para un cineasta nacional en la escala internacional. Consiguió el reconocimiento con el filme Desde allá. El mismo autor estrenó recientemente su segundo título, El vendedor de orquídeas, un largometraje documental dedicado a la actividad pictórica de su padre, el maestro Oswaldo Vigas, fallecido en 2014.

La cinta recoge la intimidad del artista y su búsqueda de un cuadro desaparecido llamado El vendedor de orquídeas. Para encontrarlo, los personajes emprenden un viaje hacia los pueblos del interior de Carabobo y la región andina.

Así surge el devenir de una conmovedora, entrañable y singular road movie. La estructura del guion permite redescubrir al protagonista y al contexto de un país olvidado por la manía centralista de la cultura criolla. Literalmente, la obra huye de innumerables códigos agotados: los de la separación tradicional entre ficción y no ficción, los del prejuicio capitalino ante la provincia, los de la concepción solemne y protocolar de un autor, los de la relación padre e hijo en una propuesta audiovisual.

La cámara del realizador opera como un poderoso disolvente de estereotipos y cánones represores de la creación, captando la autenticidad y la realidad de don Oswaldo Vigas, sin tapujos, sin poses, sin mentiras.

Lo vemos haciendo las paces con sus amigos, diciendo groserías como todos (¡coño!), gastándole bromas a sus compañeros de odisea, pintando libremente a pesar de los achaques de la edad, manteniendo una relación madura y sincera con su esposa, Jeannine Castes Vigas, quien ofrece un oportuno contrapunto a la figura del líder de la puesta en escena, al margen del encasillamiento de la típica “mujer detrás del gran hombre”. 

Ambos se acompañan en la senectud, comparten angustias existenciales y miedos legítimos, forman un equipo indisociable en el que también participa el director de la pieza, Lorenzo Vigas, cuya imagen nunca aparece en la pantalla, pero siempre presentimos a través de su voz y del manejo de la cámara.

Varios planos consuman un trabajo de momentos imborrables, indelebles. De grato recuerdo es el instante del baño en una piscina, en una suerte de agua termal. El lente bosqueja un tiempo muerto, de resonancias en el paisaje moderno, pero a la vez imprime la fuerza expresiva de un tableau vivant cercano a las viñetas impresionistas de los hermanos Lumiere.

De tal modo, la propuesta reconoce las influencias de los considerados “primitivos” e “ingenuos” en la construcción de vanguardia de los lienzos del artista y de la propia biografía no convencional en proceso de rodaje.

Al principio, no por casualidad, a don Oswaldo lo llevan a admirar unos petroglifos, unos grabados en roca de nuestros ancestros. De ahí procede la inspiración del ganador de innumerables premios y laurales.

Con el estímulo narrativo de conseguir una pista extraviada, el también muralista revisa el pasado con su hermano Reynaldo. El destino los separa en un determinado tiempo. El cine los vuelve a conciliar en el espacio subjetivo y emotivo de la memoria, tras la remembranza de su historia dramática. El sentimiento de culpa, ante la ruptura, se alivia en el camino con la capacidad de rendir tributo póstumo al hermano perdido.

El vendedor de orquídeas envuelve otros misterios y signos inequívocos de evolución. Por eso representa un hallazgo experimental, un hito de 2019, un legado para las generaciones de relevo, un yacimiento para los investigadores. Me sorprendió y me conmovió hasta las lágrimas. Me reencontró con la pureza, la felicidad y la resiliencia de lo que somos los venezolanos. Hay futuro en el cine criollo, después de todo.  El documental nos eleva.

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