En un libro suyo muy atractivo titulado El loro de Flaubert, su autor Julien Barnes explica qué es una red. “Se puede definir de dos maneras, según cuál sea el punto de vista que se adopte. Normalmente, cualquier persona diría que es un instrumento de malla que sirve para atrapar peces. Pero, sin perjudicar excesivamente la lógica, también podría invertir la imagen y definir la red como hizo en una ocasión un jocoso lexicógrafo: dijo que era una colección de agujeros atados con un hilo”.
La red es tan antigua como lo pudo haber sido el arte de la pesca al tirar la red. No en balde fueron pescadores los discípulos de Cristo lanzados luego al mundo para que tendieran sus redes y convirtieran al cristianismo a los peces humanos.
Se llamaban reciarios los gladiadores que combatían en el circo romano armados de una red, un tridente y un puñal. Eran ágiles y desconocían la misericordia. Lanzaban la red para inmovilizar al oponente y clavarle el tridente a través de la malla. El puñal servía igualmente para la agresión; el reciario lo utilizaba para ultimar al adversario o para deshacerse de la red que llevaba atada a la muñeca.
Siglos más tarde, azuzados por Franklin Schaffner, unos simios de asombrosa inteligencia lograron en 1968 atrapar a Charlton Heston lanzando sobre él una red como si fueran cazadores de fieras humanas o los nuevos reciarios de la ficción cinematográfica.
La red, concebida como arma ofensiva, pasó a ser con el tiempo un arma psicológica poderosa y eficaz, porque se hizo experta en el manejo de las pasiones: es la que tiende Yago para encender y envolver a Otelo despertando en él los célebres aunque desafortunados celos que causaron la muerte de Desdémona y el inmediato suicidio del moro.
La araña teje su tela, pero al hacerlo está tendiendo una red para atrapar y devorar a los que caen en ella, insectos, pájaros de vuelo errático o, si se quiere, a Urcos desorientados o al propio Frodo Baggins, el personaje de The Lord of the Rings en la épica y apasionante misión que lo lleva a la Tierra de Mordor donde se extienden las Sombras obligado a destruir por fuego el anillo poderoso. La red que teje Ella-laraña, la monstruosa guardiana de la frontera de Mordor y en la que atrapa a Frodo, es una gigantesca espiral de agresión y de destrucción; pero cuando Ella-laraña se coloca en el centro de la red imita a Medusa Gorgona, la madre terrible, el asombro mortal de la malignidad, el verdadero enemigo que debemos enfrentar y vencer; el más despiadado de los monstruos de la Antigüedad cuyo poder residía en petrificar a quien tuviese el infortunio de recibir su mirada.
Se me antoja que, como una inesperada Ella-laraña, Penélope no teje el chal para homenajear al esposo aventurero, sino la mortaja del guerrero en castigo por regresar a Ítaca luego de una ausencia de veinte años.
Nacemos, crecemos y vemos transcurrir nuestras vidas prisioneros en una red de imposibles que algunos llaman destino, y otros, existencia humana. Y mientras más tratamos de librarnos de los hilos que nos aprisionan, más enmarañada resulta la maleza que limita o impide nuestros movimientos: la educación, la familia, el pacto social, la ideología, el sexo, la mente y el corazón. Y, con ellos, el peso de la barca puede ser tal que, siendo opositores a toda clase de redes, nos hundimos con ella en los océanos de las incertidumbres.
Desde el palacio, el mandatario corrupto e irresponsable convertido en reciario inmisericorde lanza, una y otra vez, redes de abominaciones que convierten cada agujero de las mallas en ojos de Gorgonas petrificadoras. No requiere el autocrático reciario del uso del puñal que sirve a la agresión o del tridente que es réplica infernal de la Trinidad o de las tres cabezas de Cerbero, el montruoso perro que vigila la entrada del inframundo, porque con la sola red causa diáspora, hambre, inflación, muerte, tristeza en los corazones y mucho desaliento en quienes aún sobrevivimos regando los helechos del país.
Cae la red sobre nosotros y nuestra alegría de vivir queda suspendida; vueltos piedras no logramos vernos a los ojos; no atinamos a reconocernos en la ruina en que se está convirtiendo al país que alguna vez fuimos, antes de que aparecieran en el horizonte, para nuestro infortunio, pero no para la “izquierda” prechavista que aplaudió la invasión cubana en Machurucuto, admiró las barbas “revolucionarias”, codició el uniforme verde olivo, aspiró el humo del tabaco en la boca del comandante y aceptó complacida la posterior pesadilla del narcoestado.
No es solo la red de trampas, mentiras y agresiones que el poder político, las armas y la dominante presencia de la droga manejan con perfección empresarial. Lo que traba e inmoviliza al país venezolano es la traición militar, la felonía, el hambre, la viscosa mediocridad del régimen, el grado de envilecimiento de las conciencias, el delito impune, la corrupción de las almas, el fracaso de la honestidad, el fraude de la educación, la asfixia cultural y universitaria, la imagen distorsionada del ego.
¡Se puede recuperar determinado ministerio o institución! Es cuestión de disponer de la energía y voluntad necesarias, pero recuperar la dignidad perdida llevará al menos cien años de heroicos esfuerzos. ¡Volver a mirarnos a los ojos sin temor a petrificarnos! ¡Eliminar las redes! Devolver al soldado al cuartel y hacerle ver al patriota cooperante y al delincuente pagado o no por el régimen militar que la vida que navega en ellos es sagrada y deben venerarla, porque es la única manera de no ser delincuentes o matones de barrio! De no ser reciarios, arañas de peligro, tabacos humeantes o Medusas Gorgona.