En la novela Contacto, publicada en español en 1986 por el célebre astrofísico estadounidense Carl Sagan, se puede leer lo siguiente: «Uno de los delitos de que acusaba a Xi la Revolución Cultural [China comunista] era la admiración que profesaba por ciertas antiguas virtudes confucianas, en especial, un fragmento de Lun Yü obra que, durante siglos, hasta los chinos de educación más elemental conocían de memoria. Sun Yat-Sen declaró que sobre ese pasaje se había basado su propio movimiento nacionalista revolucionario a comienzos del siglo XX: ‘Los antepasados que pretendían ilustrar la virtud en todo el reino, primero ordenaron sus propios estados. Como deseaban ordenar sus propios estados, primero arreglaron sus familias. Como deseaban arreglar sus familias, primero procuraron cultivarse ellos. Como deseaban cultivarse, primero enmendaron sus corazones. Como deseaban enmendar sus corazones, primero trataron de ser sinceros de pensamiento. Como deseaban ser sinceros de pensamiento, primero ampliaron al máximo sus conocimientos. Dicha ampliación del conocimiento reside en la investigación de las cosas’. Por ende, Xi consideraba la búsqueda del saber como el pivote central para el bienestar de China. Sin embargo, los guardias rojos no pensaban lo mismo».
Si quisiera referirme a Alexis Márquez Rodríguez de una manera diferente a lo sobre él expresado en Twitter, obituarios, noticias, etc., a raíz de su reciente muerte, por mucha gente que lo conoció, lo admiró y lo respetó, yo me basaría en ese fragmento de Lun Yü, en particular, en las últimas sentencias.
Alexis Márquez Rodríguez investigó las cosas para ampliar al máximo sus conocimientos de la lengua castellana y así ser sincero de pensamiento, por lo que siempre se cultivó en esa lengua y así poder «arreglar» a la familia venezolana para que se expresara mejor oralmente y por escrito. Ese fue su paradigma hasta el final de su vida.
Corría el año de 1966. En octubre de ese año, el cuarto año, sección A, de Ciencias, del emblemático liceo caraqueño Andrés Bello, a la cual tuve la oportunidad de pertenecer, iniciaba su año académico 1966-1967. Alexis Márquez, con tan solo 35 años de edad, después de haberse graduado de docente en castellano y literatura (1950) y abogado (1961), tomaba la batuta magisterial y magistral para darnos la asignatura Filosofía (psicología). Unas cuantas anécdotas podría contar yo, surgidas en ese lapso con Alexis Márquez, como profesor de esa materia.
Cada uno de nosotros, como alumnos de esa sección, tiene sus recuerdos del profesor Márquez Rodríguez. De ellas he seleccionado la que a mi parecer devela potencialmente lo que llegaría a ser con el tiempo: un apasionado por la lengua, y que lo llevó a distinguirse al publicar más de 20 libros, a ser profesor y director de la Escuela de Comunicación Social de la UCV, presidente de Monte Ávila Editores, vicepresidente de la Academia Venezolana de la Lengua, y a ganarse el Premio Nacional de Periodismo (dos veces: opinión y docencia).
Presentado el primer parcial (de desarrollo) de la materia arriba indicada, a los días, el profesor Márquez se presentó en clase con los exámenes corregidos. «Quién es Luis Agostini» [ya fallecido]. «Yo profesor»… «Ud aprobó; quién es Marcos Peñaloza». «Yo profesor» [contesté]… «Ud. aprobó también. Bueno, iniciamos la clase de hoy». Recuerdo la cara de estupefacción del resto del curso (más de 40 alumnos). Alguien, no recuerdo, pidió explicación de por qué el resto de la sección estaba reprobada, esto no podía ser. El profesor Márquez replicó contundentemente con el uso, como ejemplo, de un examen reprobado, de la siguiente manera: tomó ese examen y leyó un pequeño fragmento donde el estudiante, que no identificó, usó la expresión «osea» (sin acento) en vez de la correcta que es «o sea». A continuación comentó que «osea» (con todo y error) se refería a algo hecho de hueso, por lo que el estudiante no estaba desarrollando bien la pregunta. Y así por el estilo, el resto de los alumnos no se expresaron correctamente, por lo que estaban «raspados», no por el fondo de lo que respondían sino por la forma cómo lo hacían. Así transcurrió ese año académico, arrastrando el mismo problema. Llegó julio y la mayoría salió reprobada en el examen final, lo que significó pase directo a septiembre para el examen de reparación.
Recuerdo también el acto simbólico de nuestra graduación de bachilleres en julio de 1968. Alexis Márquez Rodríguez pidió la palabra para leer un discurso. No recuerdo qué dijo en él, pero en algún momento se le quebró la voz y lágrimas brotaron de sus ojos. Ese era Alexis Márquez Rodríguez con el uso del lenguaje, muy duro y exigente. Su ansiedad por el buen manejo del idioma por parte de los ciudadanos de este país lo llevó a traspasar las aulas de clase para, desde su columna «Con la lengua» en El Nacional (recopilada en cinco volúmenes), seguir enseñando buen castellano. Y cualquier duda sobre este idioma, siempre se le consultaba en público (prensa, TV) o, seguramente, en privado. A veces no era consulta sino crítica directa, como lo hizo recientemente con Nicolás Maduro por el maltrato, el mal uso y abuso de su lenguaje.
Pasó el tiempo y llegó a ser lo que llegó a ser, como se ha señalado antes. Por coincidencia, años pasados, algunas veces me lo encontraba en el centro comercial San Luis de la urbanización con el mismo nombre, de El Cafetal, donde residía. Mis frecuentes visitas a Caracas, al hospedarme en residencia de familiares de la misma urbanización, me daban la oportunidad de encontrármelo ahí; cruzábamos algunas palabras de saludo. Me hubiera gustado haberle preguntado si alguna vez había visto el «sketch» cómico del personaje «el Chunioooor» de Emilio Lovera, donde este nos hacía reír con el mal uso del lenguaje, y qué opinaba de eso.
Lamento su muerte, así como también lo lamentan mis compañeros de promoción del liceo Andrés Bello del año 1968. Lamento no haber estudiado más su materia, aunque me beneficié mucho de su columna «Con la lengua». Desde la época de Ángel Rosenblant (recordado por su Buenas y malas palabras), no creo que haya habido un profesor que se haya ocupado más de la lengua que Alexis Márquez Rodríguez. Me siento orgulloso de haber sido su discípulo.
Profesor Márquez, gracias por su entrega y magisterio, gracias por lo que nos enseñó. Perdone si he cometido algún error ortográfico, de sintaxis, de composición o redacción en este recordatorio de usted, que tanta nostalgia me da. Y ayúdeme a seguir adelante, escribiendo más y mejor en lengua castellana.
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