La millonaria, entusiasta y decida presencia de la ciudadanía venezolana en las calles de todas las ciudades y pueblos de Venezuela, y en importantes capitales del mundo el 23 de enero de 2019 constituye la rebelión popular y pacífica más contundente de América Latina en su historia.
Nunca antes una nación se había manifestado contra un régimen político de la manera tan contundente y clara, como lo hicimos y lo seguimos haciendo los venezolanos. No fue la manifestación de un partido, de la oposición política, de un sector social, de una región en particular. No, fue la nación en su conjunto la que salió a la calle. Todos, a una sola voz, exigimos el final de la usurpación y de la tragedia comunista.
Solo una inmensa soberbia, una brutal ceguera de la realidad, un enfermizo apego al poder puede llevar a una camarilla política y militar a aferrarse a sus espacios de poder. A Nicolás Maduro y su camarilla solo le acompañan las armas de la República (y las de los delincuentes articulados en los llamados colectivos), conducidas por un pequeño grupo de generales cómplices de una política criminal que ha movido a todo un pueblo a levantar altiva su voz de repudio a la opresión, a la corrupción y a la miseria.
Para quienes, desde el primer momento y a lo largo de estos 20 años de su instauración y ejecución, hemos enfrentado, sin pausa y sin dobleces, políticamente el modelo autoritario del socialismo del siglo XXI, vivir este despertar ciudadano, esta conciencia política, puesta de manifiesto por nuestro pueblo, constituye un motivo de inmensa satisfacción y de gran esperanza en nuestro futuro de país.
La rebelión de la nación se origina con ocasión de un conjunto de circunstancias, hechos y actuaciones que, al acumularse, están generando todo el clima de esperanza existente en este momento para lograr la derrota definitiva de la dictadura castrochavista establecida desde 1999.
La existencia de una Asamblea Nacional que ha resistido los embates de la dictadura, el conjunto de hechos políticos revestidos de sentencia de los ex diputados maduristas convertidos en magistrados, la instauración de una fraudulenta asamblea constituyente y la emboscada electoral del pasado 20 de mayo de 2018, repudiada por toda la comunidad internacional, la sistemática y masiva violación de los derechos humanos, nos ha producido un cuadro de apoyo en todo el orbe que nunca habíamos tenido.
La compresión de nuestra tragedia ha sido asumida en muchos países, porque les ha tocado de cerca con la monumental diáspora, que la criminalidad y la miseria ha producido. Millones de compatriotas en todas partes explicando la razón de su salida, la alteración de la vida normal de nuestros vecinos, como consecuencia de la llegada o tránsito de ese monumental contingente humano.
Comprensión también posible, por coincidir esta rebelión de la nación venezolana, con una nueva realidad en la geopolítica de nuestro continente. La feliz circunstancia de que ya no esté Lula o su partido en el gobierno del Brasil, ni Santos en Colombia, ni Correa en Ecuador, ni los Kissner en Argentina, ni la Bachelet en Chile. La presencia de gobiernos democráticos en Paraguay y Centroamérica, y muy especialmente la presencia de los republicanos en el gobierno de Estados Unidos.
Y finalmente la ruina de la nación, resultado del robo descarado de su riqueza por un puñado de rufianes, les ha impedido continuar con la demagogia política, populista, bautizada con el nombre de misiones sociales, con la cual han justificado el asalto al tesoro público.
El inicio de un nuevo período constitucional el pasado 10 de enero, que la dictadura quiso revestir de formalidad legal, gracias al secuestro institucional logrado en estos años, ha servido, junto con el comienzo de un nuevo período legislativo con la nueva directiva, de factor desencadenante de la rebelión nacional.
En efecto le ha correspondido al nuevo equipo directivo de la Asamblea Nacional, presidido por el diputado Juan Guaidó, administrar esta coyuntura política, logrando hasta la presente un manejo racional, realista, oportuno y eficiente de la coyuntura.
Todo ello se ha alineado para tener, en esta hora, una inmensa oportunidad de liberar a Venezuela de la férula autoritaria, impuesta por la tiranía cubana, luego de la entrega que Hugo Chávez hizo de nuestra patria a Fidel Castro. Ese conjunto de factores coincidiendo en tiempo y espacio nos ha permitido generar el cuadro al que estamos asistiendo.
Juan Guaidó declaró y juró el 23 de enero cumplir con la obligación que le impone la Constitución, como cabeza del único poder legítimo del Estado, tomar las riendas de la conducción política, al asumir la Presidencia interna de la República. En ningún momento se ha autoproclamado presidente. Es la Constitución, en sus artículos 233 y 350, que le ordenan cumplir esa misión. Y él la está cumpliendo, con sobriedad, determinación y entusiasmo. Por eso hoy la inmensa mayoría de ciudadanos respaldamos su investidura, así como la política que representa y adelanta.
Ahora falta completar la tarea. No es otra que desalojar a la camarilla criminal de los espacios del poder y poner a la orden de la autoridad civil, el poder militar de la República.
Esa responsabilidad es de la familia militar. Si sus jefes no asumen su deber, estarán dejando en manos de la comunidad internacional una tarea que les incumbe directamente.
La vigencia de la democracia y de los derechos humanos no puede negársele a una nación porque una cúpula militar haga dejación de sus deberes. Es muy triste y lamentable que sean soldados de otras naciones quienes vengan a devolverle a nuestro pueblo su libertad y su derecho de vivir con dignidad.
Dios quiera que la luz del Espíritu Santo llegue a nuestra fuerza armada, y le eviten a nuestra nación mayores sufrimientos.
Esta rebelión no se detendrá hasta lograr esa libertad.