A primera vista la expresión “rebelión constitucional”, pudiera parecer una paradoja o hasta una contradicción insalvable. Después de todo, la idea de una constitución supone el establecimiento de un orden general que, necesariamente, empieza por el poder, y la idea de una rebelión supone el desconocimiento del poder establecido, con el fin de superarlo. Pero en el caso de Venezuela, la expresión “rebelión constitucional” no solo no es paradójica ni contradictoria, sino que la noción que implica está expresamente consagrada en la Constitución de 1999, y no como una posibilidad dentro de los límites de unos extremos constitucionales, sino como un mandato, como una exigencia que se le hace al pueblo venezolano.

Recordemos, entonces, el texto del artículo 350: “El pueblo de Venezuela, fiel a su tradición republicana, a su lucha por la independencia, la paz y la libertad, desconocerá cualquier régimen, legislación o autoridad que contraríe los valores, principios y garantías democráticos o menoscabe los derechos humanos”. Recomiendo al amable lector que vuelva a leer el referido texto constitucional, de manera pausada y reflexiva.

Bien. Ahora vamos por partes. En Venezuela, ¿hay un régimen que contraría los valores, principios y garantías democráticos o menoscaba los derechos humanos? La respuesta es un sí decidido que solo una ingenuidad irremediable o una emocionalidad delirante o una mala fe de variada índole –sobre todo, de índole metálica– podría refutar. Todos los valores, principios, garantías y derechos democráticos se encuentran no ya meramente contrariados, sino aplastados por la hegemonía roja. Todos. No hay una sola excepción. Todos los de carácter político, económico, social, cultural. Todos.

Bastaría reiterar que Venezuela está sumida en una catástrofe humanitaria en medio de una bonanza petrolera, o que es uno de los países más violentos del mundo por causa del hampa criminal –imbricada con el poder– o que las “instituciones” de la propia Constitución son una pura mascarada para tratar de disimular un despotismo depredador que comienza por las fraudes masivos en las llamadas “elecciones”, para constatar que todos los valores, principios, garantías y derechos democráticos se encuentran, repito, aplastados por la hegemonía roja.

Tal realidad, conforme a la citada disposición constitucional, conlleva una consecuencia que no es opcional sino obligante: el desconocimiento del régimen causante de semejante obliteración de la nación venezolana. Y eso se llama rebelión. Pero no rebelión a secas. No. Se llama, en Venezuela, rebelión constitucional. Aceptada la premisa, como corresponde con base en la razón, el deber patriótico y, desde luego, el mandato claramente formulado en la Constitución, es que se puede pasar a las consideraciones y acciones que se deriven de la premisa. Estas, es decir, las consideraciones y acciones, también deberían ser de orden constitucional, porque de lo contrario se caería en el juego arbitrario y mandonero de la hegemonía, lo que, probablemente, le podría resultar favorable a su único interés, su única preocupación: el continuismo en el poder.

Ah, pero la Constitución de 1999 es amplia en cuanto a los caminos para impulsar cambios reales que colaboren en el restablecimiento de su efectiva vigencia. Al respecto, la intensa movilización social y protesta popular que tiene lugar en Nicaragua es un proceso que, por ejemplo, se conformaría plenamente con la letra, espíritu, propósito y razón de la Constitución formalmente vigente en Venezuela.

En el año 2017, hubo “pronunciamientos” en relación con el artículo 350, por parte del ensamble principal de los factores políticos de oposición, que no pasaron de ser saludos a la bandera, porque lo que pretendían, en mi opinión, era lo contrario de lo que expresaban. O sea, desmovilizar a la población para intentar encauzarla por la llamada “ruta electoral”, configurada por la hegemonía y barnizada con un montaje de diálogo. Incluso se llevó a cabo una consulta popular autónoma, de impresionante participación, a pesar de las limitaciones, que estaba en consonancia con el tema del desconocimiento que ocupa estas líneas, pero cuyos resultados y efectos fueron prontamente soslayados por muchos de los que figuraban entre sus promotores. Lo que ha venido pasando desde entonces es por todos conocido y por (casi) todos padecido.

Por todo ello, y por mucho más, es que en nuestro país, hundido en una tragedia que solo se profundizará y extenderá mientras la hegemonía siga controlando el poder (así haya ilusiones, tipo mundial de fútbol, que parezcan aliviar un poquito las innumerables penurias), lo que procede es la rebelión. Lo constitucional es la rebelión. La rebelión constitucional.

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