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Rafael Baquedano, s.j. un hombre bueno

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El mismo día (12 de mayo) pero siete años después que el padre jesuíta Rafael Baquedano celebrara mi matrimonio eclesiástico partía este buen cura para el encuentro con Dios. Al encuentro con Nuestro Señor Jesucristo, a quien le dedicó una vida de total entrega por medio del sacerdocio. Una vida larga (86 años) y llena de caridad cuando llega a su fin en esta tierra, no es motivo de tristeza sino de agradecimiento. A continuación quiero contar algunas anécdotas de cómo el padre Baquedano enriqueció mi vida, deseando que otros puedan sentirse identificados en el caso de haber tenido la dicha de tratarlo o simplemente poder conocer a este humilde hombre que no dudo en considerar un santo.

En el año 2003 perdí un empleo en el cual había puesto mis esperanzas de realización docente y académica, y con el que contaba para tener cierta estabilidad económica. Todavía en ese año los profesores podíamos vivir relativamente de nuestra vocación. Con esta angustia me dirigí a la Universidad Católica Andrés Bello a repartir algunos CV para ver si me contrataban. No conocía a nadie en lo referente a autoridades. Al llegar, en el jardín vi a un sacerdote que llevaba un maletín algo pesado y me ofrecí a ayudarlo. Fue de esa manera que conocí al padre Baquedano, enterándome que era el párroco de la universidad y le pedí que me encomendara ante mi petición de empleo. De inmediato me dijo que no me preocupara, que rezaría por mí, pero que estaba seguro de que me contratarían. En este momento descubrí dos de sus grandes dones: la capacidad de escuchar, el cual me demostraría un tiempo después al solicitarle que fuera mi director espiritual; y ser un constante predicador de la esperanza.

A los pocos meses comencé como profesor y empecé a visitarlo, y a confesarme con él de vez en cuando. Le pedí que fuera mi director espiritual, le pusimos fecha y hora a nuestros encuentros y me dijo que no me preocupara si algún día no quisiera ir más a la dirección. ¡Qué ser tan comprensivo ante nuestras flaquezas! ¡Tal como debe ser todo buen cura en el sacramento de la penitencia! ¡Qué maravillosos consejos me daba para luchar en los propósitos de ser un mejor cristiano! Pero no era solo su paciente escucha, sino también que demostraba lo buen científico social que era al contarme historias llenas de análisis sociológicos desde una perspectiva, tanto interna de la UCAB (al haber sido autoridad y ser el párroco siempre en contacto con todos los miembros de la institución) como de la Iglesia. Se mostraba siempre muy humano siendo justo pero caritativo. Era un gran contador de historias, nunca me fastidiaba y quería escuchar más y más sus maravillosas anécdotas.

De los diversos temas que hablamos quisiera resaltar dos. El primero fue el trato a los homosexuales y en general a las personas que conforman la llamada comunidad LGBTI desde una perspectiva cristiana. Yo no sabía nada de su experiencia con este grupo de personas, y me contó cómo en los ochenta y noventa respondió al llamado de algunas personas del mundo artístico (LGBTI) sin juzgar a nadie. Solo se dedicó a escucharlos y atenderlos cuando nadie dentro de la Iglesia quería hacerlo. Nunca me lo dijo con jactancia, sino como algo natural. Me hablaba de algunos artistas con un gran cariño y de cómo habían renacido en su espiritualidad cristiana. El otro tema era el del chavismo, de mi relación con viejos amigos que ahora apoyaban la destrucción del país por medio de este modelo o proyecto que considero –le dije– malvado. Me comentó que ni en 1989, cuando el gobierno de Carlos Andrés Pérez persiguió a varios jesuítas que vivían en los barrios ante los sucesos del Caracazo, había percibido una actitud tan perjudicial para el país. Le preocupaba muchísimo cómo cada día mostraban más saña con los que no comulgaban con sus planes. Como cristianos teníamos que luchar en contra, pero siempre abiertos a la amistad y a escuchar al diferente.

Me dolió mucho cuando se fue de la UCAB, pero ya la edad le comenzaba a pegar en su salud. Siempre me enseñó con el ejemplo y la amistad, una amistad que era un don plenamente gratuito de tiempo, escucha y consejo. Ahora seguirá a nuestro lado con la comunión de los santos. No dudo un segundo que nos ayudará a superar estos tiempos tan duros que nos han tocado vivir en Venezuela. ¡Gracias querido padre!

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