El jueves 19 de abril Raúl Castro le deja la presidencia del Consejo de Estado a Miguel Díaz-Canel. Cuba, formalmente, posee un gobierno designado por el Parlamento. En realidad es una dictadura familiar, pero el presidente es legalmente elegido por una cúpula (el Consejo de Estado), aparentemente segregada por la Asamblea Nacional del Poder Popular, en la que todo (supuestamente) está atado y bien atado. Cierta oposición trató de postular a algunos candidatos, pero le fue imposible. No permitieron ni siquiera a uno. Con la tiranía no se juega.
Díaz-Canel tiene 57 años, es ingeniero electrónico de profesión y llega a la presidencia por recomendación de José Ramón Machado Ventura, un médico de la total confianza de Raúl Castro, que durante muchos años estuvo a cargo del Partido Comunista. En esa nada artificial división entre fidelistas y raulistas, D-C es un raulista, seleccionado, en primer lugar, por sus características: es un apparatchik discreto, pragmático, y nada dado a las innovaciones, rasgo muy perseguido por los inquisidores en todas las épocas.
Hace pocos meses la Seguridad del Estado puso en circulación un video, supuestamente filtrado, en el que D-C comparecía recitando un catecismo colectivista absolutamente conservador, concebido para tres fines: comprometer al heredero con esas posiciones reaccionarias, tranquilizar directamente al pequeño grupo de estalinistas que rodea a Raúl, y rebajar las múltiples expectativas reformistas de la sociedad cubana para que nadie se entusiasme con el cambio. La fórmula gatopardiana mantiene toda su vigencia en Cuba: propiciar un cambio para que todo siga igual.
¿Qué pretende Raúl Castro con el no-cambio? Pretende viabilizar la inevitable llegada al poder de una nueva generación, nacida después del triunfo de la revolución (D-C es un “chiquillo” de 57 años), pero a condición de que no modifique nada sustancial del régimen creado por su hermano Fidel y un puñado de secuaces. Como todos los dictadores, Raúl quisiera que el tiempo se detuviera en el momento en el que ellos se entronizaron en la historia. Simultáneamente, trata de generar en los suyos, en su familia, en sus amigos, una cierta seguridad de que el destino será benévolo con ellos cuando él no esté para garantizarlo. Al fin y al cabo muy pronto cumplirá 87 años.
¿Es eso posible? Por supuesto que no. Están dadas todas las condiciones para que se produzca un cambio de régimen. En primer lugar, la sensación de fracaso es generalizada. La improductividad del sistema es terrible. Ninguno de los baremos con que se mide la calidad mínima de vida resiste el menor análisis: vivienda, electricidad, transporte, alimentación, agua potable, vestimentas. Cuba ha involucionado en casi todos los aspectos de la convivencia. A lo que se agrega el miedo pertinaz, la falta de derechos y la desagradable necesidad de mentir que tienen todos los cubanos para poder sobrevivir en una sociedad totalitaria. Ni material ni emocionalmente es grato vivir en Cuba. Por eso los jóvenes sueñan con escapar.
¿Cuándo comenzará el cambio de régimen? El primer paso es la asunción de D-C. Aunque jure y perjure que será leal al legado de los Castro, y aunque se lo crea, el entorno administrativo del país y el conjunto de la sociedad quisieran una transformación radical cuanto antes. ¿En qué consiste? Esencialmente, en liberar las fuerzas productivas de la nación, en desatarles las manos a los emprendedores para que creen y acumulen riqueza, inviertan y sean poderosos, aunque termine la empobrecedora superstición del igualitarismo.
La idea de un núcleo económico central, manejado por el Estado y administrado por los militares, en el que existen unas 2.500 empresas generadoras de divisas, carece de espontaneidad, flexibilidad y es un camino seguro al desastre y a las mentiras contables, como se ha demostrado en las auditorías. El modelo de los “lineamientos” castristas no funciona. La idea de un sector privado de cuentapropistas dedicado a servirle al Estado como tributario, como colocador de empleados supernumerarios y contribuyentes al fisco es una total imbecilidad.
Después de 60 años de disparates los cubanos saben que no hay sustituto para el mercado, la libertad económica y la propiedad privada. Como saben que el único régimen, pese a sus imperfecciones, que puede garantizar la transmisión organizada de la autoridad, y que puede purgarse y transformarse sin violencia, es el Estado de Derecho salido de la Ilustración, ya sea como república o como monarquía parlamentaria. Por ahí irán los tiros. Aunque D-C se oponga. Por ahí va la historia.