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El que piensa libremente para él mismo, honra toda libertad sobre la tierra” Stefan Zweig

Confieso encontrar difícil de entender al venezolano de estos tiempos. Trabajo en ello. Me acerco a los más variados interlocutores para conocer su rostro. Busco, hurgo, escudriño, pero tropiezo con poses y posturas equívocas o simuladas.

Advierto en el esfuerzo, sin embargo, una actitud explicable entre otras menos claras. Anda el criollo de todas las clases sociales en eso de resolverse. Recuerdo a Arthur Schopenhauer, que afirmaba que, sobrevivir era la mayor motivación del ser humano. Los nuestros, capto claramente, han asumido el reto a todo evento.

Todo eso me viene al espíritu a propósito de testimonios sobre la venta en la calle de bienes cuyo origen proviene de la ayuda humanitaria; lo que alarma e incluso avergüenza a los ágiles del teclado que, en las redes sociales, diariamente hacen la autopsia del país que, formado por ellos mismos, detestan.

Que se negocie esos productos es el resultado de la amplitud de las carencias que no agotan o llenan las más visibles necesidades, sino que desnudan otras para algunos menos visibles o convincentes. Nada se dice de las ventas de inmuebles a cambio de cifras muy inferiores a su costo de adquisición original. Supe de una dama que enajenó un apartamento en una urbanización del este de la ciudad por un monto equivalente a una quinta parte de su valor de compra. Alegó su hartazgo de esperar más tiempo, en un mercado que constata envilecido y decidió llevarse algo, cuando descubrió que estaba ya emocionalmente a punto de colapso y dispuesta a irse y perderlo todo.

Muchos transitan por el filo de esa navaja, valga el lugar común, se quedaron solos, se les fue la familia, los hijos, están desempleados y desesperanzados. Un topógrafo vendió sus equipos de trabajo urgido por la demanda de medicinas que debe traer del exterior.

Los relatos abundan en la línea de expresar la enorme fatiga que abruma, ahoga, aplasta al compatriota promedio. Médicos se fueron por miles y trabajan explotados o subestimados en su calificación académica o en su experiencia, pero se fueron y subsisten, y para ellos eso ya valió la pena.

Profesores, especialistas, jefes de departamentos y unidades de exigentes servicios médicos obran en hospitales y clínicas o en consultorios médicos en España o Estados Unidos de Norteamérica percibiendo salarios discretos, pero asumen que viven seguros y con menos tensiones. El país se descerebra y sus mejores fichas se marchan junto con otros que, no siendo destacados o capaces por habilidades o destrezas, prefieren hacer lo que sea y no exagero cuando afirmo que hacen y harían lo que sea.

Se lee ya rutinariamente en los periódicos de medio mundo que engrosan la lista de prostitutas de aquí y allá venezolanas, y los números indican que emigran más las mujeres que los hombres y muchas de ellas profesionales liberales. Las nuestras son víctimas preferidas de la debacle. Mutan íntimamente por la tragedia que la demagogia y la mentira tejieron como una soga que las asfixia, las ahorca.

Hace un par de décadas Venezuela tenía problemas y le hacían falta cambios para mejorar, pero nada parecía lejano y el futuro estaba a la vuelta de la esquina. El chavismomadurismo se llevó muchas cosas e inclusive el porvenir que se mudó a cualquier parte, pero por aquí no lo buscamos. Arruinaron todo, las instituciones, la economía, la infraestructura. Lo que no se robaron, lo corrompieron.

Lo más grave es el ser humano que deambula hosco, precario, inseguro y por ello juega al exorcismo de aquellos que disienten de su rencor o de su odio o acaso, que se atreven a hablar de estado social o seguridad social porque intuyen que allí se reconocen trazos de una política socialista o afín. La crisis social es a Venezuela hoy, lo que a Europa la cuestión social a finales del siglo XIX e inicios del siglo XX. Ya sabemos lo que engendró ese monstruo.

El cambio que viene, más tarde o temprano, hallará un Estado fallido, forajido, con síntomas de disolución, pero lleno de pobres y enfermos deprimidos; y por cierto, todos nos hemos empobrecido y la miseria alcanza proporciones descomunales, con una economía destruida, descapitalizada, disminuida, enanizada, desvencijada, desmembrada, desarticulada socialmente, además.

Atender ese paciente presente en todas las casas de nuestro país es tarea de todos. Un capitalismo salvaje, inexorable, implacable, ineluctable como propuesta de política económica es la solución para los radicales que o se fueron a Europa o Florida a capear cómodos el temporal o pasean sus extremos en la creencia de que su amargura es patriotismo.

No niego que superar las regulaciones y obstáculos para facilitar la vuelta a la libre iniciativa, a la garantía de la propiedad privada, a la educación para dignificar al hombre, al derecho a la información, a la justicia, al progreso y a permitir las libertad de prensa, asociación, reunión, manifestación y protesta sea, un objetivo encomiable pero, no llegaremos a más si no atendemos a los que yacen por doquier desfigurados, desnutridos, alienados y ahítos de frustración y furia. No estaremos mejor mientras haya gente comiendo en la basura.

Como yo lo veo, la primera función a cumplir por la potencia pública y como dicen los clásicos es asegurar a la población y ofrecerle paz, pero esto no será posible si no entendemos el grado de descalabro que esta épica populista, militarista, ideologista, materialista causó en el ser humano que somos todos los venezolanos, en los demás y en nosotros mismos, y nos dispongamos a construir una sociedad justa en la cual, todos seamos responsables de todos.

[email protected]

@nchittylaroche

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