La primera pregunta que cabe formularse es cuándo empieza y cuándo termina el Plan República. En los últimos dos años, cada vez de forma más acusada y evidente, la presencia militar en la cotidianidad es abrumadora. Están en las colas de los comercios, al pie de los camiones donde se reparten alimentos, en alcabalas en todo el país –en muchas de ellas roban a pasajeros, a productores de alimentos, a ciudadanos que se trasladan de un punto a otro del país, a personas que intentan cruzar la frontera–, en los lugares donde los ciudadanos se reúnen para intentar ejercer el derecho de la protesta autorizado por la Constitución vigente, y son reprimidos con brutalidad.
Pero no solo eso. Militares están en centenares de cargos, tienen abultada presencia en instituciones del Estado, en la custodia de las cárceles, donde se violan los derechos humanos; en el resguardo de la oligarquía que saquea a Venezuela. Tienen a su cargo el resguardo de las instalaciones eléctricas, donde todo falla por incompetencia y falta de mantenimiento, y también la protección de las instalaciones petroleras, donde la producción cae a diario por las mismas razones: impericia, corrupción, falta de los profesionales preparados, ausencia de inversiones y de mantenimiento. Están en sus lugares predilectos: puertos, aeropuertos y aduanas.
No hay un ápice de exageración: están, literalmente, en todas partes. Lo quieran o no, son silenciosos testigos de lo que está pasando. Probablemente, no hay institución que pudiese producir un número tan grande y diverso de testimonios sobre el deterioro y la destrucción de Venezuela, si los miembros de la FANB tuviesen la libertad de contar lo que ven, lo que escuchan, lo que saben por experiencia propia. Las historias de familiares exiliados de militares activos, muchos de ellos dispersos en países de América Latina, son un compendio de abusos, corrupción e impunidad. Luego de haber escuchado en Brasil, Colombia, Perú, Chile, Estados Unidos y España relatos tan semejantes en sus contenidos, me percato de un patrón: hay dos FANB. Una, la de las bases militares, que vive con hambre y pasa los días en condiciones de extrema precariedad.
Los familiares son reiterativos: la Misión Negro Primero solo beneficia a los jerarcas y a los miembros de algunas FAES. La corrupción es campante. Alrededor de algunas instalaciones militares hay informarles que venden alimentos que debían destinarse a la tropa. He visto fotografías de platos cuyo contenido no superaba las tres cucharadas soperas. Hay personal de cocina que podría –si se atreviera– contar realidades comparables con los campos de trabajo de Stalin. En la región oriental y el sur del país, el hambre se mezcla con otras realidades indignantes, consecuencia, por ejemplo, de la falta de productos de limpieza.
Escuché decir a la madre de un soldado venezolano estas palabras: “Hay dos fuerzas armadas, una de ricos y otra de pobres”. Los expertos en la materia militar coinciden en que una mayoría de los miembros de la FANB son también, en su especificidad, otras víctimas del poder corrupto y destructivo.
Las autoridades militares han anunciado que el Plan República de hoy será el más numeroso y desproporcionado de cuantos hemos visto en los últimos años: más de 300.000 hombres armados se concentrarán en los más de 14.000 centros de votación y en las sedes del ilegítimo Consejo Nacional Electoral. Por cierto: los grandes jefes del Plan República son defensores de la revolución, es decir, parte interesada. Forman parte de la oligarquía que se ha apropiado del poder y ha saqueado las riquezas del país.
Los ciudadanos podrán observarlos hoy: delgados, hambrientos, sedientos y, en silencio, perplejos. Salvo algunos oportunistas y fanáticos, una inmensa mayoría sabe que se trata de una jornada ilegal. Para los encargados de tropa, toda esta situación es cada vez más compleja de gestionar. Están en el medio de corrientes contrarias: de un lado, las tropas hartas, preguntándose hasta cuándo. Del otro, oficiales de alto rango que no quieren saber lo que está ocurriendo en las bases y que han dado una orden estricta: prohibido quejarse.
La respuesta a la pregunta de qué sienten los funcionarios del Plan República es una suma de pesares: hartazgo, inutilidad, el malestar del estómago vacío, la ausencia de espíritu de cuerpo. La desmotivación es masiva e inocultable. Tanto así que la mayor preocupación militar del Ministerio de la Defensa es cómo promover el entusiasmo, la lealtad y el orden perdidos. Hacia esos objetivos están dirigidos los talleres, las charlas, las consignas, el palabrerío que circula en el mundo militar venezolano. ¿Lograrán que el sentimiento de rechazo a la destrucción del país sea desplazado por un sentimiento según el cual la FANB pobre se sacrifica a favor de una FANB rica y corrupta? No lo creo. Estoy seguro de que no podrán.
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