La primera clase que dicto al inicio de cualquiera de mis cursos en las universidades, desde hace más de 18 años, es motivacional en buena medida. Ante lo difícil que se ha hecho estudiar una vez que se sale de bachillerato, he decidido comenzar dando las gracias a los alumnos por estar allí. Por el sacrificio de no producir ingresos, el esfuerzo de no estar durmiendo en su casa o hablando afuera, y por no haber emigrado (aclarando que no critico que lo hagan). Sé muy bien que el estar allí no es garantía de no emigrar en el futuro, pero ya es algo. No lo han abandonado todo para hacer las maletas y ponerse en camino. Cualesquiera que sean sus razones para seguir acá, de algún modo tienen el peso de una apuesta, de una cierta esperanza en que no todo se ha perdido. A partir de esta certeza les pregunto qué debemos hacer ante la dictadura del hambre (en mi clase está prohibida esa frase insípida, porque no dice nada, que es “situación país”). Y sus respuestas me han sorprendido.
Antes de pasar a la explicación de las mismas, debo aclarar que les eliminé dos posibilidades: el suicidio (lamentable realidad que parece crecer silenciosamente) o la emigración (¡4 millones!). De esta forma los obligo a centrarse en cómo vivir en el día a día ante las terribles dificultades que la dictadura chavista-madurista han causado: terror, muerte, hambre, miseria y reducción gradual de las libertades. Al principio nadie se atrevió a intervenir, y temo que muchos no lo hicieron porque en verdad no sabemos qué hacer ante este cataclismo. Vivimos el “sálvese quien pueda” y la constante negación. Mejor ni hablarlo porque es inmenso el dolor, tal como hacen muchos de los que han vivido las guerras, porque si esto no es una guerra se le parece mucho. Y así alguien se atreve: “Yo miro el Ávila, escucho los pajaritos cantar, veo el azul de cielo”. ¡Magnífico! Aplaudo la sabia y maravillosa respuesta, y paso a explicar que si no creáramos algunas “burbujas” adonde retirarnos de vez en cuando, nos volveríamos locos. Y poseemos tantas burbujas en la hermosa naturaleza que Dios nos ha regalado, pero también tenemos las relaciones humanas, en especial, la familia y los amigos, y además, los libros y el cine (hablo por mí, claro). Cada uno sabrá elegir lo mejor, siempre y cuando jamás se convierta en cárcel o ceguera.
“Hay que vencer la ignorancia que nos ha llevado a este desastre”, dice uno y otros le apoyan afirmando que para eso están estudiando. “Debemos aprovechar estos tiempos para formarnos, para que como sociedad no volvamos a cometer los mismos errores”. Les digo que con esas respuestas ellos mismos dan la clase, que el profesor no hace falta salvo para ser un orientador. Pregunto: ¿Qué hay en el escudo de nuestra UCV? “Un libro, una pluma… y ¡una lámpara que vence las sombras!”. Las sombras de la ignorancia. A la universidad no se viene solo a aprender habilidades profesionales, se viene a buscar la verdad. Y en esta búsqueda nuestra vida cambia radicalmente. No podemos ser indiferentes ante el conocimiento. Acá se viene a estudiar. Muy posiblemente nunca se tengan mayores posibilidades de cultivarlo con tanta concentración como se logra en los tiempos de pregrado. ¡Carpe diem! Aprovechen el día, aprovechen su tiempo como universitarios. Sepan algo: la verdad se conoce mejor cuando se comparte en una comunidad, cuando se difunde, se discute siguiendo las reglas de la ciencia y del respeto al que piensa distinto. Lo que aprendan acá debe servirles para cambiar este país.
“¡Pero de nada sirve combatir la ignorancia si los ignorantes y malvados nos siguen gobernando!”, advirtió una estudiante. En parte estoy de acuerdo porque la educación por sí sola no logra los cambios que esta plantea. Por ello, les dije, es que es preciso desechar la antipolítica y el repudio a los partidos. Todos debemos ser ciudadanos, es decir, participar en política. Y dicha participación debe privilegiar la acción partidista o de otra organización que busque presionar en la toma de decisión pública. En este momento lo urgente es la construcción y el fortalecimiento de una gran unidad nacional para lograr la transición a la democracia. No podemos ser indiferentes ante lo que nos rodea y mucho menos ante tanta maldad y dolor. Como mínimo, debemos asumir el estar informados y tener una posición de repudio ante la dictadura, y si no podemos hacerlo abiertamente al menos apoyemos “clandestinamente” el esfuerzo de los que sí lo hacen.
¿Con qué podemos comparar los tiempos que padecemos? Con un gran resorte que está siendo comprimido con gran violencia, y por ello sufre y se queja, pero va guardando una energía descomunal. Cuando desaparezca la causa que lo contrae, este saltará muy lejos. Estamos “creciendo para adentro”, como decía san Josemaría Escrivá. Esta experiencia, si la acompañamos con formación y desechamos todo resentimiento, nos permitirá reconstruir un país mucho mejor del que teníamos incluso en los tiempos de la democracia. Nadie niega que será difícil, pero los que nos quedamos podremos verlo y ser los protagonistas. No dudo de que valdrá la pena el sacrificio.
Me perdonan si fui un poco cursi, pero es que estos chamos me han emocionado. Me han confirmado que al financiarle sus estudios al cobrar casi nada por mis clases, contribuyo de algún modo a que el mal no se siga extendiendo por nuestra patria. La oligarquía de enchufados que nos oprime no prevalecerá, porque la democracia (y la prosperidad) venezolana va a renacer y esta vez se consolidará definitivamente como nuestra forma de vida.