“El lenguaje político está diseñado para hacer que las mentiras suenen verdaderas y el asesinato respetable, y para dar una apariencia de solidez al puro viento”.
George Orwell.
Ayer, la industria del esparcimiento celebró el Día Mundial del “Turismo Responsable” –contradictio in adiecto como inteligencia militar–, y mañana, quienes se ocupan de lamentar el trágico destino de los héroes deplorarán el asesinato de Antonio José de Sucre, perpetrado el 4 de junio de 1830, año en el que el Libertador abordó la barca de Caronte –¡Oh, balazo!, pone en boca del Gran Mariscal de Ayacucho no recuerdo si el hermano Nectario María (H. N. M.) en su Historia elemental de Venezuela u otro historiador con imaginación–, y la luctuosa efeméride habrá sido considerada por los oráculos rojos ocasión propicia para sepultar los restos del bolívar fuerte y, fénix mal empollado, revivirlo soberano. O acaso porque hoy, víspera de la postergada entrada en vigor de la reconversión monetaria, es día de san Cono de Teggiano, patrono de las loterías, capaz, sostienen devotos apostadores, de interpretar sueños –Freud avant la lettre– y revelar números ganadores. O, simplemente, porque, al tratarse del feriado lunes correspondiente a la fiesta de Corpus Christi del pasado jueves, la gente no alborotaría el avispero reclamando lo suyo a las puertas de los bancos; en todo caso, mañana no habrá debut ni despedida; no estrenaremos billetes nuevos con rostros de militares viejos, un Simón de Photoshop, un Zamora de contrabando y el saludo a la bandera feminista de Josefina Camejo; no, mañana seguirá circulando el ultradevaluado papel moneda que nadie quiere y se cotiza, en dinero electrónico y sin ser rareza numismática, al triple de su valor nominal. ¡Soberano petardo!
Por temor a tropezar de nuevo con la piedra del descuido e incurrir en confusiones, originadas en plebeyas urgencias que nos obligan a confiar más en la memoria y menos en la erudición del Dr. Google, convocamos al Camus que, en La caída (1956) pregunta: ¿Acaso las mentiras no acaban por conducir a la verdad? No porque hayamos mentido adrede en nuestras divagaciones dominicales, ni por imprecisiones involuntarias que sirvan de excusa a cazadores de gazapos para desacreditar las opiniones en ellas contenidas, sino por las dificultades que entraña distinguir lo falso de lo auténtico en el discurso y las acciones de un modo de dominación –el castrista, bolivariano y chavista– basado en las falacias de su principal gestor, un mitómano deslenguado, y el fraude sistemático como soporte de la sucesión y el continuismo, practicado por su delfín, un embustero de siete suelas. Y el fraude no se circunscribe únicamente al ámbito electoral. Es denominador común de todas las iniciativas oficiales, orientadas a garantizar la lealtad de los cómplices uniformados y la servidumbre de cuello blanco, así como el control de paniaguados que fungen de intermediaros entre las mafias militares beneficiadas con el negocio de la importación, distribución y venta de alimentos de cuestionada procedencia y discutible calidad –que, ahora, para más inri, controlarán todos los mercados municipales del país– y los humillados y ofendidos pobladores de un país moral y materialmente en ruinas.
Tendrán razón quienes reprochen el incesante derramar de quejumbrosas gotas en el charco de las variaciones sobre el tema de la estafa continuada implícita en el paquete socialista del siglo XXI, cuyos remedios presagian el agravamiento de una nación en terapia intensiva y que, víctima de la mala praxis, entró en fase terminal encaramada en la hiperinflación; tendrán razón, sí, pero no podemos obviar que somos golpeados por medidas desesperadas y timados con las engañifas inherentes a la estrategia del disimulo adoptada por los revolucionarios bolivaristas, a fin de hacer pasar por alto su incalificable reducción de la economía –“ciencia social abocada al estudio de los procesos de producción, intercambio, distribución y consumo de bienes y servicios”, en acepción de librito; o, en simplificación de manual marxista, “disciplina científica dedicada al análisis de las relaciones de producción en el seno la sociedad”– a un corrupto y corruptor sistema administrativo de sobornos y limosnas coyunturales. Son comprensibles los reparos a las reiteraciones del escriba, no obstante ¿cómo silenciar el hecho de que esa perversión de la economía responde al propósito de privilegiar la política, no en el noble sentido aristotélico –consecución del bien común– y, ni siquiera, en sintonía con la popular definición atribuida por igual a Groucho Marx y al editor británico Ernest Bennett según la cual “la política es el arte de buscar problemas, encontrarlos en todas partes, diagnosticarlos erróneamente y aplicar soluciones inadecuadas”, sino con la intención de satisfacer, hasta la rotura del saco, la codicia de la élite gobernante?
Podría conjeturarse que el aplazamiento de la cosmética monetaria era previsible, dada la improvisación basada en cálculos al ojo por ciento de parte de un régimen que, por inercial imitación de sus referentes ideológicos e históricos –Stalin-Castro, Mussolini-Perón–, pretende democratizar la miseria mediante el reparto equitativo de las penurias, tal ensayaron Pol Pot y sus jemeres rojos, hipótesis extrema y no descartable; sin embargo, barrunto que el retardo responde a un plan urdido en La Habana o Fuerte Tiuna, dirigido a fomentar angustias ante la inminencia del caos provocado por una medida desaconsejada por expertos en finanzas, de modo que el ciudadano olvide el fraude consumado el 20 de mayo y, sin solución de continuidad, a partir del próximo jueves 14, se embriague de fútbol durante un mes entero. Bien pensado: calles vacías y perros a ladrar, ¡guau! ¿Y después? Después vendrá el circo patriotero a iniciarse en Carabobo (24 de junio), escenario de la batalla que acabó con la hegemonía española sobre esta tierra de gracia, donde Nicolás Maduro, comandante supremo de los ejércitos de aire, tierra y mar de la fuerza armada nacional bolivariana, ¡uf!, pudiese premiar a Padrino por su desempeño en el frente burocrático durante la inacabada guerra económica, y al compás de redoblantes, ¡ratttaplashhh!, trompetas, ¡tarantarantaran!, y clarinetes, ¡tintirintin!, ascenderlo a generalísimo o mariscal de campo, y ancianos vestidos de niños exploradores marcharán, un-dos-tres, dándole vivas y hurras, mientras, en las costas barloventeñas, curbatas, minas y culo’e puyas estremecerán los esqueletos de entusiastas bailadores que, entre palos de cerveza tibia y ron barato, rendirán tributo a san Juan Guaricongo, cabeza pelá’ y, entonces, cuando culmine el festín tricolor (24 de julio), ¿quién se acordará, ¡cono!, del golpe de Estado comicial, la Ñ sin vírgula y el entierro frustrado del bolívar fuerte?