El Grupo de Lima ha renunciado al uso de la fuerza para salvar a los venezolanos de la barbarie del régimen. Maduro está feliz. Esa declaración le resta credibilidad al grupo. Son trece países, casi todos muy importantes. Eran catorce, pero en la práctica hubo una baja notable tras la elección de AMLO en México.
¿Por qué el Grupo de Lima ha dado ese paso debilitante? Primero, por temor a la reacción de los grupos locales procomunistas. Segundo, por ampliar las presiones diplomáticas y económicas. Hay algunos países europeos y asiáticos que se sumarían, pero con el compromiso de no recurrir a la violencia. Y tercero, por la resistencia de las burocracias locales. Bolsonaro, por ejemplo, se ha encontrado con la sorda reticencia de Itamaraty.
Estados Unidos respalda, pero no pertenece al Grupo de Lima. Eso le ha permitido a Washington insistir en que “todas las opciones están sobre la mesa”. Esa frase, reiterada por Mike Pence, quiere decir que la Casa Blanca no renuncia a la utilización de su imbatible fuerza militar. Estados Unidos puede pulverizar 99% de las unidades ofensivas de las fuerzas armadas venezolanas en las primeras seis horas de ataque. Toda la aviación y las bases militares de Maduro serían borradas del mapa. Probablemente serían exterminados la mayor parte de los líderes chavistas.
No obstante, es improbable la utilización de esa fuerza militar a menos que maten o detengan al presidente interino Juan Guaidó cuando regrese a Venezuela. Esa es la “raya roja” dibujada por la administración de Donald Trump en el conflicto venezolano. Un portavoz del gobierno norteamericano lo dijo claramente: “Si tocan a Guaidó esa sería la última decisión que tomaría Maduro”.
Como señaló acertadamente el periodista Andrés Oppenheimer, Nicolás Maduro encara un dilema en el que no puede ganar. Si mata o detiene a Guaidó se enfrentará a la inmediata demolición de su régimen. Si no lo hace asesinar o detener, perderá la autoridad y el control sobre el país a mediano o largo plazo.
Ya está sucediendo lo segundo. Cuando escribo esta crónica, más de 400 uniformados han desertado en Colombia. Al ritmo creciente de fugas pronto serán miles. Potencialmente, esa sería la fuerza de ocupación militar en caso de que se desencadenara una guerra.
Maduro, que es un procónsul designado por La Habana, juega con las reglas que le dicta Cuba. Raúl Castro es un convencido de que, quien resiste, acaba ganando la partida. Esa es su experiencia. Estima que el calendario lo favorece. Cree que al cabo de cierto tiempo dará la vuelta la relación de fuerzas. No consigue solucionar ninguno de los problemas de Cuba denunciados por él mismo (la leche racionada, las dos monedas) pero se mantiene atornillado en su puesto.
Los adversarios de Maduro piensan lo contrario. Creen que esta vez el tiempo lo perjudica. Cada día será más crítica la situación. Venderán lo que queda de las reservas de oro. El cerco financiero lo ahogará fatalmente. La falta local de combustible acabará de rematarlo. Faltará el bunker para generar electricidad. Los chavistas, acostumbrados a robar, no tendrán forma de hacerlo. Continuará y aumentará la hiperinflación. Es más fácil imprimir billetes que pedir préstamos que nadie concedería o flotar bonos que solo un demente adquiriría. Esto precipitaría la crisis final, con los cerros volcados en las calles de Caracas y los colectivos saqueando y enfrentados a un ejército desmoralizado y en desbandada.
Por eso fue un error que el Grupo de Lima renunciara al uso de la fuerza. No se trata de que el chavismo y Maduro sean comunistas. Eso sería lo de menos. A un costado de Venezuela, Guyana, en época de Cheddi Jagan, un marxista-leninista de acuerdo con el infalible olfato de Winston Churchill, también lo era, pero no convirtió a su país en una narcodictadura ni se dedicó al delito, de manera que a nadie se le ocurrió invadirlo. Con el tiempo se olvidaron del colectivismo.
El problema es que el chavismo ha constituido una dictadura dedicada al narcotráfico y a expandir el terrorismo islamista. De ahí que Humberto Belli, el ex ministro de Educación de Nicaragua, ha planteado la necesidad de ponerle fin al régimen de Maduro por medio de las armas colectivas.
Sus argumentos son impecables: si existe el “internacionalismo revolucionario”, y si la izquierda aplaude “la divina presencia del comandante Che Guevara”, nadie puede oponerse a la existencia del “internacionalismo democrático”, especialmente cuando se estaría actuando a favor de la soberanía venezolana y por invitación de un gobierno legítimo presidido por Juan Guaidó. Su texto termina con una salutación a “la Legión del Caribe” creada por José Figueres para luchar contra las tiranías de la época. Fue una magnífica iniciativa.