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¿Qué ocurre más allá de la fanfarria?

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El papa Jorge Mario Bergoglio les pidió a sus obispos y pastores en Colombia alcanzar una reconciliación entre hermanos colombianos como un primer paso para conseguir la abdicación de la violencia como método de actuación de los insurgentes de antaño.

Unos, fervorosamente, se dejaron cautivar por sus palabras santas. Otros se resisten a pasar la página sobre el dolor colectivo por los 220.000 colombianos sacrificados a lo largo de medio siglo en aras de la revolución farciana. Los más representan la incredulidad en pasta.

De poco o de nada sirvió el arrepentimiento epistolar de Timochenko, el líder guerrillero durante la visita del prelado para sensibilizar al país a favor de la guerrilla. El hecho fue bueno, sin embargo, para que el gobierno le sacara provecho al repentino ataque de contrición, consecuencia esperada de las negociaciones de paz. ¡Qué útil para hacer ver que la gesta que el presidente Santos ha encabezado coincide, a la perfección, milimétricamente, con la posición reconciliadora asumida por el papa Francisco!

Pero mientras el país entero miraba al “otrora criminal” asumir el compromiso de hacer política sin armas gracias a la benevolencia consagrada en el acuerdo de paz de La Habana, mientras el país se encontraba entretenido y boquiabierto con el espectáculo del emisario de Roma pidiéndole al país que pasara la página para construir, lado a lado, con los antisociales de antes, el futuro de Colombia, otros se estaban ocupando de registrar hechos elocuentes sobre el accionar guerrillero paralelo a la construcción de la paz. Y estos tienen que ver con Venezuela.

El diario El País de Cali ha destapado, en la selva fronteriza de Colombia y Venezuela, otro fenómeno inédito. Ha comenzado a circular en las redes de Internet un documento gráfico –el primero con imágenes además de palabras– sobre la connivencia de la otra guerrilla, la del ELN, con la Guardia Nacional venezolana en el terreno de la extorsión, la droga y el contrabando. Es decir, luego de haber firmado con bombos y platillos en Quito el cese del fuego bilateral y las hostilidades de esta fuerza guerrillera, un osado equipo de periodistas ha conseguido mostrar cómo, tras toda la propaganda a favor de los acuerdos de paz, se esconden actividades delictivas en la frontera que no solo constituyen una afrenta al gobierno colombiano, sino un gesto de colaboracionismo criminal con las fuerzas armadas del país vecino.

Es decir, tanto al Papa como al conglomerado colombiano, venezolano e internacional la administración neogranadina está mostrando una imagen muy parcial del avance de las negociaciones con estos antisociales. Se les está poniendo fanfarria y se está cubriendo de un manto de espiritualidad las promesas guerrilleras de paz, mientras se voltea la cara para no observar ni corregir otros crímenes que atentan contra el país colombiano, crímenes que permitirán, asimismo, el financiamiento de la insurgencia y su traslado y contaminación de los Estados vecinos.

Todo indica que no es posible pasar la página sobre los hechos luctuosos que ha sufrido Colombia. Una colaboración entre criminales de ambos lados está asegurando el traslado de sus fechorías a suelo venezolano.

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