Venezuela atraviesa uno de los peores momentos de su historia: dramático y paradójico a la vez. La inmensa mayoría de la población rechaza al gobierno madurista, según lo expresan todas las encuestas de opinión; quiere salir del modelo castro-comunista impuesto por el chavismo; obtuvo un triunfo clamoroso en las elecciones parlamentarias del año 2015 y sufre, como nunca antes, una grave situación de penuria e inseguridad derivada de la aplicación de ese infortunado modelo económico-político.
Pese a todo, en los comicios de gobernadores y alcaldes del año pasado, esa inmensa mayoría opositora, en condiciones aún más favorables y cuando la mayor parte de los comentaristas políticos le auguraban un rotundo triunfo, por el contrario, sufrió dos grandes derrotas. Luego de una tenaz lucha callejera de más de cuatro meses, de un centenar y medio de muertes producidas por la represión gubernamental, de miles de heridos y presos políticos, una parte importante de esa mayoría opositora se abstuvo de votar y permitió al gobierno ocupar la casi totalidad de las gobernaciones y alcaldías. La misma situación que ocurrió con Chávez en el 2005.
No vamos analizar aquí la inmensa cantidad de trampas, abusos, ilegalidades, persecuciones, inhabilitaciones y crímenes cometidos por el chavismo para imponer su voluntad, violentando descaradamente la Constitución y las leyes y utilizando arteramente las instituciones y los recursos del Estado para dividir y confundir a la masa opositora, desesperada y desarmada, y a sus dirigentes, la mayoría de ellos jóvenes e inexpertos. De eso se encargará la historia. Ya todo eso es toro pasado.
Lo fundamental en estos momentos es preguntarnos qué haremos en lo inmediato para no ir de nuevo, por tercera vez consecutiva, con una fuerte abstención, al matadero de unas elecciones amañadas, porque eso sería demoledor para el estado anímico de la mayoría opositora que ya se siente defraudada. Pudiera profundizarse la apatía que ya se observa. Ello pudiera conducirnos a una capitulación total (como Cuba y demás países comunistas) que nos condenaría por mucho tiempo a una vida miserable, bajo el poder despótico y corrupto de unas fuerzas armadas desnaturalizadas y de una camarilla de civiles alienados por una ideología sectaria, anacrónica e inhumana.
No tengo la respuesta al problema planteado, pero creo firmemente que llegó la hora de convocar a la nación a través de sus representantes legítimos (academias, iglesias, cámaras de comercio y producción, sindicatos, gremios profesionales, organizaciones no gubernamentales, etc.) para que entre todos fijemos una posición definitiva en relación con las próximas elecciones presidenciales. Decidir si se concurre a votar bajo condiciones honorables, con un candidato único capaz de superar el estado de postración en que nos encontramos y con posibilidades de ganar, o si, por el contrario, se considera que no existen las condiciones mínimas adecuadas para ello y se decide no votar. No deben, los partidos políticos opositores, que no representan a la mayoría de los venezolanos, decidir una cuestión tan importante por sí solos.
Una abstención consciente, militante y razonada dejaría muy mal parado al gobierno, ya que los países que han expresado su apoyo a la oposición, que son la mayoría y los más importantes del mundo (con exclusión de Rusia y China) no reconocerían, como ya lo han declarado oficialmente, al régimen madurista reelegido bajo tales condiciones, con todas las implicaciones que tal situación le acarrearía en su desempeño.
Esta es un arma muy poderosa que la dirigencia opositora podría esgrimir sin miedo ni titubeos, como lo hace el gobierno con sus ilegalidades y tretas. Pese a sus últimos triunfos amañados, el gobierno no las tiene todas consigo y una acción como esa sería un golpe muy duro para su ya debilitada situación. De darse la abstención, tendría que ser mediante una acción unitaria, porque si se produce parcialmente y un sector de la oposición acude a votar para perder, como lo ha hecho ya dos veces, sería un desastre total.