Hay cosas de las que no se habla o de las que no se quiere hablar o, mejor aún, de las que hay interesados en que no se hable.
El gobierno, por ejemplo, evita hablar de la economía, de la inflación, de los precios. Cuando otros lo hacen los descalifica. Es parte de la de la guerra económica, declara. Cuando son los propios los que se atreven, es traición. Que lo digan, si no, el acusado Isaías Rodríguez y el acusador Pedro Carreño. La oposición, por su parte, evita hablar de sus problemas internos, de los desacuerdos, de los brotes personalistas y su efecto corrosivo, de los errores estratégicos o tácticos. Las derrotas no suelen tener culpables. Se espera que el silencio borre la memoria. Que el tiempo tienda su manto de olvido.
Los temas, sin embargo, siguen ahí. El panorama económico no puede ser más grave. No hay analista serio que no lo vea. El fantasma de la deuda sigue allí, más amenazador, más grande, con efectos que volverán cada vez más dramática la situación para los ciudadanos, para las empresas, para el propio sostenimiento del aparato de gobierno. Sin embargo, parece haberse impuesto la estrategia de no ver, o de no mostrar. Aquí no pasa nada. Esta guerra la estamos ganando. ¿Por cuánto tiempo más se podrá mantener este espejismo y esta intención de ocultamiento?
Acallados en las cúpulas, los temas de los que los interesados quisieran que no se hablara siguen, sin embargo, en la preocupación de la gente. Bullen en las redes sociales, muchas veces en el tono menos positivo, más superficial, en ocasiones incluso irresponsable. No es posible silenciar el tema económico cuando está en la vida y el padecimiento de los ciudadanos. Tampoco es posible tapar o disfrazar el tema de las fisuras en la oposición cuando la gente ha puesto tanta esperanza en ella y cuando crece el riesgo de llenar el vacío con propuestas sin claridad ni organización. El ocultamiento, el velo, la reserva a unos pocos, la falta de información no solo no ayudan a la participación sino que alimentan el rumor y la desconfianza. Los argumentos esgrimidos desde la política para limitar el espacio de la información chocan más temprano que tarde con la necesidad ciudadana de claridad. Contribuyen más al desaliento que al entusiasmo.
La gente quiere saber. Quiere sentirse parte, no simplemente número. Habría querido, por ejemplo, celebrar el Premio Sájarov otorgado a la oposición democrática venezolana por el Parlamento Europeo. El premio, sin embargo, ha tenido menos repercusión de lo que habría gozado el reconocimiento a una figura del deporte. Parece haber interesado a pocos. Ha sido como una alegría efímera, llegada en mal momento, en medio de un duelo. Como si el desaliento por los resultados de la última contienda electoral no hubiesen permitido la celebración. Como si un premio que se otorga a personas que han contribuido de manera excepcional a la defensa de los derechos humanos y las libertades no tuviera suficiente valor motivacional para congregar el entusiasmo. Como si se hubiese olvidado lo que significa de capital político el apoyo recibido por parte del Parlamento Europeo y, de cara al futuro, su capacidad para desarrollar iniciativas políticas y legislativas concretas.
Si algo deprime el entusiasmo ciudadano es, sin duda, el ocultamiento de la información, más todavía cuando el enturbiado clima político y social exige claridad. Y más cuando los intereses del poder urden trampas y elaboran discursos para alimentar el abatimiento. Ese es el momento del liderazgo. Contra la corriente de tapar los problemas se impone el liderazgo que comunica, que interroga, que debate, que se afirma en el reconocimiento de los hechos y en el valor de las decisiones compartidas.
Una equivocada visión del poder alienta el monopolio de la información. Sobre ese principio se sigue la consigna de que hay temas que mejor no tocarlos, no ponerlos a la vista, no exponerlos a la discusión, limitarlos al círculo de poder o de influencia, protegerlos con el velo del silencio. De lo que no se habla no existe. Esa parece ser la consigna. Las realidades, sin embargo, terminan haciéndose visibles, a veces tarde, a veces trágicamente.
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