Ocurrió en 1977. La industria del cine se recuperaba con vigor de la larga agonía de los sesenta gracias al aire fresco de unos jóvenes egresados de las escuelas de cine (Francis Coppola, Steven Spielberg, Martin Scorsese), y las salas volvían a recuperar el protagonismo frente a la temible caja boba. Una película vendría a coronar este largo periplo. Se llamaba Star wars/ La guerra de las galaxias y tendría al menos tres efectos: insuflar un aire nuevo en un género, el de la ciencia ficción, que nunca había encontrado sus temas, consagrar la primacía de la trama sobre los personajes y generar una ola de secuelas, videojuegos y episodios laterales que dura hasta hoy. Originalmente fue concebida por el director George Lucas como una serie de 9 episodios, que empezaba en el cuarto. Su éxito siguió con El imperio contraataca (1980) y El regreso del Jedi (1983), momento en que Lucas se aburrió del tema y se dedicó a su otra pasión, los efectos especiales de la Industrial Light and Magic que lo habían hecho un meritorio multimillonario. Por algún motivo, en 1999, retomó la serie con el episodio 1 (La amenaza fantasma) cerrando el círculo hasta el capítulo 3 (El ataque de los Clones y La venganza de los Siths). La productora Lucasfilm fue comprada por Walt Disney en 2012 y retomó la secuela en el capítulo 7 (El despertar de la fuerza en 2015) para entregarnos ahora, la historia de Los últimos Jedi.
Hay un hecho histórico no menos importante. El renacimiento del cine americano en los setenta se daba en un contexto de crisis del “establishment”. Richard Nixon había abandonado la Presidencia en desgracia, la guerra de Vietnam se había perdido y un presidente nuevo e ingenuo, Jimmy Carter, impulsaba una política de derechos humanos que restableciera el papel de Estados Unidos como guía moral de Occidente. Los héroes juveniles e inmaculadamente buenos de la saga eran la contracara imaginaria de esta aspiración, que cambiaría de pelaje, pero no de intenciones, con Ronald Reagan en la década siguiente.
Tal vez por eso revisar las primeras entregas da tanto placer. Había una frescura y una ingenuidad en la narración que las sigue haciendo superiores a sus descendientes, porque en rigor inventaban poco. Más bien, las tramas se dedicaban a robar –confesadamente y con cuanto talento– historias de caballería, aventuras de cowboys o samuráis en un contexto totalmente nuevo en el cual los héroes usaban espadas láser y los villanos vestían de negro e impostaban voces siniestras, para no hablar de personajes secundarios que hacían las veces de mascotas adorables. Y, además, todos peleaban por el bien en contra de fascistas o comunistas malvados que no ocultaban su condición de malos.
Cuarenta años después del primer episodio, la serie se beneficia de unos efectos especiales impensables en su origen, para no hablar de un presupuesto (212 millones contra los 13 millones de 1977, sin que sea necesaria la corrección inflacionaria). El problema está probablemente aquí. La primera versión era una operación de guerrilla creativa dirigida por un joven talentoso que experimentaba con su primera película importante. Con el tiempo la saga ha pasado a ser una operación de guerra convencional, llamada a apabullar al espectador con toda su parafernalia y sus trucos. Si las entregas anteriores se salvaban porque quedaban destellos de aquella estrella distante del comienzo, es difícil encontrar novedad o atractivo en esta historia. Los jedis están cansados y se nota, la anécdota se hace por momentos incomprensibles y trata de maridar el regreso a la acción de Luke Skywalker, ya jubilado en una isla amigable, con la aparición de nuevos adeptos a la Fuerza. En el camino ocurre que estas dos historias no terminan de juntarse y lo único que parece querer mantenerlas unidas es el despliegue de luces, explosiones y naves espaciales cada vez más grandes, para no hablar de personajes laterales que sobran y entorpecen la historia. La airada reacción de los fans de la saga, su pobre recepción crítica (no reflejada en los 450 millones brutos recaudados por ahora) tienen que ver con que esta confusión narrativa en poco refleja el complejo mundo actual. El lado oscuro de la fuerza ya no es “el imperio del mal” soviético que mentaba Reagan en los ochenta, sino una constelación de chicos malos que van desde ISIS, el gordito norcoreano y los conocidos locales. La saga tenía un eslogan o mantra semirreligioso y militante: “Que la fuerza esté contigo”. Lo cual era una forma de decir que el poder de un Estado que se sabía dueño de la verdad respaldaba a los héroes. No deja de ser paradójico que la frase sea ahora repetida entre balbuceos por dos heroínas cansadas y al borde de la derrota. Toda una confesión. Cuando la convicción de la fuerza tartamudea, el imperio resbala.
Los últimos Jedi. (The last Jedi). USA 2017. Director Rian Johnson. Con Mark Hammill, Carrie Fisher, Daisy Ridley, John Boyega, Adam Driver.