En principio puede ser una mala palabra. “El último refugio de los canallas”, el buque insignia de militares depredadores o de los politicastros sin nada que ofrecer sino chovinismo y retretas o parte del cotillón de las escuelas, las plazas aldeanas o las fiestas patronales, condimento de aterradores y cursis discursos, material para sociólogos identitarios y cuenteros o, peor, excusas para guerrear y matar por millones. Digamos que es una palabra que pertenece más a conservadores y mala gente y no a progresistas y humanistas (de humanidad). Pero ella sobrevive a todos esos atropellos. Su definición misma, la tierra donde el azar metafísico nos depositó para pasar una breve estación en la infinitud del tiempo, de la vida. Y eso cuenta.
La patria es la infancia, han dicho muchos líricamente. Y en buena parte debe ser cierto ese acercamiento emocional, no hay que ser freudiano para reconocer lo decisivo de las vivencias primeras. Pero hay una definición más racional y funcional que indica que vivimos, parte o la totalidad de nuestra vida, dentro de ciertos límites geográficos, dentro de una estructura jurídico-política determinada y con unas costumbres y un pasado que constituyen una moviente y variopinta fisonomía humana. A eso no escapamos, tan solo podemos mudarnos de vivienda. Cónsono con este perfil conceptual, y si pensamos que somos animales morales y políticos, ello implica que es en ese escenario patriótico –¡cuesta usar la palabra!– en que podemos vivir nuestra relación con el otro, convivir, de acuerdo con ciertos valores que nos obligan a una ética, que en general debería buscar el bien del otro, de todos. Lugares comunes de constituciones y declaraciones de derechos humanos.
Todo esto para decir algo no tan banal, pero poco tranquilizador. Cuando la patria anda mal nosotros deberíamos tratar de que esté bien, al fin y al cabo esencialmente es el lugar del planeta donde podemos hacer y decir lo poco que nos es dado hacer o decir. Y tal constatación no debería contravenir sanos anhelos cosmopolitas, universalistas, solo señala que somos fácticamente, temporal y espacialmente, localizados.
Mucho se ha dicho que vivimos en sociedades profundamente individualistas, de una naturaleza inédita, dicen algunos, seguramente vainas del capitalismo tardío. Esto se ve por todos lados, desde la minusvalía de los nobles sindicatos que deben luchar por los derechos de los que sudan, como por la soledad terrible de los ancianos. Y, por supuesto, en la decadencia de los sentimientos patrióticos (de nuevo me excuso).
La cuestión a la que quería llegar es cómo se comportan los venezolanos en esta Venezuela de la tragedia espantosa que vivimos. Por supuesto, no me refiero a los causantes de esta, que ya los devora el infierno de la historia, sino al resto mayoritario que se opone. Diría que basta ver la devastación para darnos cuenta de que no existe una respuesta nacional satisfactoria, y no se trata aquí de juzgar a nadie en particular, que no es ejercicio moral sino moralismo. Pero cuántos de los que se fueron no escogieron simplemente entre el país agónico y su “calidad de vida”. O los nuevos o los viejos ricos que llevan su vida con el esplendor de siempre y con la indiferencia e indolencia de siempre. O los que decidieron prescindir de la vida política que no es lo suyo, sino el negocio y sus frutos. En fin, todos los que colaboran con este silencio que parece insólito cuando el barco se hunde. Y, por supuesto, hay que hablar de otra manera de los que se mueren de mengua o recorren los caminos de América sin ningún destino, los obligados por la necesidad y el instinto de sobrevivir.
Claro, hay los políticos opositores, y tanto lo hemos dicho, en general lo han hecho muy mal, y más recientemente todavía peor. Tanto como nosotros que los señalamos y hacemos de ellos nuestros chivos expiatorios. La historia muestra actitudes muy distintas, aun la nuestra, ante la profanación externa o interna de un país.
Digo yo que podíamos repensar los términos del asunto para mañana, que todavía hay mañana, interiorizarlo al menos. A lo mejor es el principio de todo.
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