COLUMNISTA

A punto de caramelo

por Leopoldo López Gil Leopoldo López Gil

“Él es la ley, en tierra de ciegos el tuerto es el rey y piensa el señor que cuando te mira, te hace un favor… Jura que está a punto de caramelo, jura que es la última gota de agua en el desierto; que estar con él, es la sucursal del cielo…”.

La letra de esa canción, interpretada en los años ochenta por Melissa, me hizo recordar la otra sucursal del cielo, no de la de los techos rojos sino la del rojo señor de la canción, ese que no tiene consideración con nadie.

Hoy, lamentablemente, nuestro país vuelve a estar en duelo nacional. No solo por esos jóvenes asesinados en una batalla desigual, ajusticiados vilmente cual paredón, en total contraste con aquellos tiempos cuando a los levantados en armas se les respetó su vida, derechos y finalmente hasta fueron absueltos y relevados de sus cargos y acusaciones.

Es importante destacar la relevancia del respeto a la ley y a las instituciones porque de no ser así terminaremos como dice esa famosa canción: “…va a cuatro manos si de esta manera alcanza el poder…Cambia de piel según la persona que esté frente a él; ave rapaz destroza a su presa y da marcha atrás”.

Estar “a punto de caramelo” es una situación muy crítica, pues si se pasa el calor se quema el melao, pero si no se calienta lo suficiente, no acaba siendo caramelo.

Los venezolanos están hoy ante un punto crítico enfrentando pocas posibilidades de salir de la tragedia de la destrucción sistemática del país de los últimos 20 años, cuyos resultados más sobresalientes han generado en un éxodo que supera a los 3 millones de personas. Uno de cada 10 venezolanos ha tenido que emigrar de su patria en búsqueda de un futuro mejor.

Considerable la destrucción del aparato productivo nacional, desde su esencia la otrora exitosa y reconocida gran empresa petrolera Pdvsa, que hoy no llega a producir ni siquiera 50% de sus objetivos.

Casi que podríamos considerar digno de un reconocimiento internacional por destruir un país y entregar su soberanía a otro mucho más débil sin ni siquiera haber manifestado impedimento ante semejante vejación. Usando como argumento, entre otros, que sus pueblos son revolucionarios; mas lejos de la realidad, ambos hoy están empobrecidos, pasando penurias de hambre, enfermedades, pobreza y persecución.

Lejos de conseguir un caramelo en este momento, Venezuela solo puede aspirar a seguir conservando algo de identidad y orgullo nacional después de haber sacrificado a muchos de sus jóvenes en esta lucha que, en lugar de presentar un noble campo de batalla, no pasó de ser un enfrentamiento en un campo enchiquerado.

Si bien los valientes merecen gloria, los vivientes merecen vivir en una tierra digna, soberana, como aquella a la que se conoció su capital como la sucursal del cielo.