COLUMNISTA

Puerto Cabello y su patrimonio histórico

por José Alfredo Sabatino Pizzolante José Alfredo Sabatino Pizzolante

Hace poco escuchamos decir al profesor Víctor Moreno que pocas ciudades en Venezuela pueden ufanarse de tener tanta historia y ser testigo de eventos de gran importancia para el acontecer nacional como Puerto Cabello. Tal afirmación, con la que ciertamente coincidimos, la hacía en palabras introductorias a un magnífico evento sobre la cocina porteña celebrado en el malecón de la ciudad marinera, organizado por el movimiento Carabobo Gastronómico. No deja de contrastar, sin embargo, lo expresado por el profesor Moreno con el estado actual que muestra el primer puerto de Venezuela.

Desde finales de la década de los sesenta, las pocas calles que forman la zona colonial, germen de la urbe modelada por los hombres de la Compañía Guipuzcoana a principios del siglo XVIII, fueron protegidas por un decreto de la Junta de Conservación del Patrimonio Histórico, lo que no garantizó el resguardo de un rico patrimonio arquitectónico. Y es que en esto de la conservación de su pasado hemos visto, a lo largo de los años, unos cuantos exabruptos ante la mirada complaciente de los mismos porteños, ello a pesar de la normativa proteccionista existente.

Verdaderas joyas como el Hotel de los Baños y la vieja aduana fueron demolidas, lo mismo que casi ocurre con inmuebles de interés cultural como el que sirvió de asiento a la imprenta de Juan Antonio Segrestáa, más tarde propiedad del ilustre médico Adolfo Prince Lara. Edificaciones de valor como el antiguo correo, sede del club alemán Gut Heil y que recibió a Teresita Carreño en 1885, se encuentran en deplorable estado, a la espera de fantásticos planes que nunca se ejecutaron. En fecha más reciente, las centenarias cadenas de bronce de la monumental Columna del Águila –homenaje a los mártires americanos que acompañaron a Francisco de Miranda en la fallida expedición de 1806– fueron hurtadas, y el valioso tritón que coronaba la fuente de la plaza Flores ya no está allí. El patrimonio histórico, en especial su conservación, no tiene dolientes en este país, mucho menos en una ciudad donde para colmo somos desmemoriados.

En el pasado, acciones espasmódicas y desarticuladas lograron por fortuna la restauración de la Casa Guipuzcoana, en menor escala refacciones a la iglesia del Rosario, pero el conjunto arquitectónico en general nunca ha recibido los beneficios reales de un plan bien estructurado que garantizara su restauración integral y, más importante aún, su conservación en el tiempo. Un intento se hizo en el gobierno del entonces gobernador Henrique Salas Römer, y se logró el rescate de las fachadas, algunas calles y plazas del casco colonial, lo que representó un importante avance, pero siempre insuficiente porque el plan no abarca la totalidad de los inmuebles y su efectiva reconstrucción. Hace algunos años se presentó un interesante proyecto para la recuperación de la zona histórica, elaborado en el marco del convenio Cuba-Venezuela. Se trataba de un plan que abarcaría la reconstrucción y restauración de inmuebles, instalación de una escuela para el personal que se embarcaría en esas tareas, posadas y otros servicios que definitivamente reanimarían esa zona con fines turísticos. ¿Qué pasó? Un buen día el equipo técnico abandonó la ciudad, pues los recursos se habían esfumado.

Es muy poco lo que se logrará rescatar de nuestro malogrado patrimonio histórico, tarea por demás difícil en tiempos tan comprometidos en términos de nuestras finanzas, si no se termina de abordar con seriedad, compromiso y sin actitudes timoratas. Esta conservación es fundamental para el rescate de la memoria histórica local y la reafirmación de nuestra identidad, sin desestimar su inserción en el marco de desarrollos urbanos y estrategias turísticas. Esperemos, entonces, mejores tiempos y acciones concretas.

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