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Un pueblo gobernado por delincuentes

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Cuando un pueblo es gobernado por delincuentes, no importa que su origen se haya dado en elecciones, porque basta destruir la constitucionalidad de un país para convertirse en un sátrapa que utiliza el poder para sus oscuros intereses políticos.

Cuando un pueblo es gobernado por delincuentes, utiliza las prácticas del chantaje y el amedrentamiento contra funcionarios públicos o ciudadanos electos por votación popular en funciones de gobernadores, alcaldes o diputados, empleando una seudolegalidad con el propósito de inhabilitarlos o colocarlos tras las rejas amparados en delitos inexistentes y, con ello, poder designar y ordenar a su antojo, sobre quienes actúen en forma panegírica y genuflexos ante su totalitaria voluntad.

Cuando un pueblo es gobernado por delincuentes, emplea prácticas inhumanas que solo buscan el tutelaje de la población. Así, por ejemplo, se inventan supuestas afiliaciones a través de algún carnet o documento similar que les permita no solo conocer todos los datos personales de sus habitantes de manera fraudulenta, sino que los obliga a portar semejantes bazofia anticiudadana, so pena de no tener derecho a la alimentación, a la educación, la seguridad ciudadana y hasta la vida. O sea, quienes no posean la “patriótica” identificación, además de que son hundidos en la más espantosa pobreza con una inflación que supera las cuatro cifras anuales, destruyen el signo monetario nacional, aunque lleve el nombre del prócer de su independencia, convierten la educación en una utopía, promueven la impunidad de la delincuencia y grupos paraestatales, y disfrutan viendo a miles de niños, adultos y ancianos comiendo en la basura, y no les importa que millones de sus ciudadanos mueran por falta de medicamentos, o en hospitales públicos convertidos en entelequias de salud.

Cuando un pueblo es gobernado por delincuentes, hablan de promover sistemas anticapitalistas, pero ellos viven sin límites en sus prebendas de Estado, con salarios que no tienen límites presupuestarios, viáticos en dólares, se desplazan en camionetas y vehículos último modelo de marcas imperiales, viven en mansiones en el este de las ciudades, visten con trajes, ropa y calzados de marcas afamadas de célebres diseñadores, se impregnan de costosos perfumes europeos, manejando a su antojo y en beneficio propio las grandes contrataciones de obras públicas, sin que incluso sean concluidas; verbigracia, hacen de la corrupción su modus vivendi.

Cuando un pueblo es gobernado por delincuentes, se ganan el repudio de la población que vive dentro y fuera del país. Entonces, cuando algunos de esos “funcionarios” se encuentran en el exterior, dizque trabajando (aunque estén acompañados de familiares, consortes o barraganato) en las ciudades más importantes de América Latina o Europa, o degustando exquisitos manjares en los restaurantes más costosos de esas urbes, y son abordados con reclamos por sus connacionales que por una u otra razón han emigrado del país, entonces hablan de que son objeto de un “escrache”, eufemismo, que no define adecuadamente la indignación de quienes ven en su nación de origen el cómo muere de manera política, económica, social y cultural, mientras la élite indigna de poder, cínicamente, hasta viaja al exterior en los aviones del Estado y su industria petrolera como si fueran de su propiedad particular.

Cuando un pueblo es gobernado por delincuentes, llegan al extremo de crear figuras supraconstitucionales que busquen la manera de evadir las elecciones que pueden sustituirlo en el poder por la vía democrática, porque al tener una posición neototalitaria, no les importa tener presos políticos, emplear sus fuerzas militares y policiales en represión ciudadana, aunque estos asesinen a inocentes manifestantes, en su mayoría jóvenes y estudiantes, sin que exista la mínima posibilidad de que acepten sus infames decisiones en contra del pueblo.

Cuando un pueblo es gobernado por delincuentes, las únicas acciones que proliferan desde el “Estado” son la corrupción en todas sus manifestaciones posibles, el tráfico de influencias, el contrabando, la amenaza colectiva sobre las personas decentes. La barbarie se convierte en el único camino que se ejerce desde el poder, porque ni siquiera existe el temor a Dios. En tal cenáculo de irracionalidad social, la política menos existe, porque esta solo se desarrolla en el contexto del entendimiento, y entre delincuentes solo se impone la voluntad de quien detenta las balas y las armas.

Cuando un pueblo es gobernado por delincuentes, estos intentarán alterar cualquier cauce democrático con la finalidad de adueñarse, por todas las vías, del poder. En ellos no existe corazón, amor ni sentimientos. Solo se conjuga la anomia, la tiranía y la barbarie como sinónimos del infierno que buscan propagar, el veneno de la infinita maldad.

Cuando un pueblo es gobernado por delincuentes, solo el pueblo salva al pueblo de seguir siendo gobernado por esos delincuentes. No hay otro camino.

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