En la pequeña comunidad de historiadores con la cual tengo un contacto permanente a través de las redes sociales y en las universidades, el cambio de nombre del estado Vargas ha sido motivo de preocupación. Muy pocos han señalado que sea algo baladí o un “pote de humo” más. En general, se ha tendido a considerar como un nuevo ataque al civilismo para seguir consolidando el culto a los héroes guerreros y a todo lo referente a una cultura política personalista. Es todo lo contrario al republicanismo y a los valores libertarios. No es mi pretensión señalar las diversas visiones y argumentos de dicha comunidad, considero que un buen análisis ya lo realizó el amigo y colega Jesús Piñero en su artículo para Prodavinci: “Vargas ya no es epónimo del litoral central” (10-06-2019), sino enumerar un conjunto de razones que en mi perspectiva explican el cambio y plantear la actitud ante la misma.
El régimen ha usado como argumento la reivindicación de la identidad indígena, lo cual ya el historiador Tomás Straka advirtió que es algo a medias, debido a que el vocablo “Guaira” es una interpretación española que está todavía en discusión (ver artículo de Jesús Piñero). El cambio responde a la forma de operar que “sembró” Hugo Chávez en el proceso de desmontaje del sistema democrático y las intenciones totalitarias que son el corazón del proyecto conocido como el socialismo del siglo XXI.
No podemos olvidar que el modelo es la Cuba castrista, que a su vez imitó el sistema soviético. La lógica de la acción política chavista es lo que el pueblo describe con la frase “¡porque me da la gana!”. Lo puedo hacer porque nadie se opone y si se opone para eso están todos los medios represivos del Estado, que en socialismo son todos: desde la fuerza y la criminalización del opositor, hasta el castigo económico y destrucción de tu honor. Es el personalismo político llevado a su máxima expresión: el simple capricho de los mandones. Pero también está la razón totalitaria: el vaciamiento del significado de las palabras y los nombres de las cosas, que es el paso fundamental para destruir la verdad. El Estado es el único que puede establecerlo y este genera tantos cambios que al final todo dependerá de lo que diga el líder supremo.
Las otras razones están ligadas con las dos que he citado. No hay identidad salvo la que establece la ideología del poder, por lo tanto las viejas identidades deben ser destruidas y olvidadas. Todo totalitarismo necesita de los llamados “años cero”, momentos en los que supuestamente renacen las sociedades. Todo el pasado está ligado de algún modo con los “pecados” del sistema capitalista, por ello hay que realizar tabula rasa o “volver” a la edad precapitalista: en nuestro caso sería la “Venezuela indígena”. Otro aspecto relativo al modus operandi chavista puede estar relacionado con lo que implicará el cambio de nombre: papelería, vallas, etc. Y está todo lo que significa el doctor José María Vargas (1786-1854) y que el amigo e historiador numerario de nuestra Academia de la Historia don Tomás Straka ha descrito perfectamente con las siguientes palabras: “No es un ataque contra Vargas, lo es contra lo que representa: el trabajo, la educación, los valores liberales y la civilidad”. Era el único estado con el nombre de un héroe civil; sin duda, era un escándalo para los que reducen nuestra historia a la violencia porque nacieron en ella y siguen mandando a través de ella.
¿Qué hacer? No banalizarlo considerándolo una “discusión bizantina”. Alzando nuestra voz y protestar reivindicando nuestra identidad venezolana y democrática como tantos han hecho con otros cambios de nombre. Buen ejemplo de ello es cómo los caraqueños siguen llamando a su montaña el Ávila y a su principal parque el Parque del Este. El nombre de Vargas tiene más de 150 años relacionado con el litoral central. Está bien arraigado y ahora lo será más que nunca como una muestra de rebeldía. Es un buen momento para recordar sus valores y fe republicana al afirmar como presidente de la nación frente al golpista (el oficial Pedro Carujo, 1801-1836) que fue a apresarlo: “El mundo es del hombre justo. Es el hombre de bien, y no el valiente, el que siempre ha vivido y vivirá feliz sobre la tierra y seguro sobre su conciencia”.