La demolición no se detiene. Empezó muy temprano, tan pronto como el Coba criollo tomó asiento en Miraflores. No obstante, como presidente electo ya había mostrado algo de lo que venía. En una reunión de amigos, paró en seco a un periodista al que llamaba a diario por teléfono para que le publicara una nota sobre sus actividades electorales, cuando le dijo Hugo, como siempre hacía. “Ya no soy Hugo, ahora soy el presidente de la república, me debes decir señor presidente”. Marcada la distancia con las viejas amistades, inició la tarea de fondo: acabar con el periodismo y el oficio de periodista.
Las llamadas desde Miraflores a los diarios y a los responsables de los noticieros de radio y televisión comenzaron a ser una rutina, al igual que los llamados de atención en las “alocuciones” del jefe del Estado y los asedios de los colectivos a los equipos periodísticos. A los vehículos de los medios hubo que quitarles la identificación. Los grupos oficiosos les lanzaban piedras, les pinchaban los cauchos o, simplemente, les impedían el paso. Nunca estuvieron contentos ni agradados con lo que informaban.
Una tarde se presentó un grupo de brujos, espiritistas y babalaos a exorcizar el diario El Nacional. Cerraron el tránsito de vehículos entre Puente Nuevo a Puerto Escondido y rompieron a pedradas los vidrios de varias ventanas. Instaban a los periodistas “a decir la verdad”, que era precisamente lo que no querían que dijeran. Lograron su objetivo: aparecieron en primera página y la noticia sirvió para que los otros medios fuesen más “imparciales”, que le dedicaran más espacio a la versión oficial de las noticias para evitarse esas visitas.
La salida de Teodoro Petkoff de la dirección de El Mundo no fue un simple escarceo, estaba relacionado con las burlas que hacía el Coba criollo desde su maratónico programa dominical al castellano de Andrés Mata, dueño y editor de El Universal, con la pregunta que le hizo a Pedro León Zapata sobre cuánto le habían pagado por hacer una caricatura y con las amenazas abiertas a Miguel Henrique Otero y “sus periodistas”.
Pasó poco tiempo para que se impidiera el acceso a la “prensa independiente”, “escuálida” o cualquier otro calificativo a los actos oficiales, se prohibiera que los funcionarios les concedieran entrevistas o les enviaran los boletines de prensa. Todavía se desconoce a qué tipo de arreglo llegaron los herederos de Miguel Ángel Capriles con el régimen, pero que apareciera en la primera página de Últimas Noticias una foto en la que Fidel Castro le acomodaba la corbata al director, Eleazar Díaz Rangel, indicaba mucho. Igual que el giro de 180 grados de Venevisión y la excesiva “prudencia” de Televen.
Después vino el control de cambio y los obstáculos para adquirir papel, equipos e insumos, también el cierre de más de 36 emisoras de radio y la oferta de comprar RCTV por 600 millones de dólares que pagarían con fondos de Pdvsa. La negativa de los dueños a domesticar las noticias y las entrevistas significó el cierre del canal y la pérdida de 400 puestos de trabajo solo en el departamento de prensa.
El control de la venta y distribución del papel periódico por la Corporación Alfredo Maneiro significó el cierre de revistas, semanarios, diarios regionales y de circulación nacional. Sin embargo, no cundió el pánico. Los hechos graves se sucedían y nadie hacía caso a los pocos que se atrevían a denunciar el blackout informativo que se proponía el régimen como meta. La suposición generalizada era que se trataba de algo pasajero, que, como en el período democrático, bastaría ganar las próximas elecciones para que todo cambiara.
En ese tiempo, la profesión de moda fue Comunicación Social. Misses y artistas estudiaban Comunicación Social. Se multiplicaron las escuelas privadas y cada vez eran más los solicitantes de cupos, especialmente en las ramas con menos futuro: comunicación corporativa. Mientras en Impreso apenas se inscribían diez, en publicidad superaban los doscientos. No veían que no habría empresas que los contratara, que se graduarían de desempleados.
Las universidades privadas se mantenían con la matrícula de los estudiantes de comunicación social, pero ninguna advirtió –ni denunció– que la intención del régimen era acabar con el periodismo, precisamente su razón de ser. Sin periodismo no se necesitan periodistas; sin publicidad, los publicistas sobran.
El régimen ha cumplido su meta. Eliminó los medios o los domesticó. Ahora comienza otra etapa, que es la supresión de figuras, de periodistas con prestigio, de influencers, de llaneros solitarios y quijotes. Los golpes, allanamientos, carcelazos, asedios, amenazas, torturas y secuestros –que perpetran sin pudor y a la vista– de periodistas nacionales y extranjeros son para apagar la última lucecita, la más indefensa, pero también la más terca. Vendo lápiz y libreta.
@ramonhernandezg