.
“El populismo es una forma de respuesta, que puede considerarse mala, a las disfunciones de la democracia”. Pierre Rosanvallon
La libertad de prensa se postula en la democracia liberal como un ejercicio sistémico de libertad de expresión y comunicación y, además, de control del poder y de la justicia que, por cierto, no necesariamente marchan juntos.
Ubi homo, ubi societas, ibi ordo, ibi jus repetían los latinos hace dos milenios y descubrían epistemológicamente al hacerlo, un hallazgo capital; el hombre y la sociedad coexisten, bajo un orden normativo e institucional, a esa constatación obviamente acotemos aquella de Aristóteles y el zoon politikón.
Paralelamente, observamos que la democracia, entendida como el gobierno de los iguales ante la ley que se consultan y deciden periódicamente por mayoría a quienes encargar del gobierno, supone un sistema de libertades que se nutre de la convicción que hace del respeto a la dignidad humana su soporte fundamental. Algunos, pues, distinguen a la democracia del liberalismo, pero otros no lo creen posible sin alcanzar y contaminar a la democracia misma. Lo cierto es que académicamente nadie discute que la democracia de impronta liberal es el sistema más consistente y recomendable de todos los probados a la fecha, sin que deje de haber propuestas para mejorarla y en esa línea la democracia deliberativa sobresale.
Pero el ser humano sigue siendo perfectible, pero no perfecto y sus obras se le asemejan. Por tanto, tampoco puede dejar de admitirse una notable inconformidad y tal vez más que eso, una crítica recurrente a la democracia partiendo de la base que cuestiona la distribución de las cargas y la equitativa distribución de la riqueza. Los pobres sienten que merecen más y el discurso democrático ambiciona, sin mucha racionalidad, a complacerlos a todos. El resultado es inequívocamente deficitario, que incluye carencias espirituales ciudadanas y pérdida de la consciencia del deber ínsito también al ciudadano. Lo más grave, tal vez, sea la confusión que emerge entre los que ofrecen más a los pobres a cambio de sus libertades o derechos ciudadanos.
La economía es desigual y también lo es el homo economicus de John Stuart Mill, en cuanto a sus expectativas y a la ponderación que suele hacer, obviando a menudo el prójimo. La idea de la igualdad y la búsqueda del rasero que los equipara, dio lugar a todo un elenco de teorizaciones, entre las que se cuenta el socialismo que bien sabemos está lejos de alcanzar el objetivo, pero intenta buscarlo, para lo cual sacrifica al hombre mismo y a su principal capital, su dignidad de ente libre, racional y responsable ante sí y ante sus congéneres. El socialismo luego simula y hasta cree, a pesar de la evidencia que lo niega, estar en la vía adecuada solo que en realidad transita contumaz un camino que lo extravía a la postre.
No hay espacio para desarrollar y problematizar como aconseja el método en un artículo de prensa, pero es menester dejar claras algunas cosas so pena de seguir mintiéndonos nosotros mismos. Así, pues, trataré de encarar la noción de populismo tan de moda universalmente, con aquella del hombre libre que pretende seguirlo siendo.
El populismo es una acción, un discurso, un proceso que se caracteriza por la procura de una sintonía con sectores sociales inconformes, dentro de una perspectiva de liderazgo, conducción o mando. Es un esfuerzo de legitimación que parte del examen de la demanda social y para ello, prescinde de límites y mesura signada por elementos de naturaleza normativa o axiológica hasta lograr y abundar en la conexión perseguida. Se trata de decirte lo que quieres oír y no lo que también implicaría lo que tienes y debes también escuchar. Busca sumar a los que no están contentos o solo lo estarían con la separación o el enfrentamiento. Menos humanismo, más campo para el populismo. Anomia de base para que quepa lo que éticamente no cabe.
El racismo y los determinismos étnicos, la pobreza, la complejidad social, la inmigración, la fe religiosa son condiciones que reúnen una masa de sensibilidad susceptible de manipulación. Trump no vaciló en recurrir a esos aspectos para fraguar una victoria articulada en los extremismos, admitidos o no, que yacen en la corteza social y contra algunos de ellos viene la sociedad, fiel a procesos civilizatorios, modelando tolerancia y consideración. Soliviantar esos espíritus fue tarea de Hitler. Y no solo se evidencia del holocausto a los hebreos, sino del contenido y propósito de las leyes de Nuremberg en 1935 dirigidas a los diferentes, igualmente aquellos que no eran y no podían ni debían ser iguales.
Hoy en Europa no se hace política construyendo desde lo mejor del ser humano, sino desde su lado obscuro. El Brexit es un ejemplo, pero el resurgimiento de la xenofobia, las distintas intolerancias o las acciones segregacionistas son aprovechadas por los que renuncian a hacer política para hacer más bien sectarismo y marginación. Atentar contra la unidad de Europa y su edificación comunitaria es un crimen ante la historia que fue y ante la que vendrá. Así, por cierto, se incoaron dos guerras mundiales y el islam postula para contestarlo todo en África, Asia, el Medio Oriente para continuar enunciativamente mencionando movimientos antisociales. La reciente legislación en Israel no ayuda sino a excluir y, ¿no fue la exclusión lo que los hizo víctimas inocentes de uno de los peores actos de la vergüenza e inhumanidad humana?
Lo cierto es que el populismo se cuela en las ranuras de la democracia, en los indignados, que luego en ocasiones se harán indignantes, en los que se reclaman incomprendidos porque a su vez no desean ya comprender a nadie. Prestos hay segmentos nutridos a evidenciar aquello de lo que Amartya Sen describió brillantemente en su texto, siempre citado, Identidad y violencia. Así emerge una razón irracional y una estrategia electoral que luego se convierte en una dinámica de delegación de soberanía.
Pero el populismo encuentra un alfil en la diagonal societaria. La libertad se defiende a través de un instituto que se resiste a la adhesión por acción o por resignación. Es un fruto de la lucha por los derechos humanos; está allí como gemelo de la libertad de expresión y de comunicación, tan cara a los balbuceos liminares ciudadanos y contenida en el articulo 11 de la Declaración Francesa de agosto de 1789 y cuyo texto reza: “La libre comunicación de pensamientos y de opinión es uno de los derechos más preciados del hombre; todo ciudadano puede entonces hablar, escribir, imprimir libremente, si bien es responsable de los abusos que cometa, en los casos que determine la ley”.
Más tarde y después de la Segunda Guerra Mundial, el artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 precisa: “Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión”. Ese ejercicio se opone a los afanes que pretenden homogenizar al ciudadano, rendirlo ante la mayoría o ante la versión oficial, arrodillarlo frente a la emoción que prevalece en la circunstancia y lo más importante, comprometerlo con la verdad sin la cual, pierde, si deja de sostenerla, su equilibrio y su dignidad.
Actualmente, vemos por ejemplo a Trump mintiendo impunemente, pero quejándose de que lo hagan ver así los medios y cabe interrogarse sobre lo que derivaría de la vida de la primera sociedad del mundo en lo económico y tecnológico, en lo militar y cultural si no se cuidara la veracidad, la verosimilitud de los propósitos del hombre más poderoso y peligroso del orbe. Por eso ese forcejeo es no solo legítimo sino indispensable para proteger la libertad y al ser humano, de suyo involucrado en su naturaleza, en ese duelo por el valor de la verdad.
Eso no significa que no puedan y no hayan abusado de la libertad de expresión y de prensa. Claro que sí, y muchas veces, pero es parte del mejoramiento humano y societario el debido y sostenido esfuerzo por responsabilizar a cada uno y a todos de sus actos y ello incluye al divulgador y quizá especialmente a él. De allí que los fake news, por citar un tema de moda o las campañas de prensa en contra o a favor de determinadas posturas e intereses deben ser vistas e identificadas, para evitar que se conviertan en manipulación y desde luego en adversarios de la verdad.
En nuestra Venezuela cubanizada, el populismo, militarismo, despotismo, pseudoconstitucional y medularmente concupiscente, como en todas las experiencias totalizantes, esconde, tergiversa, desnaturaliza, enerva, evita la verdad porque la misma, aun sin pretenderlo, revela el fracaso y el desastre en que se convirtió nuestra patria. Mi afirmación ciudadana difícilmente pueda discutirse si ensayamos de objetivar la visión de los hechos y de las resultas en políticas publicas y sociales, sanitarias, educativas, económicas e institucionales y permite al Estado civil y ciudadano apreciar, cotejar, controlar a los detentadores del poder y la accountability que es menester asegurar.
Entretanto, la prensa escrita, la radio, la TV han sido paulatinamente asfixiadas, agredidas, comprimidas, desarticuladas por Chávez mismo y por su imitador mayor. De esa manera, todavía se sostienen en el poder los que agujerean a diario a puñaladas de incompetencia, ideologismo, corrupción e irresponsabilidad a una República, más que maltrecha, agónica. A veces para distraer al pueblo vacilante y mísero; otras, porque la verdad se les hacía insoportable en el corto o mediano plazo como la horrenda transmutación de hechos y culpas del 11 de abril del 2002, sin olvidar la afrenta a la verdad en los casos de Leopoldo López, Óscar Pérez o del diputado Juan Requesens.
Aún quedan, sin embargo, valientes y corajudos que se inmolan a menudo en sus personas, bienes, libertades para continuar diciendo, mostrando, denunciando la verdad. Vaya a ellos nuestro reconocimiento y, como otras veces he citado, por pertinente lo vuelvo a hacer, y se trata de recordar a Lasalle y a Gramsci: “Decir la verdad es revolucionario”.
@nchittylaroche