Quien se embarque en la lectura de estas divagaciones habrá oído hablar del milagro alemán o del milagro japonés, metafóricas referencias a la reconstrucción de dos países devastados por la Segunda Guerra Mundial y el desarrollo, en democracia, de sus sociedades de bienestar, a partir del trabajo productivo y la competitividad (libre mercado), no en el estatismo, y menos aún en el subsidio a la vagancia o la gratificación de pereza, inherentes al populismo en general y al chavismo madurista en particular. Es difícil imaginar a Ángela Merkel o a Shinzō Abe condicionando el goce de las pensiones de vejez a la adhesión carnetizada de germanos y nipones a sus regímenes. No sin ser objetos de censura o remoción vía parlamentaria. Tampoco sería factible verles endosando a Odín o a Buda obligaciones correspondientes a sus administraciones. No somos alemanes ni japoneses. Habitamos en las equinocciales regiones del realismo mágico donde cualquier cosa puede suceder, incluso un traspaso de competencias a Jehová.
«Dios proveerá», dijo en una ocasión el señor Maduro, oficiando de Pilatos, y el país respiró aliviado, pues, a la buena del Señor y con algo de suerte, hubiésemos hollado senderos contrarios a los trazados por el mesías de Sabaneta con la sádica agrimensura de un constructor de laberintos; pero se trató de una boutade o de una velada amenaza. Si de verdad hubiese encomendado el destino de la nación y la supervivencia de sus moradores a la voluntad divina, tal vez ahora otro gallo cantase y escucharíamos una melodía distinta a la compuesta por un economista andaluz, orquestada por demiurgos habaneros e interpretada, en registro de ópera bufa, por el jefe civil de la dictadura militar con intención de suplantar la realidad con una narrativa ególatra. Soy yo, no Dios, quien les echa de comer. Soy yo quien dispone del tesoro público y reparte a discreción las riquezas nacionales. ¡Soy yo quien proveerá! Para hacer cuajar semejante deificación, se creó dinero de la nada, y los precios, fuimos víctimas y testigos de tal distorsión, crecieron exponencialmente. Y mientras el valor de la moneda tendía a cero, se cocinaba un plan de recuperación de la salud financiera del país revelado, con la faramalla habitual, el fatídico viernes 17 de agosto de 2018, cuando, a modo de preludio a la sepultura del bolívar fuerte y el despegue, con idéntica hoja de ruta a la de su antecesor, del bolívar soberano –soberanía pasajera–, se le obsequió al país, primorosamente empaquetado con lazo y todo, un ramillete de medidas fiscales, impositivas y monetarias, tachado de inviable por técnicos y académicos, en razón de la carencia de fondos para su instrumentación, y de irrisorio por quienes advirtieron en su presentación un batiburrillo de presunciones, hechicería y un ilusorio ojalá reñido con las ciencias económicas.
En su deshilachada exposición y defensa del plan de los milagros, Maduro, nada sutil y en extremo ridículo, no escatimó alabanzas a sí mismo ni ahorró ultrajantes descalificaciones a sus críticos. Consideró «estúpidos» a quienes llamaron «paquetazo» a sus imprecisas «medidas humanistas opuestas al modelo capitalista». Y, cual, si se tratase de la tapa del frasco, se atragantó de grandilocuencia: «Hemos elaborado, a contrapelo del Fondo Monetario Internacional, un programa de recuperación económica perfecto, de pensamiento venezolano» Aquí surgen interrogantes sobre todo por lo del «contrapelo», porque sin financiación, yo te aviso chirulí. Y en la cresta de la ola de autoelogios, dispara: «Yo, personalmente, me encargué de preparar el Plan de Recuperación Económica en compañía de expertos venezolanos y de otras fronteras». No sabemos cuáles fueron las experticias otro fronterizas, conjeturamos que la mano peluda de Alfredo Serrano Mancilla, ideólogo de los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP) y Jesucristo de la economía, según Nicolás, contribuyó substancialmente a amoratar un caldo de cultivo hiperinflacionario con sabor a petro. Y sobre el petro, se explayó, en parla un tanto cantinflesca, el señor de los pajaritos y mariposones: «La creación del petro ha sido un hecho milagroso para el país. Hoy el petro es el sustento más importante y poderoso como unidad de cuenta y criptomoneda para el sustento económico del país en el futuro» ¡Vaya duro y venga suave!
Hablaron el ilegítimo y sus secuaces de lo que no saben y obviaron adrede la política, terreno caro al paquete color sangre, con un triple propósito: desviar la atención ciudadana de los problemas reales, torpedear un eventual aggiornamento de la oposición y proseguir con la carnetización forzada por la necesidad, sustituyendo la cédula de identidad con un abominable instrumento de control nazi fascista. ¡Y si no les gusta, adiós y a lavar pocetas, como los 3 millones de desplazados! Por eso no entiendo ni comparto la idea de sacar el carnet de la patria «para hacerle más difíciles las cosas al gobierno» ¡No!, no tenemos por qué postrarnos ante el gran hermano. Hacerlo es renunciar a derechos adquiridos e inalienables. Ese carnet es una ignominia. Portarlo es una humillación. Mostrarlo envilece.
Al hacerse público el programa de ajustes –remiendos para «detractores incapaces de vislumbrar sus alcances»– comenzó a circular el nombre de Nicolás Maduro como candidato al Premio Ig Nobel de Economía 2018 por su revolucionario modelo de cono petrificación monetaria, Cero-mata-cero; su original refutación del capitalismo, No sirve pa’na’, y su vindicación del sincretismo mágico-financiero. Recibirá un billete de 10 millones de dólares zimbabuenses, homenaje a Gideo Gono, director del Reserve Bank of Zimbabwe, a quien, por haber emitido tamaño exabrupto fiduciario «para combatir la hiperinflación», se le otorgó en 2009 el premio al cual aspira el metro economista autodidacta. ¡Honor a quien honor merece!
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