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¿Por qué no acaban con la hiperinflación?

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Venezuela va para el séptimo mes en hiperinflación. Según cifras de la Asamblea Nacional, en ese período la inflación promedio mensual ha sido de 80%, casi 2% diario. Para que tengan una idea, Perú espera para todo el año 2018 una inflación de 2,2%; Chile, de 2,7%; Colombia, de 3,3%; Bolivia, de 3,6%; Brasil, de 3,7%; Paraguay, de 4%. En dos días les ganamos a todos esos países (y al promedio mundial), en tres a Uruguay (7%) y en doce a Argentina (27%). Las hiperinflaciones son procesos muy duros para los países que la sufren, colapsan la actividad económica, además de producir una fuerte reducción en los niveles de intermediación financiera y una lógica destrucción de los sistemas de precios. El efecto social de una hiperinflación es devastador, al generar aumentos importantes en los niveles de pobreza y desigualdad. Los países que han sufrido una hiperinflación tienen pánico en recaer en ella, saben que no se sale de ella con facilidad y que el país queda muy disminuido.

Sobre cómo atacar un episodio hiperinflacionario se ha escrito muchísimo, sobre todo en esta parte del planeta (América Latina), ya que son varios los países que la padecieron (Argentina, Brasil, Bolivia, Nicaragua, Perú). Hay cierto consenso en los círculos académicos en torno a que controlar el déficit fiscal es siempre el elemento central de un programa antiinflacionario que pretenda ser exitoso. También la unificación de los mercados cambiarios y el restablecimiento de la convertibilidad de la moneda suelen ser ingredientes esenciales en esos programas de estabilización que buscan atacar eficazmente la hiperinflación (Reinhart, Carmen M., y Miguel A. Savastano, 2002, “Some Lessons from Modern Hyperinflation”, IMF). Si un país sufriera en la actualidad de una hiperinflación, tendría bastante información de casos previos para tener una idea de cómo elaborar un programa antiinflacionario y de estabilización.

Teniendo en cuenta los efectos negativos y la enorme experiencia que hay en el mundo sobre cómo atacarla, la gran pregunta que surge es ¿por qué las autoridades en Venezuela no están haciendo absolutamente nada para eliminar la hiperinflación que sufrimos?, ¿qué están esperando para colocar como objetivo prioritario acabar con la hiperinflación? Sin lugar a dudas, Venezuela padece hoy innumerables problemas económicos; sin embargo, la prioridad debe ser la hiperinflación, la obsesión tiene que ser acabar con ella. Ningún intento de mejora en el plano económico tendrá éxito mientras el país siga teniendo una hiperinflación.

Es una enorme irresponsabilidad que las repuestas en política económica que desde el gobierno de Maduro se han llevado a cabo para contrarrestar la hiperinflación hayan sido de tan baja calidad. Ningún proceso hiperinflacionario es inducido por entes distintos del gobierno, sobre todo cuando ese fenómeno tiene siete meses (y amenaza con complicarse mucho más en los próximos). Por lo tanto, las excusas esgrimidas desde el gobierno sobre una supuesta guerra económica no tienen coherencia. Lo que sí invita a pensar mal es que la inacción gubernamental en atacar el problema, junto con un demencial set de políticas fiscales, monetarias y radicalización de controles, significa que al gobierno poco o nada le preocupa la hiperinflación y sus nefastos efectos sociales; muy por el contrario, pareciera que le gusta el fenómeno, ya que le ayuda a exacerbar su control social sobre la población (y, por lo tanto, tener herramientas de chantaje para disminuir protestas e influir en procesos electorales para ganar elecciones).

Proyecciones conservadoras indican que Venezuela terminaría este año con un nivel inflacionario superior a 100.000% y con probabilidades de escalar a siete cifras. Para finales de este mes Venezuela empezará a tener la hiperinflación más elevada en la historia de la región. Para el gobierno esos trágicos números parecen una alegría, un logro.

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