Desde lo que se entiende fue su primera manifestación en la historia con los “populistas rusos” bajo el zarismo en Rusia, se considera populista a todo dirigente o movimiento que afirme encarnar las aspiraciones y demandas del “pueblo”, o incluso, al “pueblo” mismo (sobre el tema, véase: https://goo.gl/x6U8GW)
En tal sentido, como bien lo destacan académicos como Miguel A. Martínez Meucci, más que un tipo de régimen político, el populismo, ayer y hoy, en sustancia, es una forma o tipo de práctica política, de ciertos liderazgos u organizaciones para ganar el favor popular y acceder al poder de forma “legítima”.
En un artículo de 2005 (ver: https://goo.gl/nKAnkj), el historiador mexicano Enrique Krauze describió los que resultan ser los rasgos comunes de los movimientos y líderes populistas iberoamericanos de nuestro tiempo.
Dichos rasgos son los siguientes: 1) La actuación de un líder carismático, 2) El uso, abuso y apoderamiento de la palabra (neolengua), 3) La fabricación de la verdad: deformación, censura, hegemonía comunicacional, resignificación de la historia, 4) El uso discrecional de fondos públicos, y 5) El reparto directo de la riqueza y gradual o agresivo desconocimiento de la propiedad privada. También, 6) El aliento del odio entre diferentes sectores sociales, 7) La movilización permanentemente y frenética de grupos sociales “leales” y “enemigos”, 8) La invención del “enemigo interior” (oposición, disidencia) y/o del “enemigo exterior», 9) El abierto desprecio al orden legal (destrucción del Estado de Derecho, y del Derecho mismo), y 10) La abolición de las instituciones de la democracia liberal (sufragio, alternancia en el poder, libertad de prensa, participación autónoma, etc.).
Dichos rasgos, ciertamente, han estado presentes en Chávez, Ortega, Correa, Morales y Lula, entre otros más. Sin embargo, ¿ son estos nuevos populistas más de lo mismo? ¿Son meras versiones siglo XXI de los populistas latinoamericanos del siglo XX, que no obstante serlo, por ejemplo, respetaron la alternancia en el poder y no consideraban enemigos a sus adversarios?
Pensamos que los populistas que llegaron al poder en Venezuela, Brasil, Argentina, Nicaragua y Bolivia no son meras reediciones de sus antecesores del siglo XX; por el contrario, son diferentes en varios sentidos y mucho más peligrosos. Los viejos populistas no lideraban proyectos hegemónicos antidemocráticos y, en general, buscaban básicamente privilegios, fomentar la corrupción y ganar impunidad para sí y sus aliados.
Además de lo anterior, los nuevos populistas sí lideran proyectos autoritarios que se valen de la democracia para llegar al poder y luego destruirla. Para ello, pervierten la normativa constitucional y la ajustan a su proyecto político, para eliminar problemas de legitimidad.
Los nuevos populistas trabajan de forma coordinada y cooperativa entre sí, y no definen sus aliados por ideología sino por conveniencia y afinidad de objetivos. Son fuertemente antioccidentales, colectivistas, mafiosos y no dudan en emplear métodos tiránicos o totalitarios si de ello depende conservar el poder.
En el caso de Venezuela, el chavismo surgió como un movimiento populista, redentor, anticorrupción, militarista y personalista en respuesta a fallas cometidas por la democracia civil en el período 1958-1998.
Esas fallas no fueron menores. Se trató de una democracia presentable en materia de derechos civiles y políticos, pero estatista, intervencionista, populista, corrupta, que descuidó la educación cívica, los niveles de pobreza, promovió ideas socialistas y no consolidó el Estado de Derecho.
Debido a ellas Chávez pudo modificar, de forma ilegítima, el marco constitucional para aprobar una Constitución subordinada a su proyecto político, en ese momento llamado “bolivariano”. A finales de 2001 el populismo chavista mostró su vocación autoritaria, que fue desarrollando de forma sostenida desde entonces hasta 2006, cuando una vez reelegido Chávez se declaró “socialista”.
El “socialismo del siglo XXI” inició su etapa autocrática en 2007 y se extendió hasta 2013, cuando Chávez abandona el poder por enfermedad y caen los precios del petróleo. La etapa tiránica, mafiosa y neototalitaria del socialismo chavista comienza con Maduro en 2014, a partir de la feroz represión al movimiento ciudadano “La Salida” hasta el presente.
Este proceso, que usó discursos y prácticas populistas en un inicio, mutó rápidamente hacia algo más brutal y contrario a toda forma de orden libre y respetuoso de la dignidad humana. Luego de 20 años del ascenso del chavismo al poder, ¿en qué se traduce su control total de Venezuela?: en la aplicación de una planificación económica socialista, con destrucción del sistema de precios y la propiedad privada, la abolición del imperio de la ley, inexistencia de seguridad jurídica y militarismo, la masificación de la corrupción –con gran impacto en la oposición política, como lo muestran los casos Odebrecht, Andrade y Gorrín– y de la delincuencia organizada (Estado mafioso), la erradicación de la libertad individual y la sustitución de los individuos por masa, en la muerte de la República, del voto y la democracia liberal y en el aumento sostenido de suicidios, represión, presos políticos, censura y torturas.
También en la criminalidad desatada, la ruina por desidia deliberada de la infraestructura, el sistema de justicia y los servicios básicos (Estado fallido), reescritura de la historia, cientos de muertes por hambre y enfermedad (en especial de neonatos, enfermos crónicos y adultos mayores), la migración masiva, forzada sin planificación, generando inestabilidad regional y, algo sumamente grave, en la pérdida de capacidades cognitivas, desnutrición y “chavificación” de la sociedad venezolana (pensar y actuar conforme a categorías propias del chavismo).
El objetivo del chavismo –el de Chávez y sus aliados dentro y fuera de Venezuela– no era robar fondos públicos, ayudar a sus aliados, estar un tiempo disfrutando del poder, volver a la oposición en algún momento e iniciar de nuevo el ciclo. No. desde siempre otro fue su objetivo. Fue el poder concentrado, ilimitado y perpetuo, por delirante que suene.
Para colmo, el escenario internacional ha sido favorable a estos “neopopulismos” latinoamericanos. En efecto, su llegada al poder coincidió con el agotamiento, vergüenza y aparente declive de la civilización occidental y el orden mundial por ella promovidos, luego de la caída del muro de Berlín, con el protagonismo de dirigentes carentes de liderazgo mundial sobre la base de los valores de esa civilización, sobre todo en países como Estados Unidos, Alemania, Francia e Inglaterra con un impensable prestigio de la Cuba castrista y la creciente influencia del foro de Sao Paulo, mediante la expansión de sus principios y prácticas colectivistas, corruptas, propagandística y vocación hegemónica. Con la expansión económica y política de China, y su proyecto de exportación de un modelo autoritario con supuesto éxito económico y social a cambio de extinción de libertades políticas; con los neototalitarismos al estilo ruso, esto es, con el “putinismo” como reinvención del antiguo Estado totalitario soviético y su rol de desestabilizador internacional. Con la difusión del “nuevo” constitucionalismo latinoamericano, suerte de ofensiva del colectivismo posmoderno contra las instituciones políticas y jurídicas occidentales, el resurgir de nacionalismos contrarios al Estado de Derecho, promotores de la soberanía irrestricta y del proteccionismo económico; las nuevas ideologías colectivistas antiliberales (de género, de identidad o preferencia sexual, identitarias o comunitarias, etc.) y un hecho de mucha gravedad: la ruina de la doctrina política socialdemócrata y su desplazamiento por la izquierda más radical y procomunista en América y Europa, como lo demuestra el caso del PSOE y Podemos en España.
En ese contexto, los nuevos populistas han encontrado importantes aliados que ven en ellos oportunidades para desestabilizar, imponer intereses económicos o geopolíticos. Esos aliados están al frente de regímenes autoritarios y antioccidentales (Siria, Turquía, Irán), en el terrorismo y en el narcotráfico transnacional, en la “captura” de organismos internacionales y medios de comunicación por ideologías “progresistas”, así como en la instauración de una criminalidad organizada e institucionalizada: los Estados mafiosos.
Por tanto, los nuevos populismos son movimientos más planificados que sus antecesores del siglo XX y bien asesorados, que actúan conforme a un plan transnacional: poner fin a la era de la democracia liberal. Hay un “estallido” del populismo, pero que es una puesta en escena para dar paso a regímenes tiránicos que van del autoritarismo al totalitarismo.
La lucha, en consecuencia, ha de ser contra lo que esconde el populista: su vocación autoritaria, hegemónica, intolerante, antiliberal y colectivista. No es entre izquierdas y derechas, es entre democracia liberal con Estado de Derecho y regímenes autoritarios, totalitarios, tiránicos y colectivistas.
Por otro lado, hay que comprender por qué la ciudadanía vota por el populista de izquierda y por el de derecha: hay molestia, ignorancia, rabia, miedo, incertidumbre, frustración. Y quienes aspiren a ser alternativa a esos movimientos populistas autoritarios han de tener presente que la política no es solo cálculos, estadísticas, evidencias, gráficos y razón instrumental, sino que es también emociones, narrativas, visiones, solidaridad y el mostrar experiencias exitosas.
El orden mundial liberal está amenazado. Desde hace tiempo muchas voces lo advierten, entre otras, las de Tymothy Snyder, Enrique Krauze, Niall Ferguson, Mario Vargas Llosa, Masha Gessen y Antonio Garrigues Walker. Sus actuales enemigos no son personajes específicos, sino diversos movimientos que odian la libertad individual, la democracia liberal, el mercado y los límites al poder, y harán lo que sea por liquidar su frágil predominio en el orden mundial.
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