Es el cuento de nunca acabar. ¿Está liquidado el populismo? No lo creo. Incluso, pienso que es muy peligroso dar por muerta esta tendencia política. Hace 20 años publicamos junto con Álvaro Vargas Llosa y Plinio Apuleyo Mendoza el Manual del perfecto idiota latinoamericano, con un magnífico prólogo de Mario Vargas Llosa, pero más adelante, cuando surgió Chávez, escribimos El regreso del idiota. Siempre surge una nueva hornada de populistas. Hay que admitir que son inmortales, como las cucarachas.
El domingo 17 de junio Iván Duque y Marta Lucía Ramírez, los candidatos del Centro Democrático fundado por Álvaro Uribe, ganaron fácilmente las elecciones colombianas a Gustavo Petro, el ex guerrillero superpopulista, pero el primero de julio probablemente triunfará AMLO en México. AMLO es el acrónimo de Andrés Manuel López Obrador, el equivalente parcial de Petro, aunque sus credenciales son menos tremebundas.
AMLO comenzó en el PRI, derivó hacia el PRD, donde hoy tiene a sus peores enemigos, fue alcalde de la capital y acabó fundando su propio partido, Movimiento Regeneración Mexicana, Morena. En este, su tercer intento, tiene muchas posibilidades de llegar a la Presidencia al frente de una coalición que incluye a Morena, en el centro, flanqueado por un pequeño grupo de izquierda llamado Partido del Trabajo, y otro de centroderecha, el Partido Encuentro Social. Lo favorece el hecho de que en México no hay segunda vuelta y puede ganar con 35% de los votos emitidos.
En realidad, AMLO tiene aspectos populistas y otros que no lo son. Es un aficionado al gasto público como instrumento para superar la pobreza, pero no creo, dada su biografía, que se perciba como un outsider. Es la quintaesencia del político convencional, maniobrero, capaz de forjar una alianza con cualquiera con tal de llegar a Los Pinos. Menos el PAN, ha recorrido todas las grandes formaciones políticas del país.
Tampoco creo que intentará modificar la Constitución para quedarse en el cargo, como hicieron Hugo Chávez, Rafael Correa, Evo Morales y Daniel Ortega. Sabe que si hay algo arraigado en el ADN político de los mexicanos es el lema de la campaña de Francisco Madero en 1910: “Sufragio efectivo, no reelección”. Todavía existe y reverbera el fantasma de Porfirio Díaz.
Cuando fue alcalde de la capital logró reducir las muertes violentas y los secuestros, pero no las extorsiones. Incluso, contrató a Rudy Giuliani (hoy en el entorno de Donald Trump) y le pagó 4 millones de dólares para que estudiara la situación del D. F. y le hiciera las recomendaciones pertinentes. Giuliani y su grupo le presentaron más de 140 sugerencias, pero no dieron los resultados apetecidos.
¿Quiere la mayor parte de los mexicanos la regeneración de México? Es verdad que las mafias son cada vez más poderosas debido a los beneficios del narcotráfico, pero lo más grave es que un porcentaje notable de la sociedad prefiere no combatirlas, y por eso condena a Felipe Calderón, el panista ex presidente de México (2006-2012), por haber desatado la “Guerra contra el narco”. Cree que alborotó el avispero inútilmente.
Sospecho que existe una actitud parecida con relación a la corrupción. Los que no son políticos y altos funcionarios desean que se acabe el gran peculado, pero una parte sustancial de la sociedad no está dispuesta a renunciar a dar y recibir coimas para acelerar trámites, evadir sanciones, lograr algún beneficio u obtener ciertos privilegios. En México he escuchado definir la corrupción cínicamente como “una forma de distribuir la renta y mantener a la gente contenta”.
Cuando Peña Nieto comenzó el último sexenio en 2012, el porcentaje de la deuda pública con relación al PIB era 37.7%. Terminará cerca del 50%. Y en medio de esa debilidad financiera, AMLO propone la locura de aumentar los subsidios a los desempleados, a las madres solteras y a los 2.5 millones de jóvenes que ni trabajan ni estudian, lo que le crearía al Estado compromisos por miles de millones de dólares que solo se pueden pagar con más impuestos o con una devaluación inflacionaria del peso mexicano.
Simultáneamente, promete elevar los salarios de los trabajadores de las maquilas para equipararlos con los de Estados Unidos, sin tener en cuenta la productividad de los empleados o la voluntad de los empresarios, que se irían con sus inversiones a otros destinos más hospitalarios.
¿Cómo con ese programa tan alejado de la realidad se puede ganar una elección? Claro que se puede. AMLO tiene a su favor la inmensa fatiga del país con el PRI y la desilusión con el PAN. Y ya sabemos que el populismo, como la materia, ni se crea ni se destruye. Solo se transforma.