Quiero entender aquí cultura en su sentido más profundo y más significativo, a saber, evocando a Ortega, como la manera propia que tiene un grupo humano, un pueblo, de habérselas con la realidad. Entendemos la realidad en su más amplio sentido: personal interior, físico-natural y social-humano. Ahora bien, ¿de qué manera los venezolanos nos las “hemos” con toda nuestra realidad, y esto siempre y espontáneamente, o sea, fuera de cualquier reflexión y consciencia? ¿Cuál es nuestra idiosincrasia de fondo?
En el Centro de Investigaciones Populares llevamos ya muchos años preguntándonos por eso y nos hemos atrevido a definir al venezolano, el hombre de nuestro pueblo, como homo convivalis, esto es, como un ser humano que se define esencial y naturalmente por la convivencia. El venezolano popular no es una individualidad sino un conviviente. Ello implica la disposición espontánea a la relación con el otro, una relación marcada por el afecto. No por la simple emoción, lábil y transitoria, sino por la profundidad de la posición afectiva ante la vida, duradera y natural. Afectiva no quiere decir amorosa necesariamente. La posición afectiva puede llegar a ser, o convertirse por la educación o las experiencias vividas, en violenta y agresiva. Afectiva no quiere decir irracional pero sí que la razón, y por tanto la individualidad, está más guiada por el afecto que por ella misma.
Aquí entra la política, entendida como gestión de una sociedad.
¿Cuál será, entonces, la política adecuada para nuestro pueblo?¿Cómo gestionar nuestra forma de reunirnos sin que ella desnaturalice lo que nos define culturalmente? Y además, ¿no estará precisamente en la inadecuación de la relación entre política y cultura el trasfondo de muchos de nuestros problemas como nación sobre todo en el presente?
La cultura de la que hablamos no es ciertamente una estructura fijada definitivamente e inmodificable. La cultura es histórica y hecha de historia. No solo es cambiable, sino que cambia continuamente. Sin embargo, tiene su ritmo de cambio y no se puede, sin gravísimas consecuencias, introducir las modificaciones que se deducen, racionalmente o no, de teorías o de ideologías, supuestamente más al día, asumidas e impuestas por una vanguardia de sujetos “esclarecidos”.
Ir contra el fondo convivencial que nos ha definido hasta hoy, este fondo cultural con el que nos hemos identificado y en el que nos sabemos venezolanos, es pretender quitarnos las bases mismas de nuestra existencia, de nuestro ser y reconocernos como seres humanos.