No fue en Miami ni en Madrid sino en San Juan, Puerto Rico, donde hace 50 años apareció Póker de brujas y otros cuentos, el primer libro de ficción de Carlos Alberto Montaner, quien por entonces apenas tenía 25 años. CAM tiene una obra voluminosa y hoy día no muchos conocen esta peculiar galería de historias, que me he dado el lujo de editar entre Miami y Madrid, las dos ciudades donde Montaner ha vivido el mayor tiempo de su vida y donde ha escrito la mayoría de sus libros.
Poco después llegó Instantáneas al borde del abismo, y el éxito de ambos títulos lo ubicó entre los escritores cubanos más interesantes de aquella década agitada (suelen simplificarla así) para el mundo, y tan trágica y distorsionada para los cubanos. Un extraño parabrisas que desde entonces este autor –comprometido– ha intentado desempañar con la mayoría de sus textos.
“Pero no lo hemos conseguido”, me comentó hace poco. “Aún no”, le dije, confiando en ese juicio popular que asegura que todas las aguas regresan a su nivel, y que la esperanza es lo último que se pierde, aunque sabemos que solo con la esperanza es imposible. Una especie de eterna pelea cubana contra los demonios de la resignación y el pesimismo, pues bajo estas circunstancias, a pesar de ser terriblemente largas, creo que a ninguno de los dos (quizás a nadie) nos quede otro remedio. Algo que he aprendido con los años (con nuestra maldita circunstancia de una Cuba perdida por todas partes) y que algunos de sus libros me han ayudado a entender mejor.
CAM es un prolífico creador, principalmente en los atajos del ensayo, donde jamás se ausentan los más elocuentes recursos narrativos, sobre todo del relato. Póker de brujas y otros cuentos es un volumen atípico en su prosa y una rara avis en la narrativa de la época. Distanciadas de las maneras y los tópicos, a veces sobredimensionados, del llamado boom latinoamericano, la intención de estas piezas agridulces, que merecen ser trasladadas al cine, es aventurarse en un paneo por ámbitos oscuros, ásperos de la vida que también hay que narrar, y que por suerte no se ha dejado de hacer. Esas sombras que por momentos (quizás por repelentes) no divisamos o no queremos ver.
En 1973 InterAmerican University Press, de Puerto Rico, publicó este libro traducido al inglés por el poeta norteamericano Robert L. Robinson, quien lo bautizó como “el maestro de lo macabro”. Más de cuatro décadas después, aún sigue sonrojándose con aquella aseveración. Una acertada imagen que representa la naturaleza de estos cuentos y la habilidad de su hacedor, que aunque jamás abandonó la ironía, optó por otros caminos en su escritura posterior, más histórica, más realista quizás. Me atrevo a decir que no pocos de los lectores que descubran, o redescubran, estos magníficos relatos, echarán de menos que no haya regresado a esos derroteros donde el absurdo y lo macabro hacen un increíble aquelarre con la cotidianidad, como niños jugando a los agarrados mientras la tarde cae sobre un pequeño parque de San Juan, La Habana, Madrid, Miami.
Vale rescatar la nota, redactada por el propio CAM, a la segunda edición en español de Póker de brujas y otros cuentos: “Esta edición no difiere sustancialmente de la primera. Los cambios –más bien pocos– son cosa de pura cosmética. He quitado adjetivos, suprimido frases innecesarias, eliminado párrafos redundantes y he podado de los cuentos cierta gracia gorda y abominable. Si algo he aprendido en estos fatigosos años es que todo lo que abunda, daña, y que la prosa, mientras más directa, simple y ordenada, mejor sirve a la literatura. El barroquismo, generalmente, enmascara falta de imaginación. Por lo demás, no siento frente a estas primeras invenciones el repudio vergonzante de los años transcurridos. Hoy hubiera escrito otros cuentos, con otra prosa, con un lenguaje literario más profesional, tal vez sin tanto humor negro y sin aspirar al ‘master of macabre’ con que el editor de habla inglesa anunció el volumen. Pero no estoy seguro de que hubieran sido menos malos. Estos cuentos fueron escritos antes de los veinticinco años, y ya se sabe que a partir de esa fecha comienza a gobernar el estilo y a secarse el corazón”.
Estas historias me recuerdan una frase que escuchaba en mi barrio habanero y que nunca he olvidado, pues la vida misma me la recuerda a cada rato: “La vida no es siempre como nos la pintan”. Póker de brujas corrobora esta realidad tan simple como estremecedora.
Sus eventos, protagonizados por raros personajes comunes, de carne y hueso como la imaginación, nos describen cómo más allá de nuestros deseos, el lado macabro de la vida late lo mismo donde menos suponemos que en el sitio y los rostros que nos resistimos a reconocer así, o siquiera a observar de frente más de dos segundos. Aunque la tendencia sea voltearle la mirada, lo incómodo, lo repulsivo de la existencia humana no dejará de estar allí. Nos acompañará desde el café de la mañana hasta los sueños, juzgados o no como pesadillas, traumas, olvidos, alertas, demonios nuestros. Siempre formará parte del juego y de los jugadores de ese póker que de algún modo es la vida. Lo más lejos que estará será a la vuelta de la esquina. Y este libro, hermoso y macabro como la vida misma, es su fiel retrato.
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