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El poder y la miseria

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No creo que vaya a decir nada nuevo. Pero el problema no es decir cosas nuevas, sino que las cosas que expresan la realidad sean atendidas y, mejor aún, entendidas. De eso hay bastante, no hay duda, pero hay muchos oídos que no quieren escuchar, y por eso hay que insistir y perseverar. Y claro, me refiero a los oídos de quienes deberían escuchar pero no lo hacen porque, a veces, el mensaje no les llega, o si les llega algo del mensaje, les llega sin fuerza persuasiva. Hay otros oídos que no quieren escuchar, porque no les conviene: porque se sienten amenazados en su impune depredación. Esos no tienen ni la disposición ni el interés de escuchar nada que vaya en contra de sus intereses. Esperemos que, más temprano que tarde, no puedan dejar de escuchar sus sentencias condenatorias…

En Venezuela hay un pequeño mundo, un mundillo más bien, que es el poder establecido. Lo demás es miseria. Vale decir, desgracia, estrechez, falta de lo necesario para el sustento básico, para la sobrevivencia. El mundillo del poder lo tiene todo. Y lo tiene a costa de la aguda carencia que padece la abrumadora mayoría de los venezolanos. Los jerarcas de ese mundillo son arrogantes en grado sumo. Piensan que el poder que ostentan será para siempre, y que las inmensas fortunas que han amasado con su envilecida corrupción, les comprará las conciencias necesarias para garantizar su continuismo. Ese mundillo es predominantemente rojo, pero hay otros colores políticos que identifican a algunos de sus integrantes. Son formalmente de oposición, pero en la práctica no se cansan de transarse con el oficialismo. Con ello contribuyen a parapetear una seudofachada democrática, y eso, naturalmente, no es de gratis.

Venezuela se encuentra en la miseria por causa de esa hegemonía despótica y envilecida que aún impera. Luego de casi veinte años de bonanza de los precios internacionales del petróleo –con sus altos y bajos, pero siempre en perspectiva histórica de bonanza–, el país debería experimentar una situación positiva en lo económico y social. Si además tomamos en cuenta que en nuestro subsuelo se encuentran, quizá, las reservas de hidrocarburos más importantes del planeta, entonces no puede admitirse excusa alguna para tratar de justificar la catástrofe general en que está sumida la nación venezolana. Pero claro, el mundillo no está en ese abismo. Lo ha abierto, lo ha cavado, y lo profundiza día a día, pero el poder establecido se desenvuelve en unas burbujas que andan por las alturas de la plutocracia, o para usar un término más preciso: boliplutocracia.

El mundillo del poder que sojuzga a Venezuela tiene unas dimensiones siniestras. Está tan estrechamente imbricado con la delincuencia organizada que las fronteras no se detectan. No idolatra una ideología, aunque repitan consignas del socialismo fosilizado; tampoco idolatra a un líder, a pesar de la atorrante grandilocuencia con la que se refieren al predecesor; lo que sí idolatra es el poder en sí mismo y la colosal riqueza que les ha proporcionado. Esa es la esencia de la llamada “revolución bolivarista”, uno de los regímenes más destructivo del mundo, y cuidado… Sí, en nuestra patria hay la miseria que se extiende por todas partes, y el mundillo del poder que se defiende en sus barricadas. De allí que sea legítimo el cambio político de fondo que supere esa realidad. Y esa legitimidad no solo procede de la historia y de los derechos humanos, sino que está consagrada en la Constitución de 1999.

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