Anoche tuve un sueño extraordinario; soñé que viajé cientos de miles de kilómetros a una ciudad imaginaria a visitar a mi antiguo amigo y viejo maestro José Manuel Briceño Guerrero. Ahora no recuerdo con precisión los contornos del lugar desde donde viajé hasta el sitio donde mi amigo tenía fijada su residencia. Solo quiero anotar aquí que cuando llegué al destino “geográfico” de mi sueño encontré a mi amigo pintando. Recuerdo con meridiana claridad que mi amigo tenía entre sus manos un pedazo de cartón grueso como de cartón piedra que fungía como una especie de paleta de colores. He de apuntar, antes de que lo olvide, que mi amigo también tenía la figura de pintor en este sueño que ahora rememoro que tenía cuando dictaba clases de Filología Griega en la residencia Los Caciques de la avenida Universidad. Su sempiterna característica barba blanca de gruesos bigotes nietzscheanos levemente manchados por la nicotina marrón que exhalaba la pipa de madera que mi amigo seguramente había comprado en algún mercado de Bombay o de China en uno de sus incontables viajes de estudio que realizó alrededor del mundo a lo largo de su larga y dilatada vida de hombre de letras, palabras, reflexión, pensamiento e ideas abstractas que en vida efectivamente fue. He de decirlo también con vehemente énfasis, y esto lo subrayo en negrillas con intención de resaltarlo, las manos y el antebrazo de mi amigo y profesor estaban pródigamente manchadas de pinturas de indescriptibles colores brillantes que él tomaba de unos tubos de pintura que exprimía y colocaba en los bordes de la paleta de cartón que mantenía en su mano izquierda. Luego de abrir amablemente la puerta de su atelier, que a la sazón semejaba un frondoso patio de cerezos oloroso a frutas cítricas, me dijo: Pasa adelante Rattia, estás en tu casa. Yo, con cortesía, agradecí el gentil gesto impecablemente educado de mi amigo y me dispuse a entrar al lugar donde mi amigo se encontraba pintando. De seguidas me inquirió: ¿Quieres tomar algo, una taza de café o té o prefieres algún licorcito? No recuerdo con precisión qué le respondí, además eso no es relevante acotarlo porque entre la materia del sueño las formas, los colores y las texturas que insistían en adquirir protagonismo en mi extraño y a la vez familiar sueño era lo que más me llamaba la atención.
Pocos saben que yo pinto, me dijo; tengo este taller desde hace muchos años y vengo a pasar cortas temporadas dedicadas a culminar proyectos de pinturas que he empezado años atrás y que por razones académicas, de estudio e investigación he ido posponiendo porque la escritura me absorbe casi todo el tiempo que creo tener disponible para la creación. Observa a tu derecha, Rattia, elige la paleta que te guste, fíjate en la pared que las hay de todos los tamaños, si deseas, toma una que mejor se amolde a tu mano y aquí hay colores en abundancia; toma todos los que quieras y necesites para acometer tu pintura. Concéntrate en lo que quieres hacer, elige un tema y dedícate a él con intensa dedicación, no pienses en otra cosa mientras estés fraguando los bordes de tu tema u objeto de tu obra.
Recuerda, amigo Rattia –así me hablaba mi amigo y viejo maestro–, para pintar no hay método único e infalible, lo importante en la empresa de crear otro mundo a través del pincel es querer forjarlo con insistente e irreductible voluntad creadora. Mientras pintas eres un demiurgo, antes de ponerte a pintar también lo eres en cierto modo, pero cuando entras al diálogo constante con tu objeto de arte la materia artística te lleva inexorablemente a convertirte en un pequeño arquitecto del universo y eso, haz de creerme mi querido amigo, no es poca cosa comparada con otras actividades manuales e intelectuales consubstanciales a la vida del creador. No puedo estimar cuánto pudo durar el sueño, porque es sabido por todos que cuando uno entra en un sueño la idea de tiempo se diluye o se desvanece en el aire como una bocanada de humo. El tiempo es una noción reservada al enigma o al misterio cuando de los sueños se trata. Pero lo que me inquieta, o más bien me intriga, del sueño es que desde hace un poco más de cuarenta años he estado leyendo a los filósofos, historiadores, pensadores antiguos, modernos y contemporáneos pero esta es la primera vez que uno de la misma estatura moral e intelectual de la legión de presocráticos se me aparece en sueños como un dilecto invitado de honor en un extraordinario viaje onírico y me dicta pautas esenciales para recrear en el plano simbólico el mundo tangible realmente existente.
Toda la vida he deseado soñar con Antístenes, por ejemplo, siempre he querido soñar con Diógenes el cínico, o con Jenofonte tan solo por mencionar a tres de mis filósofos más admirados o al menos en quienes he abrevado sabiduría ética e intelectual a lo largo de mi existencia, pero ya sabemos que uno no sueña con lo que quiere sino con aquello que te elige o visita mientras sales de tu mundo ordinario y te vas a parajes de oniria o a topos ouranos incognoscibles para nuestra vida ordinaria.