Tal como había prometido en su campaña, Gustavo Petro ha adelantado de forma rauda una iniciativa de paz con el ELN, las FARC y otros grupos armados que hacen vida en su país e incluso en los países vecinos. De esta forma, retoma las negociaciones impulsadas y ejecutadas por Juan Manuel Santos, paralizadas en 2019 por Iván Duque después del atentado terrorista contra una escuela de cadetes de la policía. En agosto pasado, el presidente colombiano ordenó la suspensión de las órdenes de captura y de los procesos de extradición a los líderes guerrilleros que participarán en la negociación, y en los últimos días se dieron a conocer a conocer varios de los beneficios que obtendrían, eventualmente, los grupos armados, como disminución de las penas y la entrega de un porcentaje de las ganancias ilícitas que obtenían en sus actividades.
Como casi todas las propuestas de Petro, esta iniciativa es sumamente ambiciosa, y no en balde su nombre es “Paz total”, pues procura la pacificación -nada más y nada menos- de los casi 30 grupos armados que hacen vida en Colombia, lo cual incluye desde los que son principalmente guerrilleros (grupos guerrilleros “puros” ya no existen, así como Macondo y Comala ya desaparecieron en los predios de nuestra literatura. El guerrillero heroico se trocó en un combatiente que usa armas, pero al mismo tiempo es goloso de dólares y diestro en la administración y gerencia de negocios ilícitos), las autodefensas, y los dedicados completamente al narcotráfico y la delincuencia común. Siendo realistas, esto es sencillamente una “misión imposible”, pero es indiscutible que, si el líder colombiano logra acuerdos con los más grandes y significativos de esos grupos, será un aporte importante a la paz colombiana y regional.
Un punto de gran interés en este tema es la invitación que hizo Petro a Maduro a ser garante del proceso. De buenas a primeras, esta invitación no es nada fuera de lo común, y, de hecho, ya en la iniciativa frustrada de Santos con el ELN en 2016, Venezuela había participado como garante. La sola circunstancia de ser vecino es una condición que favorece esta invitación, pero si además ese vecino tiene buenas relaciones con esos grupos armados -como ha sido desde que Chávez llegó al poder- se trata entonces de una realidad que ni Santos, ni Petro ni ningún otro presidente, pueden eludir, y se impone -la invitación- incluso como obligada (al igual que el caso de Cuba, La Meca de los elenos prácticamente desde que surgieron).
Ahora bien, están por saberse las verdaderas intenciones y los objetivos de ambas partes en todo este complejo e intricado proceso que está por comenzar. En estas primeras de cambio, Petro parece de veras un convencido de la necesidad de erradicar la violencia, algo endémico de su país, y del cual él mismo fue expresión como miembro del M-19, un grupo emblemático en los setenta y ochenta (y el primero en renunciar a las armas) y eso explica seguramente lo ambicioso de su propuesta.
Eso se vio claramente en el discurso que dio el 26 de septiembre en la reapertura de la frontera de los dos países, cuando criticó duramente la existencia de trochas controladas por bandas que cobran peaje y secuestran y violan a las mujeres, sin duda una indirecta muy directa a Maduro, Bernal y demás autoridades civiles y militares venezolanas, quienes han amparado y protegido a tales grupos. No queda más que esperar que, de veras, él prosiga y consolide el camino civilista que empezó hace varias décadas, y que lo lleve a punto ahora que es gobernante, al igual que lo hicieron otros izquierdistas latinoamericanos que transitaron por la lucha armada, como Teodoro Petkoff, Pepe Mujica, Sánchez Cerén, o incluso su excompañero Antonio Navarro Wolff, entre otros. La vivencia de Petro es, en este sentido, más que significativa: logró con su constancia organizativa y su actividad pública y parlamentaria, lo que no pudo lograr con las armas (el poder), estableciendo alianzas con organizaciones políticas, grupos civiles y movimientos sociales. Él siguió la senda que abrió Chávez para la izquierda latinoamericana desde el 1999, solo que -para infortunio de nuestro país- este nunca se convirtió al civilismo, sino que profundizó la veta militarista y autoritaria que tanto daño ha hecho a lo largo de nuestra historia.
De Maduro, en cambio, no es mucho lo que se puede esperar en este terreno, tomando en cuenta los precedentes conocidos (y sufridos) por tantos venezolanos en los estados fronterizos y otras importantes regiones de la geografía nacional, como Bolívar y Amazonas: de unos años para acá él ha ido mucho más lejos que Chávez en la relación con los grupos armados colombianos. Nuestro territorio ya no es solamente zona de refugio y alivio, sino que se ha conformado una verdadera alianza para tomar el control de los negocios ilícitos y desplazar a megabandas que se hicieron incómodas para el gobierno, sobre todo en los grandes estados mineros, pero también en otras regiones del país.
Ante este cuadro -que vulnera flagrantemente la soberanía nacional, y acabó con el monopolio de la violencia de las Fuerzas Armadas en el territorio- no queda más que preguntarse: ¿qué puede ofrecerle Petro a Maduro para que abandone esa alianza con el ELN, que tantos réditos le ofrece, pues en conjunto constituyen una parte significativa del PIB nacional? Es de pensar que la apertura de la frontera va en el sentido, justamente, de estimular a los sectores productivos nacionales, al igual que la propuesta del presidente colombiano de que Venezuela se reincorpore a Pacto Andino. Pero no será cosa fácil desmontar toda esta madeja de ilícitos, y tampoco es difícil prever que serán variadas las diferencias y las tensiones que marcarán las relaciones entre los dos países en los próximos tiempos.
@fidelcanelon